<p>Desde 1990/1, los mandos norteamericanos, pues, se han agotado en reiteradas, masivas invasiones sobre el golfo Pérsico y Afganistán. Desde 2001, ésa ha sido su respuesta a los dos ataques de al-Qaeda sobre Nueva York y el Pentágono. La red terrorista profesional no ha vuelto a golpear en EE.UU., pero los militares –rígidos, jerárquicos- no dejan de emplear en pequeñas guerras su cartilla para las grandes, no probada en 57 años. <br />
Por ende, persisten los problemas de Vietnam (1946/75), heredados de los también inflexibles franceses. Resulta irónico que la guerra contra el terrorismo afgano use los mismo aviones B-52 que fracasaron en Indochina. Más lo es que EE.UU. siga los desastrosos pasos ingleses (1838/1919) y rusos (1979/89) en ese territorio. Por supuesto, los militares conocen sus dificultades, pero las afrontan con cambios cosméticos y poco han hecho para evolucionar de poco y grande a mucho y chico. <br />
La reticencia del Pentágono a explotar nuevas posibilidades –reflejada por los pedidos más tropas en Irak y luego Afganistán-Pakistán- deriva sin duda del miedo a lo novedoso.<br />
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<p><strong>Plata quemada</strong></p><p>Mientras, el ejército norteamericano ha gastado también miles de millones en “sistemas de combate futuros”, una bolsa de armas, vehículos y dispositivos de comunicaciones. Lo malo es que sus propios promotores los consideran casi del todo inútiles para los tipos de operaciones previstos para años venideros. <br />Por tanto, Washington malgasta enormes sumas que sólo cumplen dos propósitos: enriquecer a proveedores caros y privar de seguridad a los estadounidenses mismos. Sea ante insurgentes irregulares, sea ante pequeños países como Norcorea, señores de la guerra en enjambre, como Somalía, o guerrillas étnicas (Afganistán). Esto indica un claro déficit de capacidades militares, en particular la de entender las nuevas redes bélicas y sus interconexiones entre operadores, tenues pero activas, que definen otro esquema de inteligencia colectiva, para bien o para mal. <br /><br />Los movimientos civiles u organismos no gubernamentales, en otro plano, han adoptado redes de manera muchos más apropiada para la causa de la libertad que los torpes esfuerzos norteamericanos para imponer democracia en Irak a punta de fusil. En cuanto a las “sociedades inciviles”, los terroristas o el delito internacional –tráfico de drogas y armas-, coordinan actividades globales con cada vez mejores resultados. Sin embargo, principios e instrumentos de red, bien aplicados, todavía pueden conducir a nuevas formas de organización castrense y métodos de guerra menos costosos y deletéreos.</p><p><strong>Mucho y pequeño, no poco y grande </strong></p><p>El mayor problema de los militares convencionales es estar organizados para librar grandes guerras –la última fue en Corea, 1950/3- y les cuesta adaptarse mentalmente a conflictos localizados (Vietnam, Palestina-Israel, Irak, Afganistán-Pakistán). Una larga historia de choques mayores los llevó a confiar en un puñado de vastos ejércitos, no en pequeños y numerosos.<br /> </p>
<p>En EE.UU., las jerarquías castrenses siguen convencidas de que la estrategia de “golpear y aterrar” o la doctrina de Colin Powell (“fuerza arrasadora”) han sido mejoradas por el mayor número de armas inteligentes y las comunicaciones al instante. Su perfecto propagador es el general James Jones –asesor en seguridad nacional estilo Martillo Hammer-, para quien “cuanto más duro se golpea, mejores resultados se logran”.<br />Nada más lejos de la verdad, como lo demuestran Irak, Afganistán o, en el pasado, Vietnam. Por cierto, a quince años de acuñarse el término “guerra en red”, Washington sigue retrasado en la materia. Por ende, las masivas aplicaciones de fuerza poco han hecho, salvo matar inocentes y enfurecer a sus deudos. Redes tan lábiles como al-Qaeda o los piratas somalíes prueban cuán fácil es eludir costosos golpes y montar contragolpes más eficaces y baratos.</p><p><strong>Obama = Bush</strong></p><p>Por consiguiente, los militares estadounidenses han sufrido severos reveses financieros y psicológicos. En eso Barack Obama no se diferencia de George W. Bush: el general David Petraeus pensaba y piensa por ellos. Así, la verdadera factura de Irak orilla los tres billones, revela el Nobel 2001, Joseph Stiglitz, no el billón oficial. Entretanto, el capital humano se agota en amplios despliegues contra enemigos que, puestos juntos, son menos que una división de infantes de marina, esa arma tan sobrestimada. <br />En un plano muy real, EE.UU. viene daádose trompadas a sí mismo desde septiembre de 2001. Por ejemplo, el fracaso en captar el verdadero sentido de un arsenal atómico llevó a una suicida carrera armamentista que casi desencadena un apocalipsis en 1962, durante la crisis cubana. En la actualidad, los militares tampoco entienden la mecánica de la guerra en red, sostiene su gurú. <br />Por ende, en una época de proyectiles supersónicos capaces de golpear naves, tiran miles de millones en “barcos de combate en superficie” cuyas estructuras de aluminio probablemente se incineren si los alcanza uno solo de esos disparos. No obstante, la doctrina naval los destina a enfrentar en aguas costeras enemigos armados de proyectiles como los descriptos por el experto.</p>
<p>Pasados nueve años del primer gran choque entre un país y una red (los ataques a Manhattan y el Pentágono, septiembre de 2001), Estados Unidos sigue sin adaptarse al cambio y sufre en carne propia que sus enemigos continúen en la delantera. Sus tropas fracasaron durante años en Irak y lo hacen en Afganistán, Pakistán y Somalía, pues no entienden una cosa: mandar más soldados no brinda soluciones duraderas a esos conflictos de nuevo tipo. <br />
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En realidad, siempre ha sido así. En la Segunda guerra mundial, los alemanes supusieron que la guerra relámpago era la clave y obtuvieron victorias iniciales. Las habrían repetido, si no hubiesen cometido serios errores estratégicos; entre ellos, invadir la Unión Soviética y secundar a Japón en hacerle la guerra a EE.UU. Finalmente, el tercer Reich fue aplastado por una vasta coalición.</p>
<p><strong>Átomos inútiles</strong></p>
<p>Más tarde, serán los aliados quienes no comprenderán la diferencia entre armas convencionales y atómicas, creyendo que éstas podían desplegarse como las otras. Tarde descubrieron que servían como costosas disuasoras de sí mismas. Inesperadamente, un campeón de la guerra fría, Henry Kissinger, tuvo la sagacidad de dictarle esta frase a Ronald Reagan: “La guerra nuclear no debe declararse porque será imposible ganarla”. <br />
La historia hoy desemboca en la edad informática. Los avances tecnológicos de las últimas décadas coinciden con un lapso de inestabilidad geopolítica posterior a la licuación del bloque soviético y el fin de la guerra fría. No obstante, la mayoría de los mandos occidentales han ingresado a esta etapa transfiriendo a los nuevos instrumentos el mismo error cometido con los nucleares: creer que sólo confirman y refuerzan las prácticas existentes. <br />
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