Importaciones como la variable de ajuste

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En los últimos años el intercambio comercial de bienes representó el principal flujo entrante de divisas a nuestro país. Concretamente, entre 2019 y 2021 el saldo comercial del ICA promedió un superávit de US$ 14.400 millones.

Tanto en 2019 como en 2020 –recuerda la consultora Ecolatina- tales resultados positivos se lograron en gran medida debido a una fuerte contracción de las importaciones frente al encarecimiento que generó el mayor tipo de cambio y al magro desempeño de una economía que se vio perjudicada en primera instancia por una abrupta devaluación (2018-19) y posteriormente por el impacto de una pandemia (2020).

Distinta fue la historia en 2021, donde la rápida recuperación de la economía impulsó un crecimiento del 50% i.a. en las importaciones, acercándolas a su promedio entre 2014 y 2018. Sin embargo, la recuperación de la economía mundial y los elevados precios internacionales les permitieron a las exportaciones alcanzar su mayor nivel de los últimos 9 años, camuflando el incremento en las compras externas.

Ya en 2022, el Gobierno se veía obligado a mantener un resultado comercial positivo, no sólo para poder cumplir con la meta de acumulación de reservas internacionales acordada con el FMI, sino también para incrementar el poder de fuego del BCRA para intervenir en el mercado cambiario y aplacar las expectativas de devaluación.

Sin embargo, el atraso cambiario que comenzó a gestarse en 2021, un desempeño mayor al esperado en materia de actividad económica, un salto en los precios de la energía producto de la guerra en Europa y una brecha cambiaria persistiendo en niveles elevados le complejizaron aún más al Gobierno el desafío de acumular reservas, pese a contar con unas exportaciones en niveles récord (principalmente por efecto precio).

En este contexto, las autoridades decidieron restringir las importaciones en distintos momentos del año, utilizándolas como variable de ajuste para poder cerrar el frente externo sin la necesidad de convalidar una devaluación abrupta. Ahora bien, ¿se observa un impacto concreto en el nivel de importaciones? ¿hay rubros más afectados que otros? ¿continuarán las restricciones en 2023?

Restricciones: ¿iguales para todos?  

Durante el primer semestre de 2022 el crecimiento interanual de las importaciones de bienes prácticamente duplicó al de las exportaciones. Más allá del efecto precio generado por las repercusiones del conflicto bélico en Ucrania (se elevaron cerca de un 22% tanto los precios de las exportaciones como de las importaciones), fue la divergencia en cuanto a las cantidades lo que diferenció el desempeño de las compras y ventas con el exterior. Concretamente, mientras que el volumen de exportación creció menos de un 3% i.a. en la primera mitad del año, las cantidades importadas se incrementaron casi un 20% i.a.

Dentro de las compras al exterior se destacó el nivel de las importaciones energéticas, que casi se triplicaron durante la primera parte del año, no sólo por un notable incremento en los precios (+78% i.a.), sino también en las cantidades (+63% i.a.). No obstante, incluso si excluimos las compras de energía y combustible el crecimiento de las importaciones no energéticas en el acumulado hasta junio (+32% i.a.) fue superior al de las exportaciones (+26% i.a.).

Frente a este escenario, y ante el cumplimiento de una meta de reservas que lucía poco probable, las autoridades lanzaron una batería de medidas (entraron en vigor durante la última semana de junio) que apuntaron a postergar los pagos de las importaciones para reducir la demanda de divisas, lo cual ensanchó otra brecha menos difundida: la diferencia entre las importaciones devengadas (ICA-INDEC) y las efectivamente pagadas (MULC). Por consiguiente, según nuestras estimaciones, sólo durante el mes de junio la postergación de pagos trepó en US$ 1.700 millones, representando la mitad del stock de deuda acumulado durante el primer semestre.

Como resultado, las importaciones comenzaron a evidenciar una desaceleración en su crecimiento interanual. Del mismo modo, las importaciones no energéticas, medidas de forma desestacionalizadas (s.e.), pasaron de promediar más de US$ 5.900 millones durante los primeros nueve meses del año a menos de US$ 5.300 millones entre octubre y noviembre.

Ahora bien, la caída en los valores de las importaciones no tuvo como correlato una reducción en las cantidades importadas, sino que respondió en mayor medida a una disminución en los precios. Entre julio y octubre los volúmenes se ubicaron un 2% s.e. por encima de su promedio durante el primer semestre, y recién en noviembre mostraron una caída de apenas el 2% s.e. mensual.

Esta mayor estabilidad a la prevista fue clave para que el enfriamiento de la actividad económica en los últimos meses haya sido inferior al esperado al comienzo de las medidas: aún con la merma del 0,5% acumulada en septiembre y octubre (s.e.), en el décimo mes del año la economía se mantuvo 0,6% por encima del nivel de junio.

Al observar la dinámica de los distintos rubros, el comportamiento muestra cierta heterogeneidad: mientras algunos usos detienen su marcha, otros comienzan a presentar una caída en las cantidades importadas. En concreto, mientras las cantidades de los Bienes Intermedios se redujeron en un 5% i.a. en lo que va desde julio (luego de crecer un 6% i.a. en el primer semestre), el volumen de Bienes de Capital junto con sus Piezas y Accesorios sólo mostró una leve desaceleración en su evolución, mostrando subas en torno al 20% i.a.

En este marco, los próximos meses serán relevantes a la hora de analizar si la reducción observada durante el último bimestre constituye un cambio de tendencia hacia una contracción de las cantidades, explicado por la instrumentación del SIRA y la marcada ampliación de licencias no automáticas implementada en octubre, o si se continua bajo una dinámica de contención y recortes “quirúrgicos” en las importaciones.

 

¿Qué esperamos para 2023? 

El frente externo presentará mayores dificultades este año, especialmente durante el verano. Por un lado, las perspectivas de la economía mundial para 2023 no son auspiciosas: se pronostica una desaceleración en el crecimiento y una moderación respecto a este año en los precios de las commodities. La lucha por bajar la inflación en los principales países mediante una política de tasas elevadas genera una incógnita de cara al próximo año. En tanto la tasa de inflación no ceda, se espera que se mantenga el tightening de la política monetaria y se desacelere el crecimiento mundial.

El escenario local tampoco viene acompañado de buenas noticias: 1) a diferencia de los últimos dos años los precios internacionales no compensarán los menores volúmenes esperados para la cosecha producto de la sequía, la cual alargó asimismo el puente hasta la próxima cosecha gruesa; 2) el “dólar soja 2.0” dejaría menos producto para vender en 2023 y generaría incentivos a retener hacia adelante ante la expectativa de que se vuelvan a repetir los beneficios concedidos; 3) la brecha persistirá en niveles incompatibles con un escenario de estabilidad económica y el nivel de tipo de cambio real no jugará a favor; 4) el financiamiento neto del FMI será negativo cuando desde 2018 viene siendo positivo. En este contexto, será clave la puesta en marcha del Gasoducto NK para reducir las importaciones energéticas previo a la temporada invernal.

Al margen de esto, ante la necesidad de acumular reservas para evitar una devaluación brusca y cumplir con lo acordado con el FMI, estimamos que el grado de restricciones a las importaciones continuará siendo elevado en 2023, e incluso podría endurecerse en caso de ser necesario. A su vez, surgen interrogantes sobre cuánto podrán seguir postergándose los pagos pendientes de importaciones (deuda comercial).

 

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