Hugo Chávez, un personaje de Carpentier o J.E.Rivera

“El referendo es más que una batalla perdida por Chávez. También pone coto a sus aspiraciones continentales”. Así señala el columnista milanés Sergio Romano, recordando que esas ambiciones fueron comunes en la región desde el siglo XVIII.

4 diciembre, 2007

Como los caudillos haitianos –muy anteriores a Macondo, una lejana copia-y sus émulos caribeños, “Chávez está convencido que ser un modelo para Latinoamérica. En realidad, su retórica lo acerca a Fidel Castro”, aunque éste jamás se pelearía con el rey de España.

Por otra parte, el “socialismo bolivariano es una categoría imprecisa, sin rigor cientifico –explica el analista-, repleta de gestos rimbombantes. Es una mezcla típica de santería y marxismo de oropel”. Justamente ese detalle (“santería” es otro nombre del vudú) remite el chavismo no a Gabriel García Márquez, sino al cubano Alejo Carpentier, mucho más brillante y original. O a otro colombiano, José Eustacio Rivera, y “La vorágine” (1924).

Sin duda, “la reforma constitucional pretendida habría exacerbado el poder presidencial y eternizado a su detentador. De paso, lo habría independizado del petróleo caro, su sostén actual”. Venezuela habría dado origen a “un estado nuevo, parecido a ciertos sincretismos religiosos y esencialmente totalitario”. Un punto clave de la propuesta es, en efecto, “la educación regimentada de niños y jóvenes, asociada al culto de la personalidad”. Así ocurre en Kadzajstán, por ejemplo, pero sin ingredientes religiosos.

Obviamente, Chávez no desiste de esas ideas. Pero, en una señal positiva, los votos lo han frenado. No sólo el casi 51% opositores, sino los tres millones de proletarios que se abstuvieron, pese a ser clientes naturales. “Ahora resta ver –señala Romano- qué hacen los amigos regionales del venezolano. Por ejemplo, el argentino Néstor Kirchner, a quien sucede la esposa, o el acosado boliviano Evo Morales”.

Como los caudillos haitianos –muy anteriores a Macondo, una lejana copia-y sus émulos caribeños, “Chávez está convencido que ser un modelo para Latinoamérica. En realidad, su retórica lo acerca a Fidel Castro”, aunque éste jamás se pelearía con el rey de España.

Por otra parte, el “socialismo bolivariano es una categoría imprecisa, sin rigor cientifico –explica el analista-, repleta de gestos rimbombantes. Es una mezcla típica de santería y marxismo de oropel”. Justamente ese detalle (“santería” es otro nombre del vudú) remite el chavismo no a Gabriel García Márquez, sino al cubano Alejo Carpentier, mucho más brillante y original. O a otro colombiano, José Eustacio Rivera, y “La vorágine” (1924).

Sin duda, “la reforma constitucional pretendida habría exacerbado el poder presidencial y eternizado a su detentador. De paso, lo habría independizado del petróleo caro, su sostén actual”. Venezuela habría dado origen a “un estado nuevo, parecido a ciertos sincretismos religiosos y esencialmente totalitario”. Un punto clave de la propuesta es, en efecto, “la educación regimentada de niños y jóvenes, asociada al culto de la personalidad”. Así ocurre en Kadzajstán, por ejemplo, pero sin ingredientes religiosos.

Obviamente, Chávez no desiste de esas ideas. Pero, en una señal positiva, los votos lo han frenado. No sólo el casi 51% opositores, sino los tres millones de proletarios que se abstuvieron, pese a ser clientes naturales. “Ahora resta ver –señala Romano- qué hacen los amigos regionales del venezolano. Por ejemplo, el argentino Néstor Kirchner, a quien sucede la esposa, o el acosado boliviano Evo Morales”.

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