La posición hegemónica de Estados Unidos durante largas décadas en el escenario global, se debe al papel protagónico del dólar en el escenario financiero internacional, que ha convertido a esta divisa en la moneda de reserva mundial, aceptada donde sea, según algunos analistas de la realidad internacional.
Aunque otros dicen: es al revés. El poder militar y político de una potencia indiscutible por más de 70 años, que ha moldeado instituciones y realidad a su gusto, es de donde se deriva el papel del dólar.
En todo caso es lo mismo. Es la única moneda internacional y eso hizo que durante mucho tiempo Estados Unidos tuviera alianzas inquebrantables y áreas de dominación estratégica en todo el globo. Tanto que hasta hace poco muchos tenían la percepción de que la posición y el papel de la divisa estadounidense eran para siempre.
Hay grietas ahora en el edificio. La inédita política exterior de Donald Trump con su retirada de acuerdos y convenios previos ha puesto los vínculos al rojo vivo. Toda Europa y muchos países del sudeste asiático comienzan a ver a EE.UU como un socio poco confiable, y por primera vez en larguísimo tiempo comienzan a pensar cuál puede ser la estrategia adecuada para prescindir de Washington.
Entre tanto, el dólar es el actor indiscutible de las finanzas globales, controla todas las transacciones internacionales y es la divisa casi única en el comercio internacional. Pero algo puede estar cambiando, con menor o mayor velocidad según se verá en los próximos años.
En su discurso básico, Trump ha insistido en la necesidad de mantener un dólar más débil que fuerte. Su argumento central es: los demás países juegan sucio con Estados Unidos porque –alega- deliberadamente devalúan sus monedas y así pueden exportar mayor cantidad de bienes a los EE.UU.
Siguiendo esta línea de pensamiento, la Casa Blanca cree que si se debilita el dólar aumentará la potencia exportadora del país, y sobre todo, se reducirá el inmenso déficit comercial del país.
Lo que parece no entender es que Washington debe optar por ser la única moneda internacional, o bien por revertir el déficit comercial y lograr equilibrio o superávit. Lo que está claro es que no puede lograr ambas cosas a la vez. O una u otra.
Pero el riesgo de que la posición del dólar se vea amenazada depende además de otros factores, como la fortaleza de las instituciones y el tradicional entendimiento con las naciones aliadas. Trump sigue dinamitando puentes en ambas direcciones. Muchos observadores se preguntan si en el caso de que hubiera otra crisis financiera como la del 2009, los ahorros de muchos otros países y de las mismas empresas estadounidenses buscarían refugio en el mercado de los bonos estadounidenses. La confianza es lo central, lo esencial al tomar estas decisiones. Y algo de eso parece estar resentido.
Si los países y los inversionistas perciben que agranda esta brecha de confianza, pueden probar otro camino. Por ejemplo, sin intervención de instituciones financieras estadounidenses, e incluso en otra moneda distinta. Por ejemplo, el euro, o el renminbi chino. Ya hay algunos indicios. Así, China y Corea del sur comercian en sus propias divisas, sin pasar por el dólar. Antes todos los contratos en comercio de petróleo o de productos básicos, eran en dólares. Ahora hay demasiadas excepciones.