Greenspan y Bernanke sorprenden predicando un optimismo salvaje

Dos directivos de la Reserva Federal sostienen que el endeudamiento récord no plantea problemas serios. Según la curiosa teoría lanzada por Alan Greenspan en 2004, “el déficit en cuenta corriente y la deuda del público no deben preocupar”.

11 marzo, 2005

El jefe del emisor lo afirmó ante el Consejo de Relaciones Exteriores, un lobby privado que aún responde al difunto Consenso de Washington (especialmente sus miembros argentinos y chilenos). “La creciente globalización comercial y financiera permite a Estados Unidos tomar prestado hoy mucho más que hace dos décadas”. Pero –como observa Robert Kuttner-“igual se trata de fondos ajenos, cuyo financiamiento eleva el propio pasivo”.

De acuerdo con Greenspan, el mundo vive “un cambio por única vez en el grado de globalización e innovación que altera, temporariamente, los parámetros específicos para evaluar desequilibrios económicos”. Es como si bastase maquillar números para convertir pérdidas en utilidades.

Casi al mismo tiempo, Benjamin Bernanke, ideólogo de Greenspan y también directivo de la RF, iba más lejos, atribuyendo el creciente endeudamiento externo norteamericano a “una saturación de ahorro interno en Asia oriental y la mayoría del mundo”. Hablaba ante una sorprendida asociación de analistas económicos en Richmond, Virginia, algunos de cuyos miembros le hicieron una observación: “Salvo Asia oriental, ese exceso de ahorro interno no se da en el resto del mundo”. Bernanke ni se molestó en replicar.

Por supuesto, el “optimismo salvaje” de ambos va contra la mayoría de analistas dentro y fuera de EE.UU. Según ellos, los crecientes déficit comercial, fiscal y de pagos externos están acentuando peligrosamente la debilidad del dólar, sin que este factor impulse las exportaciones norteamericanas (como debiera hacerlo). Este proceso conduce a un continuo aumento de tasas, porque los mercados se desprenden de bonos federales. En otras palabras, hay menos interés en comprar deuda estadounidense.

De ser como afirman Greenspan y Bernanke, los inversores no se pondrían a vende papeles norteamericanos cada vez que Surcorea o Japón hablan de diversificar sus reservas internacionales, dominadas por activos en dólares. Exactamente como ocurre desde mediados de febrero.

En general, se estima que el déficit comercial llegó a US$ 600.000 millones en 2004, o sea casi 6% del producto bruto interno. Por su parte, el déficit en cuenta corriente y el fiscal, sumados, representan más de 20% del PBI. Añadiendo el endeudamiento de los consumidores (US$ 7,4 billones), se llega a casi todo el PBI.

Por otra parte, los expertos anticipan que los déficit continuarán ampliándose, especialmente si la economía estadounidense mantiene el moderado repunte actual, que contrasta con el estancamiento en la Unión Europea o el lento crecimiento de Japón. El fenómeno se ve realimentado por su propio endeudamiento externo e interno.

Greenspan admite que los desequilibrios no proseguirán indefinidamente. Igual, cree que EE.UU. seguirá captando más fondos exógenos que en el pasado, porque “la globalización ha reducido mucho la tendencia de individuos y empresas a invertir primordialmente en sus propios países. Esta globalización –proclama- es una extensión de la división internacional del trabajo y la especialización fuera de fronteras nacionales. Todo eso es claramente la clave de nuestra reciente historia económica y del futuro”.

Bernanke, ex profesor de economía en Princeton, ofrece un punto de vista aun menos convencional. En vez de atribuir la creciente brecha en pagos externos al escaso ahorro interno en EE.UU. o la comercial asiática, lo explica en virtud de una “enorme acumulación de ahorro interno en economías en desarrollo. Generada, durante los últimos diez años, por una combinación de factores”.

Amén de Asia oriental y sudoriental, Bernanke se imagina que el fenómeno incluye Latinoamérica e, increíblemente, lo relaciona con las crisis sufridas desde 1997 por varias economías de la zona. “Muchos países se convirtieron en exportadores netos de capital, pues los inversores los abandonaban en pos de mejores lugares para colocarse y los bancos centrales constituían colchones de reservas contra futuras crisis”.

Pero lo primero era una fuga de capitales, no un exceso de ahorro interno. Lo segundo ocurrió en escasas ocasiones. Por otra parte, esas economías carecían de recursos suficientes para influir en los flujos de capitales hacia EE.UU.

Bernanke admite que la afluencia de importaciones ha “achicado” la manufactura norteamericana y su potencial exportador. Pero, como su amigo Greenspan, supone que los desequilibrios irán reajustándose gradualmente por cuenta propia. “No veo motivos –dijo- para que ese proceso no sea suave”. Ningún economista parece tomar en serio ambas disertaciones.

El jefe del emisor lo afirmó ante el Consejo de Relaciones Exteriores, un lobby privado que aún responde al difunto Consenso de Washington (especialmente sus miembros argentinos y chilenos). “La creciente globalización comercial y financiera permite a Estados Unidos tomar prestado hoy mucho más que hace dos décadas”. Pero –como observa Robert Kuttner-“igual se trata de fondos ajenos, cuyo financiamiento eleva el propio pasivo”.

De acuerdo con Greenspan, el mundo vive “un cambio por única vez en el grado de globalización e innovación que altera, temporariamente, los parámetros específicos para evaluar desequilibrios económicos”. Es como si bastase maquillar números para convertir pérdidas en utilidades.

Casi al mismo tiempo, Benjamin Bernanke, ideólogo de Greenspan y también directivo de la RF, iba más lejos, atribuyendo el creciente endeudamiento externo norteamericano a “una saturación de ahorro interno en Asia oriental y la mayoría del mundo”. Hablaba ante una sorprendida asociación de analistas económicos en Richmond, Virginia, algunos de cuyos miembros le hicieron una observación: “Salvo Asia oriental, ese exceso de ahorro interno no se da en el resto del mundo”. Bernanke ni se molestó en replicar.

Por supuesto, el “optimismo salvaje” de ambos va contra la mayoría de analistas dentro y fuera de EE.UU. Según ellos, los crecientes déficit comercial, fiscal y de pagos externos están acentuando peligrosamente la debilidad del dólar, sin que este factor impulse las exportaciones norteamericanas (como debiera hacerlo). Este proceso conduce a un continuo aumento de tasas, porque los mercados se desprenden de bonos federales. En otras palabras, hay menos interés en comprar deuda estadounidense.

De ser como afirman Greenspan y Bernanke, los inversores no se pondrían a vende papeles norteamericanos cada vez que Surcorea o Japón hablan de diversificar sus reservas internacionales, dominadas por activos en dólares. Exactamente como ocurre desde mediados de febrero.

En general, se estima que el déficit comercial llegó a US$ 600.000 millones en 2004, o sea casi 6% del producto bruto interno. Por su parte, el déficit en cuenta corriente y el fiscal, sumados, representan más de 20% del PBI. Añadiendo el endeudamiento de los consumidores (US$ 7,4 billones), se llega a casi todo el PBI.

Por otra parte, los expertos anticipan que los déficit continuarán ampliándose, especialmente si la economía estadounidense mantiene el moderado repunte actual, que contrasta con el estancamiento en la Unión Europea o el lento crecimiento de Japón. El fenómeno se ve realimentado por su propio endeudamiento externo e interno.

Greenspan admite que los desequilibrios no proseguirán indefinidamente. Igual, cree que EE.UU. seguirá captando más fondos exógenos que en el pasado, porque “la globalización ha reducido mucho la tendencia de individuos y empresas a invertir primordialmente en sus propios países. Esta globalización –proclama- es una extensión de la división internacional del trabajo y la especialización fuera de fronteras nacionales. Todo eso es claramente la clave de nuestra reciente historia económica y del futuro”.

Bernanke, ex profesor de economía en Princeton, ofrece un punto de vista aun menos convencional. En vez de atribuir la creciente brecha en pagos externos al escaso ahorro interno en EE.UU. o la comercial asiática, lo explica en virtud de una “enorme acumulación de ahorro interno en economías en desarrollo. Generada, durante los últimos diez años, por una combinación de factores”.

Amén de Asia oriental y sudoriental, Bernanke se imagina que el fenómeno incluye Latinoamérica e, increíblemente, lo relaciona con las crisis sufridas desde 1997 por varias economías de la zona. “Muchos países se convirtieron en exportadores netos de capital, pues los inversores los abandonaban en pos de mejores lugares para colocarse y los bancos centrales constituían colchones de reservas contra futuras crisis”.

Pero lo primero era una fuga de capitales, no un exceso de ahorro interno. Lo segundo ocurrió en escasas ocasiones. Por otra parte, esas economías carecían de recursos suficientes para influir en los flujos de capitales hacia EE.UU.

Bernanke admite que la afluencia de importaciones ha “achicado” la manufactura norteamericana y su potencial exportador. Pero, como su amigo Greenspan, supone que los desequilibrios irán reajustándose gradualmente por cuenta propia. “No veo motivos –dijo- para que ese proceso no sea suave”. Ningún economista parece tomar en serio ambas disertaciones.

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