George W.Bush, en uno de sus peores momentos políticos

Ni el republicano conservador “Wall Street Journal” ni su correligionario “Financial Times” ocultan que “pocos presidentes han derrochado tanto capital político en un año como Bush en 2005. Pese a controlar el congreso y la Corte Suprema.

1 febrero, 2006

El gobierno llegó al discurso presidencial sobre estado de la nación sin líder propio en diputados (Tomas DeLay renunció en medio de un escándalo que no termina) y con el del senado –William Frist- también en aprietos. Sondeos realizados en enero señalan que la popularidad de Bush ha cedido a 37/39%, apenas 36/38% del público urbano cree en su honestidad y 40/42% en su liderazgo.

Por otra parte, 55 a 57% de las muestras sostiene que se siguen caminos erróneos en política interna (hay menos libertades civiles), economía –este gobierno se ocupa sólo de los ricos y grandes empresas- e internacional. En ese plano, el rechazo a la guerra iraquí roza 58% y es algo menor en termas como Irán, Afganistán, Latinoamérica y Palestina-Israel. Tangencialmente, el tema Levante crea una brecha entre dos sectores incondicionales a Bush: el fundamentalismo evangélico rural–Karl Rowe- y su correlato judío urbano (William Kristol).

En cuanto al tema político clave de 2006, las elecciones parlamentarias, 47/49% de opiniones señala que el control legislativo debiera pasar a los demócratas (sólo 36% se pronuncia por el actual oficialismo). En similar ámbito, 49/50% de los consultados prefiere que el Capitolio retome la iniciativa en las principales cuestiones y apenas 24/25% apoya a los republicanos.

Vista desde el exterior, la crisis del “bushismo” parece atribuible a una serie de fracasos en materia mundial. En 2005 fue imposible definir hasta dónde llegará el compromiso militar en Irak. Hace poco, Washington admitió, a duras penas, una posible retirada parcial en Bagdad. Ahora, el gobierno se han empantanado en Irán, Palestina-Israel, Venezuela, Bolivia y Méjico (en este caso, por la cruel política antinmigratoria).

Como lo trasunta el mensaje del martes, Bush no sabe aún cómo manejar el triunfo electoral de Hamás (Tel Aviv, tampoco). Por otra parte, mientras aliados como Gran Bretaña, Alemania o Japón no atinan a reaccionar, Rusia propone “definir un plan de ayuda y asesoramiento a los palestinos. Sería un error no hacerlo”, sostiene Vladyímir Putin (olvidando los excesos propios en Chechenia).

En el fondo, reflexionan medios franceses y alemanes, la doctrina Bush de guerra preventiva está carcomiendo la propia democracia norteamericana. Ocurre, en ese plano, lo mismo que pasó en Latinoamérica cuando Washington le aplicó la doctrina de la seguridad nacional. Con cierta ayuda de militares franceses que venían fracasar en Indochina y complicidad del régimen castrista. Hoy, también se esgrime la “seguridad nacional”, pero para deteriorar el estado de derecho en Estados Unidos.

En realidad, antes de las nuevas crisis levantinas, la administración Bush ya estaba afectando las instituciones norteamericanas. Por un lado, el gobierno intentó desmontar el régimen jubilatorio y la seguridad social. Por otro, otorgó rebajas impositivas por US$ 2,35 billones a grandes compañías, contribuyentes ricos y dividendos bursátiles. Ello sin parar mientes en la acumulación de déficit –fisco, pagos externos, comercio exterior- récord, al menos en términos nominales.

En conjunto, los gastos en Irak (más de US$ 350.000 millones), la corrupción vía contratos como los del Halliburton –que involucran al vicepresidente Richard Cheney, ideólogo de Bush- y la corrupción en el sector privado son manifestaciones de un problema estructural. En este sentido, Bush puede sucumbir ante algo peor que lo deparado por Watergate a Richard Nixon. Entretanto, la opinión pública demanda más integridad, más transparencia, menos extremismo conservador –una forma de fascismo- y una gestión bipartidaria.

El gobierno llegó al discurso presidencial sobre estado de la nación sin líder propio en diputados (Tomas DeLay renunció en medio de un escándalo que no termina) y con el del senado –William Frist- también en aprietos. Sondeos realizados en enero señalan que la popularidad de Bush ha cedido a 37/39%, apenas 36/38% del público urbano cree en su honestidad y 40/42% en su liderazgo.

Por otra parte, 55 a 57% de las muestras sostiene que se siguen caminos erróneos en política interna (hay menos libertades civiles), economía –este gobierno se ocupa sólo de los ricos y grandes empresas- e internacional. En ese plano, el rechazo a la guerra iraquí roza 58% y es algo menor en termas como Irán, Afganistán, Latinoamérica y Palestina-Israel. Tangencialmente, el tema Levante crea una brecha entre dos sectores incondicionales a Bush: el fundamentalismo evangélico rural–Karl Rowe- y su correlato judío urbano (William Kristol).

En cuanto al tema político clave de 2006, las elecciones parlamentarias, 47/49% de opiniones señala que el control legislativo debiera pasar a los demócratas (sólo 36% se pronuncia por el actual oficialismo). En similar ámbito, 49/50% de los consultados prefiere que el Capitolio retome la iniciativa en las principales cuestiones y apenas 24/25% apoya a los republicanos.

Vista desde el exterior, la crisis del “bushismo” parece atribuible a una serie de fracasos en materia mundial. En 2005 fue imposible definir hasta dónde llegará el compromiso militar en Irak. Hace poco, Washington admitió, a duras penas, una posible retirada parcial en Bagdad. Ahora, el gobierno se han empantanado en Irán, Palestina-Israel, Venezuela, Bolivia y Méjico (en este caso, por la cruel política antinmigratoria).

Como lo trasunta el mensaje del martes, Bush no sabe aún cómo manejar el triunfo electoral de Hamás (Tel Aviv, tampoco). Por otra parte, mientras aliados como Gran Bretaña, Alemania o Japón no atinan a reaccionar, Rusia propone “definir un plan de ayuda y asesoramiento a los palestinos. Sería un error no hacerlo”, sostiene Vladyímir Putin (olvidando los excesos propios en Chechenia).

En el fondo, reflexionan medios franceses y alemanes, la doctrina Bush de guerra preventiva está carcomiendo la propia democracia norteamericana. Ocurre, en ese plano, lo mismo que pasó en Latinoamérica cuando Washington le aplicó la doctrina de la seguridad nacional. Con cierta ayuda de militares franceses que venían fracasar en Indochina y complicidad del régimen castrista. Hoy, también se esgrime la “seguridad nacional”, pero para deteriorar el estado de derecho en Estados Unidos.

En realidad, antes de las nuevas crisis levantinas, la administración Bush ya estaba afectando las instituciones norteamericanas. Por un lado, el gobierno intentó desmontar el régimen jubilatorio y la seguridad social. Por otro, otorgó rebajas impositivas por US$ 2,35 billones a grandes compañías, contribuyentes ricos y dividendos bursátiles. Ello sin parar mientes en la acumulación de déficit –fisco, pagos externos, comercio exterior- récord, al menos en términos nominales.

En conjunto, los gastos en Irak (más de US$ 350.000 millones), la corrupción vía contratos como los del Halliburton –que involucran al vicepresidente Richard Cheney, ideólogo de Bush- y la corrupción en el sector privado son manifestaciones de un problema estructural. En este sentido, Bush puede sucumbir ante algo peor que lo deparado por Watergate a Richard Nixon. Entretanto, la opinión pública demanda más integridad, más transparencia, menos extremismo conservador –una forma de fascismo- y una gestión bipartidaria.

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