viernes, 27 de diciembre de 2024

Ganó Blair gracias a Gordon Brown, su futuro reemplazante

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A horas del comicio, toma cuerpo la idea de que –en algún momento- el castigado Tony Blair dejará el cargo a Brown. En efecto, su excelente manejo de la economía salvó al laborismo de la derrota, en un clima de empobrecimiento político.

“Pese a su mediocridad y falta de propuestas, los conservadores captaron votos laboristas que se le escaparon a Blair por la derecha. Pero los demoliberales no pudieron aprovechar los que huían hacia la izquierda, por la preversidad del sistema electoral”, señalaban dos comentaristas en BBC World.

La apretada victoria no invalida el profundo deterioro de Blair. “Al revés de Brown, no cumplio con sus compromisos iniciales. Fue hipocrita y mintió descaradamente en torno de Irak, armas que nunca existieron y sumisión de Londres al dictado de Wasgington”. Así decían algunos militantes laboristas, mientras Blair se hacía fotografiar sonriente junto a su esposa. Pero no en la sede del partido, donde dominaban las caras largas: la diferencia favorable al oficialismo ha bajado de 162 a 65 bancas.

Inclusive el lema más pegadizo de la campaña, “cuando voten, acuérdense de sus créditos hipotecarios”, apunta a los éxitos de Brown. Ahora, Blair afrontará un problema de distinta naturaleza, poco mencionado en la ola de opiniones y comentarios: la suerte de los inminentes referendos sobre la constitución europea. Si el NO francés se impone (53 a 55%, según varias encuesta) desobrda a otros países, Blair quizá deba entregar las riendas a Brown antes de lo presumible.

Por cierto, estas elecciones “inician una era posdemocrática de empobrecimiento político, entre grotescos escándalos, propaganda racista y la triste interna de los Windsor”, sostenía días atrás “Der Spiegel”. En cuanto al factor europeo, los británicos han emitido una señal inquietante: votaron por el oficialismo porque se sienten ricos y poderosos en su ínsula donde ni siquiera circula la moneda común. Por tanto, tienen incentivos para rechazar una constitución cada vez más discutida en el continente.

No en vano, un reciente comentario editorial del “New York Times”, donde se califica de “masoquistas” a los votantes británicos que siguen apoyando a Blair, fue calificado por la Casa Blanca como insulto a un fiel aliado. En todo caso –replicaba el “Independent” londinense- “los norteamericanos votaron por segunda vez a un Bush fundamentalista que también miente y cuya gestión es menos democrática y más imperialista que la de Blair”. Gran Bretaña tampoco sufre los fenomenales déficit que plagan a EE.UU.

Sin dudas, le será arduo al rpimer ministro gobernar con un parlamento donde conservadores, liberales y laboristas de izquierda puedan aliarse en su contra.
Para colmo, Rupert Murdoch –magnate de medios australiano que puso la cadena Fox al servicio de Bush en la campaña de 2004-, plegado a Blair vía un tabloide amarillom no pudo impedir que su principal columnista tachase al gobierno de “mentiroso, corrupto y despreciable”.

En cierto sentido, Murdoch y su escriba disidente reflejan el verdadero trasfondo de estas elecciones. Como se pregunta “Le monde” desde París, “¿qué motivos concretos tienen los británicos para no votar a Blair? ¿acaso nos les ha dado diez años de prosperidad económica y bajo desempleo? ¿a quién le importa el socialismo?”.

Pero ocurre que el mérito no es de Blair, sino de Brown, ministro de Economía (pomposamente llamado “canciller del tesoro real”). Por eso este funcionario era más visible que su jefe en los actos de campaña y lo ha reemplazado como adalid de una clase media que toma vino de US$ 100 la botella, paga costosas cirugías estéticas, es adicta a la pornografía más vergonzosa, los autos de lujo y demás símbolos de hedonismo.

Resulta difícil creer que Londres contenga en la actualidad once de los cincuenta restaurantes más caros –no necesariamente los mejores- del planeta. Más explicable es la renovada adhesión de público, medios y dirigentes al “espléndido aislamiento” predicado por William Pitt el joven.Vale decir, a una orgullosa y repreciada libra esterlina, que desafía los vaivenes del dólar y el euro. Como es habitual desde fines del siglo XVIII, el patriotismo inglés se manifesta por canales económicos y financieros (salvo cuando hay guerras, aunque no tan poco rentables como la iraquí).

Este proceso va mucho más allá de una elección o Blair. “Crece en el país un perverso patrioterismo, cifrado en un concepto novedoso, la britanidad”. Hoy, revela el “Independent”, cuesta vender libros de texto escolares que incluyan aspectos obscuros o poco simpaticos de la propia historia inglesa y escocesa. “La política –sostiene el diario- es un rejunte hipocrita de actitudes groseras, negocios fáciles y progranass electorales que después no se cumplen”. De eso al “que se vayan todos” no media un largo trecho. A lo sumo, alguna futura crisis económica o el agotamiento de reservas petroleras en el mar del Norte.

“Pese a su mediocridad y falta de propuestas, los conservadores captaron votos laboristas que se le escaparon a Blair por la derecha. Pero los demoliberales no pudieron aprovechar los que huían hacia la izquierda, por la preversidad del sistema electoral”, señalaban dos comentaristas en BBC World.

La apretada victoria no invalida el profundo deterioro de Blair. “Al revés de Brown, no cumplio con sus compromisos iniciales. Fue hipocrita y mintió descaradamente en torno de Irak, armas que nunca existieron y sumisión de Londres al dictado de Wasgington”. Así decían algunos militantes laboristas, mientras Blair se hacía fotografiar sonriente junto a su esposa. Pero no en la sede del partido, donde dominaban las caras largas: la diferencia favorable al oficialismo ha bajado de 162 a 65 bancas.

Inclusive el lema más pegadizo de la campaña, “cuando voten, acuérdense de sus créditos hipotecarios”, apunta a los éxitos de Brown. Ahora, Blair afrontará un problema de distinta naturaleza, poco mencionado en la ola de opiniones y comentarios: la suerte de los inminentes referendos sobre la constitución europea. Si el NO francés se impone (53 a 55%, según varias encuesta) desobrda a otros países, Blair quizá deba entregar las riendas a Brown antes de lo presumible.

Por cierto, estas elecciones “inician una era posdemocrática de empobrecimiento político, entre grotescos escándalos, propaganda racista y la triste interna de los Windsor”, sostenía días atrás “Der Spiegel”. En cuanto al factor europeo, los británicos han emitido una señal inquietante: votaron por el oficialismo porque se sienten ricos y poderosos en su ínsula donde ni siquiera circula la moneda común. Por tanto, tienen incentivos para rechazar una constitución cada vez más discutida en el continente.

No en vano, un reciente comentario editorial del “New York Times”, donde se califica de “masoquistas” a los votantes británicos que siguen apoyando a Blair, fue calificado por la Casa Blanca como insulto a un fiel aliado. En todo caso –replicaba el “Independent” londinense- “los norteamericanos votaron por segunda vez a un Bush fundamentalista que también miente y cuya gestión es menos democrática y más imperialista que la de Blair”. Gran Bretaña tampoco sufre los fenomenales déficit que plagan a EE.UU.

Sin dudas, le será arduo al rpimer ministro gobernar con un parlamento donde conservadores, liberales y laboristas de izquierda puedan aliarse en su contra.
Para colmo, Rupert Murdoch –magnate de medios australiano que puso la cadena Fox al servicio de Bush en la campaña de 2004-, plegado a Blair vía un tabloide amarillom no pudo impedir que su principal columnista tachase al gobierno de “mentiroso, corrupto y despreciable”.

En cierto sentido, Murdoch y su escriba disidente reflejan el verdadero trasfondo de estas elecciones. Como se pregunta “Le monde” desde París, “¿qué motivos concretos tienen los británicos para no votar a Blair? ¿acaso nos les ha dado diez años de prosperidad económica y bajo desempleo? ¿a quién le importa el socialismo?”.

Pero ocurre que el mérito no es de Blair, sino de Brown, ministro de Economía (pomposamente llamado “canciller del tesoro real”). Por eso este funcionario era más visible que su jefe en los actos de campaña y lo ha reemplazado como adalid de una clase media que toma vino de US$ 100 la botella, paga costosas cirugías estéticas, es adicta a la pornografía más vergonzosa, los autos de lujo y demás símbolos de hedonismo.

Resulta difícil creer que Londres contenga en la actualidad once de los cincuenta restaurantes más caros –no necesariamente los mejores- del planeta. Más explicable es la renovada adhesión de público, medios y dirigentes al “espléndido aislamiento” predicado por William Pitt el joven.Vale decir, a una orgullosa y repreciada libra esterlina, que desafía los vaivenes del dólar y el euro. Como es habitual desde fines del siglo XVIII, el patriotismo inglés se manifesta por canales económicos y financieros (salvo cuando hay guerras, aunque no tan poco rentables como la iraquí).

Este proceso va mucho más allá de una elección o Blair. “Crece en el país un perverso patrioterismo, cifrado en un concepto novedoso, la britanidad”. Hoy, revela el “Independent”, cuesta vender libros de texto escolares que incluyan aspectos obscuros o poco simpaticos de la propia historia inglesa y escocesa. “La política –sostiene el diario- es un rejunte hipocrita de actitudes groseras, negocios fáciles y progranass electorales que después no se cumplen”. De eso al “que se vayan todos” no media un largo trecho. A lo sumo, alguna futura crisis económica o el agotamiento de reservas petroleras en el mar del Norte.

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