domingo, 22 de diciembre de 2024

Francia puede bochar la constitución de la Unión Europea

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Si el humor francés no cambia de hoy al 29 de mayo, las encuestas anticipan un NO en el plebiscito por la constitución europea. Según varios sondeos, está en contra de 48 a 53% y a favor no más de 37,5%. En París, la relación es 56 a 29%.

Las consecuencias de semejante veredicto serán tan históricas como negativas. Basta una sola votación en contra para congelar todo un esquema que, por otra partre, sigue siendo demasiado ambicioso, muy complicado y poco flexible. Además, aunque ambos temas no estén relacionados, la gente se opone a la constitución porque la identifica con el euro.

Italianos franceses, españoles y alemanes han sido castigados por “redondeos hacia arriba” durante la conversión de sus monedas locales en euros (2000-2) y todavía pagan precios escandalosos por casi todo. En París, un corte de pelo masculino cuestra € 35 como mínimo y una botella de mal vinmo barato no baja de quince. En Roma, una pizza tipo martgherita sale de € 20 en más. De la cerveza alemana o danesa, mejor ni hablar.

Políticamente, el costo del eventual NO será grave. Para empezar, interrumpirá un proceso de unificación iniciado en 1948 con la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Algunos analistas van más lejos e identifican el mismo proceso con el plan de reconstrucción lanzado por el general George Marshall y Bretton Woods (1944/5).

Una imprudente declaración de Joschka Fischer, ministro alemán, vinculó todavía más el euro con la constitución ante los ojos del público. “La moneda común es un proyect político. Si la carta magna se frustra, el euro perderá valor simbólico”. Cabe preguntarse qué pasará con instrumentos tan rígidos como el pacto de estabilidad fiscal (1996), hoy virtualmente nulo. Ocurre que el euro y ese acuerdo reflejan el reglamentarismo típico de los banqueros y su indiferencia antes realidades cotidianas. “El Banco Central Europeo es producto del Bundesbank, pero carece de la típica Realpolitik germana”, se ha oído decirvarias veces en la Comisión Europea.

Volviendo al plebiscito galo, ni un desprestigiado Jacques Chirac –actual presidente- ni su pálifo antecesor, Valéry Giscard d’Estaing, logran persuadir a sus conciudadanos. “Si vence el NO, será una crisis”, sostuvo el segundo ante autoridades de la escuela militar. Nadie aplaudió. Por supuesto, sin París el proyecto paneuropeo perderá trascendencia y atractivos; particularmte, entre ex miembros del bloque soviético, tan habituados al satelismo que hoy son más adictos a Estados Unidos (una superpotencia en lo geopolítico) que a la pluralista y mucho más equilibrada UE. En verdad, ésta tiene sólo dos ventajas estratégicas para Polonia, Hungría o Eslovaquia: es la mayor economía del mundo y ya están adentro de ella.

El mosaico sociopolítico francés aconsejaba dejar este prebiscito para el final de la serie. Especialmente por la heterogeneidad del frente opositor: desde el catolicismo ultramontano –influido por la prédica vaticana contra “una constitución sin Cristo”, de rasgos tridentinos- hasta el degolismo (Charles Pasqua, ministro conservador, tacha la constitución de “federalista, ultraliberal y atlántica”) o el socialismo. Su vocero, Henri Emmanuelli –otro apellido corso-, promueve el NO porque “hay un sesgo economicista anglosajón y su idea de productividad atenta contra los derechos laborales”.

Las consecuencias de semejante veredicto serán tan históricas como negativas. Basta una sola votación en contra para congelar todo un esquema que, por otra partre, sigue siendo demasiado ambicioso, muy complicado y poco flexible. Además, aunque ambos temas no estén relacionados, la gente se opone a la constitución porque la identifica con el euro.

Italianos franceses, españoles y alemanes han sido castigados por “redondeos hacia arriba” durante la conversión de sus monedas locales en euros (2000-2) y todavía pagan precios escandalosos por casi todo. En París, un corte de pelo masculino cuestra € 35 como mínimo y una botella de mal vinmo barato no baja de quince. En Roma, una pizza tipo martgherita sale de € 20 en más. De la cerveza alemana o danesa, mejor ni hablar.

Políticamente, el costo del eventual NO será grave. Para empezar, interrumpirá un proceso de unificación iniciado en 1948 con la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Algunos analistas van más lejos e identifican el mismo proceso con el plan de reconstrucción lanzado por el general George Marshall y Bretton Woods (1944/5).

Una imprudente declaración de Joschka Fischer, ministro alemán, vinculó todavía más el euro con la constitución ante los ojos del público. “La moneda común es un proyect político. Si la carta magna se frustra, el euro perderá valor simbólico”. Cabe preguntarse qué pasará con instrumentos tan rígidos como el pacto de estabilidad fiscal (1996), hoy virtualmente nulo. Ocurre que el euro y ese acuerdo reflejan el reglamentarismo típico de los banqueros y su indiferencia antes realidades cotidianas. “El Banco Central Europeo es producto del Bundesbank, pero carece de la típica Realpolitik germana”, se ha oído decirvarias veces en la Comisión Europea.

Volviendo al plebiscito galo, ni un desprestigiado Jacques Chirac –actual presidente- ni su pálifo antecesor, Valéry Giscard d’Estaing, logran persuadir a sus conciudadanos. “Si vence el NO, será una crisis”, sostuvo el segundo ante autoridades de la escuela militar. Nadie aplaudió. Por supuesto, sin París el proyecto paneuropeo perderá trascendencia y atractivos; particularmte, entre ex miembros del bloque soviético, tan habituados al satelismo que hoy son más adictos a Estados Unidos (una superpotencia en lo geopolítico) que a la pluralista y mucho más equilibrada UE. En verdad, ésta tiene sólo dos ventajas estratégicas para Polonia, Hungría o Eslovaquia: es la mayor economía del mundo y ya están adentro de ella.

El mosaico sociopolítico francés aconsejaba dejar este prebiscito para el final de la serie. Especialmente por la heterogeneidad del frente opositor: desde el catolicismo ultramontano –influido por la prédica vaticana contra “una constitución sin Cristo”, de rasgos tridentinos- hasta el degolismo (Charles Pasqua, ministro conservador, tacha la constitución de “federalista, ultraliberal y atlántica”) o el socialismo. Su vocero, Henri Emmanuelli –otro apellido corso-, promueve el NO porque “hay un sesgo economicista anglosajón y su idea de productividad atenta contra los derechos laborales”.

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