Es el entierro informal del Tratado Transpacífico, la obsesión de Obama que mereció la tibieza evasiva de Hillary Clinton (que antaño lo había apoyado con entusiasmo) y el total rechazo de Trump. Como el que ganó los comicios fue el irreverente empresario, nadie duda de la inviabilidad de esta iniciativa. Por su parte, el tratado que persigue Beijing alcanza a 16 países, pero excluye a Estados Unidos. La torta se dio vuelta.
Australia muestra el camino a otros países vecinos. Reformular las políticas comerciales de largo plazo, y también, aunque no se diga expresamente, los pactos militares defensivos vigentes.
Fue apenas un año atrás, aun cuando la memoria haga trampa y parezca que ha pasado un lustro. El acuerdo se había logrado en Atlanta a fin de octubre de 2015. Luego, en Nueva Zelanda se firmó el Tratado Transpacífico, que armaba un bloque de naciones que representan 40% del producto bruto interno global (Estados Unidos, Canadá, México, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Chile, Perú, Malasia, Singapur, Vietnam y Brunei).
Fue la coronación de un largo esfuerzo del Presidente Barack Obama (pero precedido por el de dos mandatarios de las filas republicanas). Era la piedra de toque de toda la arquitectura geopolítica estadounidense para este siglo. El reconocimiento de que el poder se ha desplazado al Pacífico y es necesario rebalancear la política asiática para impedir la hegemonía de Beijing. Este era el objetivo central del TPP (Tratado TransPacífico). La joya de la construcción geopolítica para las décadas venideras, como se suponía.
Es que hace tiempo que Washington decidió a qué teoría geopolítica adhería. Existía la certeza de que había llegado la era del Pacífico y que para seguir siendo la superpotencia hegemónica que se pretende, debía tener control total de ese océano y garantizar a sus aliados (en especial, Japón, Australia, y los que han firmado el Tratado Transpacífico) que no deben temer a China.
Pero Beijing tiene otras ideas. Además de construir una flota naval muy importante, ha “inventado” islas acumulando arena traída en barcos sobre varios puntos estratégicos. Eso significa -advierte- que el mar que las rodea es espacio marítimo exclusivamente chino.
En el otro plano, China tampoco se quedó atrás y lanzó su propia iniciativa comercial, un acuerdo integral con todos los vecinos del sudeste asiático y de los mares circundantes. Pero hasta ahora no había logrado avances significativos.
Ahora con la ayuda de Donald Trump –que amenaza olvidarse totalmente de ese acuerdo TransPacífico- logra cambiar el juego.