Existe bastante de mito o ficción en el milagro chino

Analistas de Singapur y Londres dudan sobre un auge de moda en años recientes. Titulares exaltando un prodigioso ímpetu, China como cuarta economía, delante de Gran Bretaña y continuos ajustes alcistas del PBI han creado un mito peligroso.

14 enero, 2006

Por supuesto, la idea de China como modelo en inevitable, perpetuo progreso es la más peligrosa de las ficciones. Tanto que, de alguna manera, los mercados occidentales han sido conscientes del problema durante los últimos años. Más de la mitad del US$ 1,1 billon en inversiones externas directas (IED), desde 1995, han sido fondos de origen chino, blanqueados vía plazza extraterritoriales por empresarios, financistas y funcionarios corruptos.

En cuanto al resto, las inversiones occidentales se han mantenido en US$ 7.000 millones anulae. Sólo fuentes del este y sudeste de Asia han elevado su expoisicón crediticiaen China. Entre ellas, Japón (por larga recesión y la escasa rentabilidad local) e Indonesia tras el colapso de 1987.

Una vez discriminadas las partidas, quedaclaro que realidad china no convalida la vera euforia promovida por ciertos banqueros, analistas y –en particular- medios nada desinteresados. Si bien es verdad que las tasas de crecimiento han sido fuertes, no son necesariamente síntomas de buena salud. El problema chino básico, la incapacidad de distribuir fondos con eficiencia, forma parte del modelo de desarrollo. Sus metas –veloz urbanización, empleo masivo, maximización del flujo de capitales- han sido encaradas, pero en detrimento de la rentabiliiai de esos mismos capitales. A su tiempo, China se encontrará en un callejón sin salida a causa de sus falkencias, pero también de sus éxitos.

Hasta hace muy poco, el sistema económico actuaba en forma muy peculiar. Los bancos estatales monopizaban los depósitos, lo cual les permitía aprovechar la legendaria proclividad de la gente al ahorro y, de ese modo, asegurarse una vasta fuente de capital. Luego, se los prestaban a empresas públicas, sirviendo dos propósitos. Uno, mantener el dinero “en familia” (a menudo, literalmente) y ayudar a Beijing a controlar el sistema económico y político en general.

El otro objetivo consistía en solventar y fomentar empleo, debido a que los préstamos eran frecuentes y a tasassubsidiadas. Nadie se preocupaba por el repago de esos créditos.

El costo de mantener el dinero circulando de esa manera, claro, reside en la proliferación del endeudamiento en las empresas estatales, al punto de que sus balances se vean ridículos. Por otro lado, los bancos están atiborrados de carteras morosas o incobrables. Estimaciones independientes, pero poco precisas –provenientes de Hongkong, Taipei y Singapur-, proyectan esa malas carteras a 25/50% del PBI. Sin embargo, mientras el sistema siga cerrado, ese proceso perdurará. Al cabo, poco importa que bancos estén en quiebra potencial, si los respalda el estado, están a cubierto de competidores y tienen acceso exlcusivo a los depósitos.

Estos mecanismos, inaugurado por el goibieeno de Deng Xiaoping en 1979, fueron útiles durante varios años. Fomentaron un crecimiento sin cortapisas, veloz urbanización y mayor peso económico en la región y el mundo. Pero, durante los 90, surgió un obstáculo: China ya no estaba sola en su microcosmos y, ya en los albores del siglo XXI, casi la mitaddel PBI depende del intercambio global y las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Así, desde diciembre próximo, Beijing deberá permitir que bancos extranjeras compitan sin restricciones en el sector financiero local.

Dejando de lado la inanidad de la OMC o su posible colapso (junto con el de la ronda Dohá), sobrevendrán ajustes traumáticos para el sistema bancario local. Después de todo, ¿que hará el depositante chino cuando una entidad extranjera le ofrezca retornos de 2% anual sobre su colocación? ¿continuará opereando con un banco estatale que esporádicamente le retorna la colocación, pero sin intereses?

Desde hace dos años, altos funcionarios se consultan regularmente entre sí, con expertos, banqueros y empresarios buscando formas de prevenir una catástrofe. Resultado: una serie de paliativos para ganar tiempo.

Con vistas al mediano y el largo plazos, como era dable esperar hay dos soluciones opuestas. La primera pretence a la generación de Deng Xiaoping y Jiang Zemin y se resume en una frase: “Crezcamos más rápido y todo funcionará bien”. Durante la presidencia de Deng. La dirigencia por cierto advirtió el sobrendudamiento financiero y –como ocurria en Japón- trató de atacar el problema en su gvénesis, el sistema bancario.

Jiang propuso fomentar activamente la construcción, apostando a que el masivo crecimiento resultante catapultase al país al mundo desarrollado. O, por lo menos, elevara ingresos para toda la población, a fin de prevenir disturbios o levantamientos locales. Esta política se basaba en la creencia de que sólo una fulminante expansión del PBI (8% anual o más) podría frenar el creciente desempleo, las presiones urbanas y el malestar social.

La segunda salida se origina en la generación actual, representada por el presidente Hu Jintao, y exige racionalizar metas de desarrollo y política crediticia. Esta dirigencia quiere eliminar el crecimiento por sí mismo, fusionar productores o empresas ineficientes y aplicar a todo una abundante dosis de tecnología. Clave de esta estrategia es un esfuerzo centralmente planeado para centrar el desarrollo en áreas del interior que más lo necesiten. Eso presupone mayor control del crédito.

Ambas soluciones tienen serios invonvenientes.Los gobernadores locales, entusiasmados por el programa de expasión masiva de Jiang, se lanzaron a extender sus propios feudos. Así crecieron “imperios empresarios” y la demanda por todo tipo de insumo industrial, lo cual llevó a un amplio aumento internacional de hidrocarburos y bienes primarios (2003-4). Pero los efectos en la economía china fueron modestos. El país usa 12% de energía y combustibles en el mundo, 25% del aluminio, 28% del acero y 42% del cemento (estadísticas de 2004). Pero apenas representa 4,3% de la producción global.

Los inconvenienes potenciales del programa Hu son asaz inquietantes.Al intentar consolidar, modernizar y racionalizar el legado de Jian, se dio de cabeza contra las dirigencias locales y regionales, Esta “nueva clse” propseró bajo Jian y se resiste a ceder poder o riqueza fácilmente. Pero, dado que el gobierno central ha liberado a los bancos de sus mslas acreencias, ahora tiene una herramienta perfecta para enfrenmtarse con los señores feudales de provincia.

La clave consiste en qué estrategia fracasará o triunfará primero. Si se imponer la receta de Jian, el cecimiento proseguirá junto el aumento de productos primarios, a costa de mayor disparidad social y degradación del ambiente. Un efecto previsible serán estallidos sociales en el interior, a medida como la riqueza se concentra en las regiones costeras, Por supuesto, quizás el sistema financiero se caiga antes.

En verdad, ya se han producido levantamientos rirales en las provincia de Zhejian -20.000 campesinos tomaron la capital- y Shanwei donde, por vez primera desde la masacre de Tian Anmen (1989) se enviaron tropas con orden de dispara.

No obstante las complicaciones creadas por la solución Jiang, el verdadero peligro para el sistema reside en la solución Hu. Aparte de lidiar con la corrupción y la inflación dejadas por el régimen anterior, ahora Beijing debe desmontar lo que Jiang había logrado armar; es decir, miles de nuevas empresas para las cuales la rentabilidad no corre. Esto deriva de un rasgo atípico del programa Hu: nada menos que el intento de redaptar la economía china a las occidentales, aunque con mucha latitud. El juego sigue sobreel tapete.

Por supuesto, la idea de China como modelo en inevitable, perpetuo progreso es la más peligrosa de las ficciones. Tanto que, de alguna manera, los mercados occidentales han sido conscientes del problema durante los últimos años. Más de la mitad del US$ 1,1 billon en inversiones externas directas (IED), desde 1995, han sido fondos de origen chino, blanqueados vía plazza extraterritoriales por empresarios, financistas y funcionarios corruptos.

En cuanto al resto, las inversiones occidentales se han mantenido en US$ 7.000 millones anulae. Sólo fuentes del este y sudeste de Asia han elevado su expoisicón crediticiaen China. Entre ellas, Japón (por larga recesión y la escasa rentabilidad local) e Indonesia tras el colapso de 1987.

Una vez discriminadas las partidas, quedaclaro que realidad china no convalida la vera euforia promovida por ciertos banqueros, analistas y –en particular- medios nada desinteresados. Si bien es verdad que las tasas de crecimiento han sido fuertes, no son necesariamente síntomas de buena salud. El problema chino básico, la incapacidad de distribuir fondos con eficiencia, forma parte del modelo de desarrollo. Sus metas –veloz urbanización, empleo masivo, maximización del flujo de capitales- han sido encaradas, pero en detrimento de la rentabiliiai de esos mismos capitales. A su tiempo, China se encontrará en un callejón sin salida a causa de sus falkencias, pero también de sus éxitos.

Hasta hace muy poco, el sistema económico actuaba en forma muy peculiar. Los bancos estatales monopizaban los depósitos, lo cual les permitía aprovechar la legendaria proclividad de la gente al ahorro y, de ese modo, asegurarse una vasta fuente de capital. Luego, se los prestaban a empresas públicas, sirviendo dos propósitos. Uno, mantener el dinero “en familia” (a menudo, literalmente) y ayudar a Beijing a controlar el sistema económico y político en general.

El otro objetivo consistía en solventar y fomentar empleo, debido a que los préstamos eran frecuentes y a tasassubsidiadas. Nadie se preocupaba por el repago de esos créditos.

El costo de mantener el dinero circulando de esa manera, claro, reside en la proliferación del endeudamiento en las empresas estatales, al punto de que sus balances se vean ridículos. Por otro lado, los bancos están atiborrados de carteras morosas o incobrables. Estimaciones independientes, pero poco precisas –provenientes de Hongkong, Taipei y Singapur-, proyectan esa malas carteras a 25/50% del PBI. Sin embargo, mientras el sistema siga cerrado, ese proceso perdurará. Al cabo, poco importa que bancos estén en quiebra potencial, si los respalda el estado, están a cubierto de competidores y tienen acceso exlcusivo a los depósitos.

Estos mecanismos, inaugurado por el goibieeno de Deng Xiaoping en 1979, fueron útiles durante varios años. Fomentaron un crecimiento sin cortapisas, veloz urbanización y mayor peso económico en la región y el mundo. Pero, durante los 90, surgió un obstáculo: China ya no estaba sola en su microcosmos y, ya en los albores del siglo XXI, casi la mitaddel PBI depende del intercambio global y las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Así, desde diciembre próximo, Beijing deberá permitir que bancos extranjeras compitan sin restricciones en el sector financiero local.

Dejando de lado la inanidad de la OMC o su posible colapso (junto con el de la ronda Dohá), sobrevendrán ajustes traumáticos para el sistema bancario local. Después de todo, ¿que hará el depositante chino cuando una entidad extranjera le ofrezca retornos de 2% anual sobre su colocación? ¿continuará opereando con un banco estatale que esporádicamente le retorna la colocación, pero sin intereses?

Desde hace dos años, altos funcionarios se consultan regularmente entre sí, con expertos, banqueros y empresarios buscando formas de prevenir una catástrofe. Resultado: una serie de paliativos para ganar tiempo.

Con vistas al mediano y el largo plazos, como era dable esperar hay dos soluciones opuestas. La primera pretence a la generación de Deng Xiaoping y Jiang Zemin y se resume en una frase: “Crezcamos más rápido y todo funcionará bien”. Durante la presidencia de Deng. La dirigencia por cierto advirtió el sobrendudamiento financiero y –como ocurria en Japón- trató de atacar el problema en su gvénesis, el sistema bancario.

Jiang propuso fomentar activamente la construcción, apostando a que el masivo crecimiento resultante catapultase al país al mundo desarrollado. O, por lo menos, elevara ingresos para toda la población, a fin de prevenir disturbios o levantamientos locales. Esta política se basaba en la creencia de que sólo una fulminante expansión del PBI (8% anual o más) podría frenar el creciente desempleo, las presiones urbanas y el malestar social.

La segunda salida se origina en la generación actual, representada por el presidente Hu Jintao, y exige racionalizar metas de desarrollo y política crediticia. Esta dirigencia quiere eliminar el crecimiento por sí mismo, fusionar productores o empresas ineficientes y aplicar a todo una abundante dosis de tecnología. Clave de esta estrategia es un esfuerzo centralmente planeado para centrar el desarrollo en áreas del interior que más lo necesiten. Eso presupone mayor control del crédito.

Ambas soluciones tienen serios invonvenientes.Los gobernadores locales, entusiasmados por el programa de expasión masiva de Jiang, se lanzaron a extender sus propios feudos. Así crecieron “imperios empresarios” y la demanda por todo tipo de insumo industrial, lo cual llevó a un amplio aumento internacional de hidrocarburos y bienes primarios (2003-4). Pero los efectos en la economía china fueron modestos. El país usa 12% de energía y combustibles en el mundo, 25% del aluminio, 28% del acero y 42% del cemento (estadísticas de 2004). Pero apenas representa 4,3% de la producción global.

Los inconvenienes potenciales del programa Hu son asaz inquietantes.Al intentar consolidar, modernizar y racionalizar el legado de Jian, se dio de cabeza contra las dirigencias locales y regionales, Esta “nueva clse” propseró bajo Jian y se resiste a ceder poder o riqueza fácilmente. Pero, dado que el gobierno central ha liberado a los bancos de sus mslas acreencias, ahora tiene una herramienta perfecta para enfrenmtarse con los señores feudales de provincia.

La clave consiste en qué estrategia fracasará o triunfará primero. Si se imponer la receta de Jian, el cecimiento proseguirá junto el aumento de productos primarios, a costa de mayor disparidad social y degradación del ambiente. Un efecto previsible serán estallidos sociales en el interior, a medida como la riqueza se concentra en las regiones costeras, Por supuesto, quizás el sistema financiero se caiga antes.

En verdad, ya se han producido levantamientos rirales en las provincia de Zhejian -20.000 campesinos tomaron la capital- y Shanwei donde, por vez primera desde la masacre de Tian Anmen (1989) se enviaron tropas con orden de dispara.

No obstante las complicaciones creadas por la solución Jiang, el verdadero peligro para el sistema reside en la solución Hu. Aparte de lidiar con la corrupción y la inflación dejadas por el régimen anterior, ahora Beijing debe desmontar lo que Jiang había logrado armar; es decir, miles de nuevas empresas para las cuales la rentabilidad no corre. Esto deriva de un rasgo atípico del programa Hu: nada menos que el intento de redaptar la economía china a las occidentales, aunque con mucha latitud. El juego sigue sobreel tapete.

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