Europa occidental no puede prescindir del gas ruso

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La decisión rusa de cortarle el gas a Ucrania es hoy vista en Wall Street como un error de cálculo. A su juicio, sólo demostró hasta dónde Bruselas puede apoyar a Kíyev para resistir a Moscú. Pero los europeos han recibido algunas lecciones.

Analistas de negocios creen que al presidente Vladyímir Putin se le fue la mano y, en cierto modo, fue “obligado” por la Unión Europea a reabrir los gasoductos que van hacia el oeste. Al parecer, no tuvo en cuenta una ventaja estratégica de Ucrania: por su territorio pasa el principal de ellos. Tampoco paró mientes en el riesgo de comprometer la confianza de Alemania, Francia, Italia y otros países en Rusia como proveedora.

Ahora, empero, surge otra “lección”. Dado que la UE aún carece de opciones al fluido ruso, debe convivir con los peculiares hábitos moscovitas en materia comercial y política. Pese al derrumbe de la Unión Soviética como superpotencia, Moscú no se resigna a tener sólo peso económico pero quedar a la zaga de Occidente en el aspecto geopolítico.

Por cierto, Rusia insiste en actuar como potencia global y ve en sus recursos naturales un instrumento para perseguir ese fin. Quizá sea, en verdad, el instrumento clave, pues sus bases industriales y militares no están ni de lejos a la altura de las occidentales.

“Europa debe adaptarse no a la idea de una Rusia cada vez más democrática, sino a lo contrario. Es decir, a un régimen autoritario que privilegia sus propios intereses y su esfera de infuencia en el exterior”. Así afirma el conservador John Kornblum, ex embajador norteamericano en Alemania, hoy banquero (¿?) residente en Berlín.

Eso significa acostumbrarse a que Rusia “politice cuestiones económicas o comerciales y tome actitudes intransigentes, llegado el caso”. Por lo mismo, la UE no debiera “trepidar en politizar sus propias posturas económicas y comerciales”. Al mismo tiempo,”tiene que presionar a Moscú en derechos civiles y otros temas atinentes a una democracia, haciendo valer su peso como cliente principal”. Pero ¿cómo hacerlo sin criticar también las veleidades autoritarias de Washington?

Retar a Rusia por recurrir a los hidrocarburos como arma política no tiene mayor sentido. En especial, porque petróleo y gas son sus fuentes claves de ingresos en divisas. Por otra parte, la dependencia europea respecto de hidrocarburos eslavos hará más que aumentar.

La UE puede mejorar su posición negociadora explorando formas de limitar esa dependencia, buscando otros proveedores o desarrollando fuentes alternativas de combustibles. Alemania ya habla de prolongar la vida útil de sus usinas nucleares. A principios de enero, el presidente Jacques Chirac anunció que se construirá el prototipo de una planta atómica de cuarta generación. Su objeto: que, para 2020, los trenes franceses no consuman una gota de derivados petroleros (la posterior amenaza nuclear a Irán no la toma nadie en serio).

Ese tipo de estrategias tiene sus límites, claro. Las usinas nucleares aportan apenas 14$ de la energía eléctrica en Europa occidental, contra 23% de las térmicas, cuyo peso relativo tiende a crecer. El resto es hidroenergía, pero ya está en su límite. Opciones como energía eólica, solar o marina son a muy largo plazo. En el futuro previsible, pues, los duros inviernos nórdicos exigirán más y más gas ruso.

Por supuesto, las actuales relaciones entre la UE y Rusia son mayormente obra de Alemania, pionera de los vínculos económicos y financieros con Moscú durante la guerra fría. Además, es la mayor consumidora de gas moscovita (cubre 65% de sus necesidades). Por ende, cualquier nuevo entendimiento entre este y oeste del continente debe arrancar en Berlín, Semanas atrás, el flamante gobierno germano puso públicamente en duda la fiabilidad de Rusia como proveedora y dijo que era momento de pensar en otras fuentes de energía y combustibles.

La canciller Angela Merkel tocó el asunto durante su primer encuentro con Putin. Conservadora, criada en la ex República “democrática”, habla ruso bien y no es tan optimista como su antecesor sobre qué esperar de Moscú. A propósito, Gerhard Schröder fue nombrado en diciembre presidente de un consorcio “privado” rusogermano que tenderá un gasoducto de US$ 5.000 millones hacia el oeste. También es cabildero principal de Gazprom.

En resumen, pocos expertos creen que la UE corra peligro real de que Rusia le corte suministros. Es un mercado demasiado vital para Moscú. Ambas partes han invertido cuantiosas sumas en plantas y ductos. El problema es cómo manejar uua relación tan complicada.

Analistas de negocios creen que al presidente Vladyímir Putin se le fue la mano y, en cierto modo, fue “obligado” por la Unión Europea a reabrir los gasoductos que van hacia el oeste. Al parecer, no tuvo en cuenta una ventaja estratégica de Ucrania: por su territorio pasa el principal de ellos. Tampoco paró mientes en el riesgo de comprometer la confianza de Alemania, Francia, Italia y otros países en Rusia como proveedora.

Ahora, empero, surge otra “lección”. Dado que la UE aún carece de opciones al fluido ruso, debe convivir con los peculiares hábitos moscovitas en materia comercial y política. Pese al derrumbe de la Unión Soviética como superpotencia, Moscú no se resigna a tener sólo peso económico pero quedar a la zaga de Occidente en el aspecto geopolítico.

Por cierto, Rusia insiste en actuar como potencia global y ve en sus recursos naturales un instrumento para perseguir ese fin. Quizá sea, en verdad, el instrumento clave, pues sus bases industriales y militares no están ni de lejos a la altura de las occidentales.

“Europa debe adaptarse no a la idea de una Rusia cada vez más democrática, sino a lo contrario. Es decir, a un régimen autoritario que privilegia sus propios intereses y su esfera de infuencia en el exterior”. Así afirma el conservador John Kornblum, ex embajador norteamericano en Alemania, hoy banquero (¿?) residente en Berlín.

Eso significa acostumbrarse a que Rusia “politice cuestiones económicas o comerciales y tome actitudes intransigentes, llegado el caso”. Por lo mismo, la UE no debiera “trepidar en politizar sus propias posturas económicas y comerciales”. Al mismo tiempo,”tiene que presionar a Moscú en derechos civiles y otros temas atinentes a una democracia, haciendo valer su peso como cliente principal”. Pero ¿cómo hacerlo sin criticar también las veleidades autoritarias de Washington?

Retar a Rusia por recurrir a los hidrocarburos como arma política no tiene mayor sentido. En especial, porque petróleo y gas son sus fuentes claves de ingresos en divisas. Por otra parte, la dependencia europea respecto de hidrocarburos eslavos hará más que aumentar.

La UE puede mejorar su posición negociadora explorando formas de limitar esa dependencia, buscando otros proveedores o desarrollando fuentes alternativas de combustibles. Alemania ya habla de prolongar la vida útil de sus usinas nucleares. A principios de enero, el presidente Jacques Chirac anunció que se construirá el prototipo de una planta atómica de cuarta generación. Su objeto: que, para 2020, los trenes franceses no consuman una gota de derivados petroleros (la posterior amenaza nuclear a Irán no la toma nadie en serio).

Ese tipo de estrategias tiene sus límites, claro. Las usinas nucleares aportan apenas 14$ de la energía eléctrica en Europa occidental, contra 23% de las térmicas, cuyo peso relativo tiende a crecer. El resto es hidroenergía, pero ya está en su límite. Opciones como energía eólica, solar o marina son a muy largo plazo. En el futuro previsible, pues, los duros inviernos nórdicos exigirán más y más gas ruso.

Por supuesto, las actuales relaciones entre la UE y Rusia son mayormente obra de Alemania, pionera de los vínculos económicos y financieros con Moscú durante la guerra fría. Además, es la mayor consumidora de gas moscovita (cubre 65% de sus necesidades). Por ende, cualquier nuevo entendimiento entre este y oeste del continente debe arrancar en Berlín, Semanas atrás, el flamante gobierno germano puso públicamente en duda la fiabilidad de Rusia como proveedora y dijo que era momento de pensar en otras fuentes de energía y combustibles.

La canciller Angela Merkel tocó el asunto durante su primer encuentro con Putin. Conservadora, criada en la ex República “democrática”, habla ruso bien y no es tan optimista como su antecesor sobre qué esperar de Moscú. A propósito, Gerhard Schröder fue nombrado en diciembre presidente de un consorcio “privado” rusogermano que tenderá un gasoducto de US$ 5.000 millones hacia el oeste. También es cabildero principal de Gazprom.

En resumen, pocos expertos creen que la UE corra peligro real de que Rusia le corte suministros. Es un mercado demasiado vital para Moscú. Ambas partes han invertido cuantiosas sumas en plantas y ductos. El problema es cómo manejar uua relación tan complicada.

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