Eurolandia comete los mismos errores de EE.UU. pero al revés

Como se preveía a inicios del mes, el producto bruto de Eurolandia y de algunos miembros (Alemania, Italia) casi no crecerá este año. Además, Berlín intenta una reforma socialmente regresiva, que no mejorará la demanda agregada.

17 agosto, 2003

El programa de reformas anunciado en Alemania, especialmente las medidas en desmedro del “estado de bienestar” y la estabilidad laboral, podría ir derecho al fracaso. Algunos economistas sistémicos no creen en el “discurso del mercado” ni en la extrema ortodoxia monetarista del Banco Central Europeo y su matriz, el Bundesbank. La palidez bursátil que cerró la semana confirmaba las dudas.

Al respecto, subrayan sugestivos paralelos entre el auge de la economía norteamericana en la segunda mitad de los 90 y la presente recesión europea. En ambos casos, los responsables de las políticas creían que la situación entre sus manos derivaba de factores estructurales.

En Estados Unidos, el Sistema de Reserva Federal (SRF) atribuyó el auge a un “milagro de productividad, impulsado por la revolución informática y la dinámica de una nueva economía, que promete continuo crecimiento”. Así hablaba Alan Greenspan (en “Business Week”, paladín de la burbuja bursátil), antes de descubrir la “exuberancia irracional” de los mercados, inspirada en ese tipo de señales.

A partir de ese diagnóstico, que implicaba “el fin de los ciclos económicos cortos” (idea de Abigail J.Cohen, Goldman Sachs, asociada al “fin de la historia” proclamado por Francis Fukuyama, hoy uno de los “nuevos halcones”), el SRF fue aumentado la oferta monetaria.

“Ahora se sabe que la prognosis era errónea”, señala Robert Kuttner, también en “Business Week”. EE.UU. vivía “una clásica burbuja especulativa. Todo se cifraba en expectativas sin asidero y cuentos de hadas”. Por cierto, el SRF inflaba esa burbuja con una política procíclica. Hasta que explotó. Similar destino probablemente les aguarde a las bolsas europeas, embarcadas en su propio verano especulativo.

Resulta, pues, sorprendente –reflexiona el “Financial Times”- que lo mismo suceda hoy en Eurolandia. Por supuesto, las condiciones económicas entre los doce adherentes a la moneda común son inversas. Pero el BCE y sus émulos locales (especialmente en Alemania, la economía clave, España y el Benelux) creen que el “estancamiento recesivo” se debe a factores estructurales.

El principal es la rigidez del mercado laboral, obsesión neoclásica que –vía el FMI, una máquina de cometer errores- ha cundido en países emergentes y periféricos. Apoyándose en aquel diagnóstico, Eurolandia espera que las cosas mejoren con medidas neoclásicas. Además, el BCE y el Bundesbank acusan a los políticos porque “no hacen casi nada para derregular el mercado laboral y modernizar los regímenes jubilatorios”.

Naturalmente, algunos gobiernos comienzan a creer que nada puede hacerse para estimular la demanda agregada. Por otra parte, el pacto de estabilidad –que impone un techo muy rígido al déficit fiscal- les ata las manos. Como en EE.UU. (1996-2000), la prognosis es errónea: parece difícil que treinta años de rigideces súbitamente hayan contraído el crecimiento de 3% anual (1998-2000) a cero o menos.

Además ¿por qué esas mismas rigideces no trabaron el auge europeo de 1996-2000, paralelo al norteamericano? Por ende, cabe preguntarse si las duras reformas laborales y jubilatorias encaradas hoy en Alemania estimularán la demanda agregada. En similar plano, tampoco parece que las reformas brasileñas, muy parecidas, justifiquen el alto costo político y social afrontado por Luiz Inácio de Silva (Lula).

Sin la duda, la Unión Europea (los quince) exhibe rigideces. Algunos sistemas de bienestar social desincentivan el trabajo y fomentan la jubilación prematura (aunque no tanto como el retiro militar latinoamericano), En general, se limita la libertad de tomar y despedir; en parte, por la desmedida influencia sindical. Pero, si bien esos factores restringen la expansión potencial a largo plazo, apenas influyen sobre el ciclo normal de negocios.

Existe un segundo paralelo entre EE.UU. en 1996-2000 y la Eurolandia actual. El auge norteamericano era promovido por un excesivo optimismo sobre el futuro entre consumidores –gastaban, no ahorraban, se endeudaban- e inversores (compraban cualquier papel a cualquier precio, estimulados por los propios agentes bursátiles). Por su lado, la recesión europea se debe al pesimismo excesivo; para el caso, agravado por desastres naturales y climáticos sufridos en 2002 y 2003.

Volviendo a la productividad, el argumento monetarista –típico en bancos centrales incapaces de adoptar medidas anticíclicas-, tampoco resiste el análisis. Medida correctamente, casi no ha cambiado en Eurolandia ni EE.UU. durante los últimos diez años. Es más: a diferencia de EE.UU., gobiernos y consumidores europeos no arrastran un déficit primario de US$ 455.000 millones ni deudas personales por billón y medio de dólares. El primer componente invalidará, a mediano plazo, los presuntos estímulos derivados del doble paquete de rebajas tributarias ofertistas lanzado por George W.Bush (US$ 1,68 billón en 2001-12).

Por lo demás, las reformas estructurales simpáticas al sector financiero son difíciles de imponer en sociedades democráticas. Dado que entrañan cambios socialmente regresivos en la distribución del ingreso y suelen tomar muchos años, si se las erige en condiciones para superar una recesión, no habrá salida.

El programa de reformas anunciado en Alemania, especialmente las medidas en desmedro del “estado de bienestar” y la estabilidad laboral, podría ir derecho al fracaso. Algunos economistas sistémicos no creen en el “discurso del mercado” ni en la extrema ortodoxia monetarista del Banco Central Europeo y su matriz, el Bundesbank. La palidez bursátil que cerró la semana confirmaba las dudas.

Al respecto, subrayan sugestivos paralelos entre el auge de la economía norteamericana en la segunda mitad de los 90 y la presente recesión europea. En ambos casos, los responsables de las políticas creían que la situación entre sus manos derivaba de factores estructurales.

En Estados Unidos, el Sistema de Reserva Federal (SRF) atribuyó el auge a un “milagro de productividad, impulsado por la revolución informática y la dinámica de una nueva economía, que promete continuo crecimiento”. Así hablaba Alan Greenspan (en “Business Week”, paladín de la burbuja bursátil), antes de descubrir la “exuberancia irracional” de los mercados, inspirada en ese tipo de señales.

A partir de ese diagnóstico, que implicaba “el fin de los ciclos económicos cortos” (idea de Abigail J.Cohen, Goldman Sachs, asociada al “fin de la historia” proclamado por Francis Fukuyama, hoy uno de los “nuevos halcones”), el SRF fue aumentado la oferta monetaria.

“Ahora se sabe que la prognosis era errónea”, señala Robert Kuttner, también en “Business Week”. EE.UU. vivía “una clásica burbuja especulativa. Todo se cifraba en expectativas sin asidero y cuentos de hadas”. Por cierto, el SRF inflaba esa burbuja con una política procíclica. Hasta que explotó. Similar destino probablemente les aguarde a las bolsas europeas, embarcadas en su propio verano especulativo.

Resulta, pues, sorprendente –reflexiona el “Financial Times”- que lo mismo suceda hoy en Eurolandia. Por supuesto, las condiciones económicas entre los doce adherentes a la moneda común son inversas. Pero el BCE y sus émulos locales (especialmente en Alemania, la economía clave, España y el Benelux) creen que el “estancamiento recesivo” se debe a factores estructurales.

El principal es la rigidez del mercado laboral, obsesión neoclásica que –vía el FMI, una máquina de cometer errores- ha cundido en países emergentes y periféricos. Apoyándose en aquel diagnóstico, Eurolandia espera que las cosas mejoren con medidas neoclásicas. Además, el BCE y el Bundesbank acusan a los políticos porque “no hacen casi nada para derregular el mercado laboral y modernizar los regímenes jubilatorios”.

Naturalmente, algunos gobiernos comienzan a creer que nada puede hacerse para estimular la demanda agregada. Por otra parte, el pacto de estabilidad –que impone un techo muy rígido al déficit fiscal- les ata las manos. Como en EE.UU. (1996-2000), la prognosis es errónea: parece difícil que treinta años de rigideces súbitamente hayan contraído el crecimiento de 3% anual (1998-2000) a cero o menos.

Además ¿por qué esas mismas rigideces no trabaron el auge europeo de 1996-2000, paralelo al norteamericano? Por ende, cabe preguntarse si las duras reformas laborales y jubilatorias encaradas hoy en Alemania estimularán la demanda agregada. En similar plano, tampoco parece que las reformas brasileñas, muy parecidas, justifiquen el alto costo político y social afrontado por Luiz Inácio de Silva (Lula).

Sin la duda, la Unión Europea (los quince) exhibe rigideces. Algunos sistemas de bienestar social desincentivan el trabajo y fomentan la jubilación prematura (aunque no tanto como el retiro militar latinoamericano), En general, se limita la libertad de tomar y despedir; en parte, por la desmedida influencia sindical. Pero, si bien esos factores restringen la expansión potencial a largo plazo, apenas influyen sobre el ciclo normal de negocios.

Existe un segundo paralelo entre EE.UU. en 1996-2000 y la Eurolandia actual. El auge norteamericano era promovido por un excesivo optimismo sobre el futuro entre consumidores –gastaban, no ahorraban, se endeudaban- e inversores (compraban cualquier papel a cualquier precio, estimulados por los propios agentes bursátiles). Por su lado, la recesión europea se debe al pesimismo excesivo; para el caso, agravado por desastres naturales y climáticos sufridos en 2002 y 2003.

Volviendo a la productividad, el argumento monetarista –típico en bancos centrales incapaces de adoptar medidas anticíclicas-, tampoco resiste el análisis. Medida correctamente, casi no ha cambiado en Eurolandia ni EE.UU. durante los últimos diez años. Es más: a diferencia de EE.UU., gobiernos y consumidores europeos no arrastran un déficit primario de US$ 455.000 millones ni deudas personales por billón y medio de dólares. El primer componente invalidará, a mediano plazo, los presuntos estímulos derivados del doble paquete de rebajas tributarias ofertistas lanzado por George W.Bush (US$ 1,68 billón en 2001-12).

Por lo demás, las reformas estructurales simpáticas al sector financiero son difíciles de imponer en sociedades democráticas. Dado que entrañan cambios socialmente regresivos en la distribución del ingreso y suelen tomar muchos años, si se las erige en condiciones para superar una recesión, no habrá salida.

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