<p>Las vísperas de la enésima cumbre, ahora en Bruselas, se caracterizan por la quiebra de un tabú: la intangibilidad de la moneda común, al menos en el contexto de sus instrumentos originales. En efecto, banqueros, inversores, gobiernos, analistas y economistas contemplan una serie de salidas.<br />
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Estos debates no favorecen la sobrevivencia del actual doble euro. Esto es, como moneda de curso legal en la Eurozona (diecisiete países) y como divisa en el remanente de la Unión Europea (diez países). Naturalmente, las autoridades del Banco Central Europeo, la propia UE o el Ecofin insisten en que otra escisión del euro sería catastrófica.<br />
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No obstante, día a día se sabe que grandes conglomerados y bancos se aprestan a una ruptura del euro. Sea por salida de algunos miembros del bloque, sea por el fin de la divisa tal como es hoy. Días atrás, por ejemplo, dos diarios en Londres y Nueva York revelaban que tres bancas de inversión, Nomura Securities, Barclay’s Capital y Bank of America-Merrill Lynch, cuentan ya con planes de emergencia para una posibilidad que ha dejado de ser remota.<br />
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Mientras tanto, los dirigentes políticos de la Eurozona no abren la boca o tratan de disimular. Así, Wolfgang Schäuble (ministro de Hacienda germano) sostiene que, para evitar males mayores, “es preciso transmitir confianza a los mercados”. Pero, casi al mismo tiempo, una encuesta de la revista especializada Focus (Francfort) señalaba que 63% de una muestra en varias ciudades no cree en el euro y 73% ve al viejo marco alemán como mejor garantía de estabilidad. <br />
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<p>Por supuesto, para el gobierno teutón, el fin del euro no es opción. Muy diferente es la actitud de Radoslaw Sikorski, canciller polaco, para quien “nos hallamos al borde del abismo. Esta crisis tiene ribetes apocalípticos”, Por vez primera, la zona considera la reforma del euro como hipótesis factible. A criterio del consultor financiero Nouriel Roubini, “existen en ese momento 45% de probabilidades contra el euro”. Más allá de esas proyecciones, el interrogante reside en qué sucederá el día después.</p>
<p>Varios expertos admiten que la salida de un país o varios del euro es técnicamente posible. Pero no será un trámite indoloro. Primero, porque los tratados no prevén esa contingencia en escala individual sino colectiva. O sea los diecisiete socios de la Eurozona o los veintisiete de la UE. Tampoco queda claro qué ocurrirá con las deudas soberanas pues, en 1992, al introducirse la divisa única, los pasivos públicos se convirtieron a euros.</p>
<p>Sin duda, el euroescepticismo campea en Alemania porque su economía física es sólida y la gente cree que la crisis es culpa de otros miembros (los periféricos, España, Italia, Bélgica). En este clima, el econometrista Dirk Meyer causó sensación al proponer un “euro del norte” para países fuertes y un “euro del sur” para el resto, con Francia como bisagra. Según el experto, se precisan cuatro fases para formalizar la escisión. Primera, un pacto que permita la salida de estados, pero sólo de la Eurozona, no de la UE. Segunda, cada parlamento dictaría la reconversión por ley. En tercer término, los bancos deberán cerrar tres días para ajustar las cuentas a la nueva moneda. El cuarto paso será emitir los nuevos billetes y monedas. Pero puede haber otra etapa: excluir de la UE economías “subdesarrolladas” estilo Chipre o Bulgaria.<br />
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Los partidarios de Meyer –muchos de ellos son legisladores- estiman que el euro fuerte alcanzará sólo a Alemania, Holanda, Austria, Luxemburgo (un offshore), Finlandia y, eventualmente, la aislacionista Suecia.</p>
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