Juan Llach, sociólogo, economista y docente (*)

Estabilidad y crecimiento, las asignaturas pendientes

Como estudioso de la génesis del pensamiento económico del peronismo, su desarrollo y actualidad, repasa las multiplicidades y heterodoxias de los tres cuartos de siglo en que tuvo ininterrumpida presencia, directa o indirecta, y deja los puntos suspensivos sobre lo que vendrá.

8 noviembre, 2021

Por Rubén Chorny

Está entre los autores argentinos de la biblioteca El peronismo en sus fuentes, del sitio www.peronlibros.com. A través de “El Plan Pinedo de 1940, su signifi­cado histórico los orígenes de la economía política del peronismo”, incursiona desde los albores mismos del masivo movimiento político y social que superó los 75 años de protagonismo excluyente en la historia del país, envuelto en amores y odios.

Y así su pluma va atravesando las distintas décadas con títulos como Reconstrucción o estancamiento (de los 80), Otro siglo, otra Argentina (los 90) y En busca de los acuerdos perdidos (2000). En diálogo con Mercado, acepta sobrevolar la impronta peronista que grabó a fuego el pensamiento económico y social de tres generaciones.

Desde 1946, Perón gestó la organización corporativa de la economía y la sociedad, que en los 75 años transcurridos desde entonces nadie supo, pudo o quiso romper, como dice Gerchuno­ff, ¿cuáles son las claves que le permitieron superar la prueba del tiempo?

–Ante todo, el pragmatismo. Porque si bien tenía una ideología marcada por un enfoque corporativo, el nacionalismo y el populismo fueron dos constantes del pensamiento y la práctica económica de Perón y también del peronismo. Porque Perón murió hace casi 50 años. Hubo muchos matices, porque una cosa es el Perón del 45 al 52, cuando se genera el movimiento peronista, y otra es el peronismo de Carlos Menem y Domingo Cavallo. Pero, salvo este último caso, el nacionalismo y el populismo estuvieron siempre presentes en sus Gobiernos.

Hubo un patrón de crecimiento de posguerra, adoptado entre 1946 y 1948, basado en el proteccionismo industrial y sesgo antiagrario para elevar salarios y dar pleno empleo, que cambió el rumbo del plan Pinedo de 1940, y se fue repitiendo en las posteriores experiencias peronistas, ¿puede ser este el origen de la grieta que se replica actualmente?  

–Veamos. Ante todo, hay que contextualizar que el plan Pinedo se hizo en un régimen político basado en el fraude, y esa era su principal debilidad. Cuando en enero de 1941 Pinedo toma el avión, que en esa época era casi un acto heroico, para ir a hablar con Alvear, que estaba en Mar del Plata, entra en consideraciones políticas de que había que terminar con el fraude, etc. Ahora, volviendo a Perón, había una gran discusión en la posguerra acerca de las llamadas industrias naturales y las artifi­ciales. Al principio, Perón estaba en contra de mantener éstas, que eran como una sustitución de importaciones. Cuando entra con una visión más política desde el Consejo Nacional de Posguerra, decide optar por el proteccionismo. Solamente en la época de Menem el peronismo practicó la economía abierta. Fue el único caso, pero duró 10 años.

Y no dejó herencia…    

–Nominalmente hablando la herencia fue Néstor Kirchner, aunque retomó el nacional– populismo. Una gran diferencia con Perón, la principal en términos macroeconómicos, fue que a Kirchner no le importaba tanto la inflación como a Perón, aunque él quería compatibilizar dos cosas que son imposibles, diría: su ambición era mantener inflación cero, sino recordemos el plan de Gelbard en 1973 que así se denominaba, pero a la vez quería expandir el gasto público y, en consecuencia, también el dé­cit ­fiscal, lo cual creaba una inconsistencia. En este aspecto, Kirchner era menos tolerante con el dé­ficit, era más tolerante con la inflación y se perdió una gran oportunidad. Porque cuando Prat Gay fue presidente del Banco Central, la inflación del 2003-2004 estaba en 3-4% y ahí se volvieron a tentar con subirla. Un grave error. Y después, la dibujaron, que fue aun peor.

La “década ganada”

¿Habrá sido que se confiaron en los superávits gemelos?

–Sí, pero además hubo conformismo y pasividad con la inflación. En el 2006, cuando la inflación empezó a subir, al 7-8%, tuve una conversación con economistas bastante ortodoxos, que estaban en una actitud de apoyo al kirchnerismo, y les advertí que era muy peligroso porque, aunque todavía era baja, la inflación tendía a espiralizarse. Es cierto que los superávits gemelos, sobre todo el ­fiscal, permitían alguna flexibilidad. Fue la primera vez que se repitió durante cinco años seguidos el superávit ­fiscal, ayudado por el default de la deuda. Pero la política que aplicaron fue muy expansiva, la inflación empezó a subir y ­finalmente en 2007, cuando los números no gustaban, se comenzó a dibujar el índice.

–¿En cuánto tuvo que ver que el financiamiento genuino con que contaba, que era el precio de la soja, empezara a agotarse lentamente?

–Bueno, vino la crisis de 2008, que fue global y golpeó bastante, pero subrayo que, con Alfredo Canavese y Guillermo Rozenwurcel, advertimos en una solicitada, titulada “Cuidemos al Indec”, ­firmada por unos 500 profesionales de la economía y la sociología, que era un gravísimo error negar la existencia de un problema crónico de nuestro país como lo es la inflación. La Argentina tiene el récord de haber derrotado a 12 planes de estabilización, mejores o peores, pero seleccionando los de mayor calidad, como el Austral y la Convertibilidad, que fueron los mejor armados para derrotar a la inflación.

–Si todo al principio parecía funcionar, ¿qué pasó para que fracasaran?

–A la larga, nacionalismo, populismo y economía cerrada o corporativa son incompatibles, pese a lo que creía Perón, ya que de ahí vinieron el plan Gelbard de inflación cero o el plan de 1952. Este último hay que analizarlo con cuidado, porque Perón convoca a un Congreso de la Productividad y el Bienestar Social. Asesorado por Gómez Morales en esa época, se da cuenta que se estaba resintiendo demasiado la productividad, el producto por hombre ocupado, y que en esas condiciones no se podía crecer sostenidamente como, de hecho, ha ocurrido en los últimos diez años en Argentina. Pero simultáneamente el plan de 1952 tuvo un congelamiento de precios, un comportamiento ­fiscal un poco más ortodoxo, pero de última a los almaceneros gallegos de ese entonces, en que no había supermercados, se los persiguió, clausuró e inclusive encarceló.  Es decir, Perón no pudo con su ideología derrotar a la inflación y el kirchnerismo lo heredó, porque tampoco le gusta la inflación, a nadie le gusta, pero se pretende el oro y el moro, un imposible. Si siempre se quiere política ­fiscal expansiva, inexorablemente aparece la inflación.

–¿Y qué tuvo que ver en todos estos intentos fallidos de estabilización y crecimiento, el no alineamiento, el “ni yanquis ni marxistas”?

–En ese slogan Perón osciló también, porque cuando empieza a aparecer en la escena pública, a partir de la revolución del 4 de abril de 1943, tenía una cierta inclinación hacia los aliados, después se hizo tan neutral que parecía pro-eje. Se enfrentó con Estados Unidos y desde ya con Inglaterra, país con el que teníamos un crédito muy grande en libras bloqueadas (nos pagaban en una cuenta corriente los alimentos que se les vendían en la guerra y la posguerra). Con el plan del 52 viene un acercamiento a Estados Unidos, que hay que destacarlo, y cuando vuelve en el 73, para escándalo de los Montoneros, declara que el Tercer Mundo es Europa. Porque después de tantos años de estadía obligada en el Viejo Continente veía en Europa un capitalismo renano (Michel Albert), que combinaba el capitalismo estadounidense con medidas sociales.

–¿Qué pasó casi 20 años más tarde para que la versión menemista del peronismo abrazara a Estados Unidos con las famosas relaciones carnales?  

  –Fue una defi­nición exagerada. Pero es cierto que la Argentina se vinculó muy estrechamente con EE.UU. y ahí influyó mucho Guido Di Tella, quien tiene el récord de duración como ministro, casi una década, aunque se lo batió Tomada, que estuvo en tres períodos presidenciales consecutivos al frente de la cartera de Trabajo.

Poliedro desarrollista

–Los distintos Gobiernos peronistas tuvieron un denominador común que fue el enfoque desarrollista de la gestión económica, ¿cómo se diferenciaría la visión aplicada con ministros como Miranda, Gómez Morales, Gelbard, Cavallo y Kicillof?  

–El que establece la gran diferencia es el período de Menem porque abrió la economía. Yo integraba el equipo de Cavallo, primero como jefe de asesores y cinco años como secretario Programación Económica, desde donde tenía a cargo la negociación con el Fondo, el Banco Mundial y el BID, y también el INDEC, que dejamos hecho una pinturita: seis meses antes se anunciaban día y hora en que se daría a conocer cada estadística. Volviendo a la apertura de la economía, y así se lo hice saber a Cavallo, había que abrir la economía, sin dudas, pero fue demasiado acelerada. No dio tiempo a algunas industrias para que se adecuaran a un mundo que era muy competitivo. Mi posición era a favor de la apertura, y así lo escribí en un documento que se publicó en el boletín Techint en 1990, pero no con que se hiciera tan rápido.

  –¿Qué peronismo tuvieron en común un Néstor Kirchner, que aplicó la política pragmática con reconstrucción después de la crisis de 2001 para dar un giro populista con distribucionismo en una segunda etapa, y una Cristina, que replicó el distribucionismo de 1947 en 2011 en plena crisis global?

–Cristina más que Néstor. Claramente hay más de un peronismo. Los dos rasgos permanentes de la economía peronista han sido el nacionalismo y el populismo. Yo populismo no lo uso despectivamente, sino con el preciso signi­ficado de que no es sostenible en el tiempo. Hace una redistribución del ingreso que a la larga trae la inflación que auto-derrota el proyecto. Porque los salarios al principio suben, pero después bajan. Este ha sido un error casi constante del peronismo, salvo en la época de Menem. La gran diferencia fue, sobre todo, desde 1991, que además de abrir la economía hubo políticas para bajar costos y aumentar la productividad.

–¿Cree que el actual Gobierno lo considera un error, cuando llega a la elección de medio término con alta inflación, bajo salario y desempleo, e igual inyecta dinero en los bolsillos?  

–No podemos dejar de citar la pandemia, pero las contradicciones de la política económica ya venían de antes. Por ejemplo, comparemos con Perú. Lo primero que hizo al asumir el gobierno Pedro Castillo, que es de orientación comunista, fue rati­ficar al presidente del Banco Central, que se llama Julio Velarde, que viene en el cargo desde 2006. En los últimos cinco años, la inflación promedio ha sido menor del 5% anual y al mismo tiempo, Perú fue el país que más creció en América Latina hasta 2019, la pandemia después lo complicó. Para todo hay que dar tiempo, y en Argentina se quiere hacer las cosas muy rápido: el salariazo junto con la baja de la inflación y el aumento del défi­cit ­fiscal no es coherente.

¿Estamos actualmente frente a un trasvasamiento del peronismo hacia un kirchnerismo más acotado o el renacimiento de un neoperonismo a menor escala con una líder que conserva una primera minoría como capital político?

–Creo que se están delineando dos tendencias. Algunos dirigentes peronistas, como se manifestó con Pichetto, que fue candidato a vicepresidente de Mauricio Macri en el proyecto de reelección de 2019, con Randazzo, que apareció como independiente, y varios gobernadores peronistas, encabezados de facto por Schiaretti, no están muy de acuerdo con el kirchnerismo. De modo que una eventual alianza futura entre Juntos para el Cambio y sectores del peronismo no necesariamente va a ocurrir, pero tampoco es descartable. Y hacer todo lo que hacen los países que progresan: que es tratar de tener baja inflación y crecer. Ese es el verdadero progresismo.

–¿Imagina un peronismo moderno que, como Ud. afirma, esté dispuesto a adoptar la estabilización como base del crecimiento para sobrevivir?

–Sí. Lo contrario no es viable. El populismo se caracteriza por su corta duración. Al principio viene la fiesta y después viene la discusión de quién la paga. Pero la ­fiesta tendría que durar décadas. No un año, dos o tres años. Y no endeudar al país ni mentir con las estadísticas. Ni digo que hagan falta alianzas, sino una convergencia de programas, porque la Argentina sin acuerdos entre partidos políticos y actores sociales no podrá salir adelante. Porque hay discrepancias demasiado profundas.

–En consecuencia, ¿transita el pensamiento económico peronista su última etapa?

–Ojalá que fuera así. Porque creo que puede haber un pensamiento que se ve en muchos países donde aún Gobiernos de izquierda o de centroizquierda se adecuan a la ortodoxia económica, pero no a toda ella, sino en el sentido preciso, de combinar dosis variables de economía de mercado y un Estado efi­caz y e­ficiente para proveer de servicios públicos. Por ejemplo, yo que he estudiado mucho el tema de la educación, que llegue una mejor educación para las personas más necesitadas (escuelas ricas para los pobres era mi lema cuando fui ministro de Educación). Pero para que funcione bien hace falta una economía estable y que crezca sostenidamente, que es la asignatura pendiente del peronismo.

(*) Acumuló conocimiento empírico en la función pública desde facetas tan distintas como la economía y la educación, en diferentes períodos y Gobiernos (al comienzo y al final de los 90), y consagró su vida profesional a la cátedra universitaria y a la investigación. De sólida formación y militancia católica, lleva publicados 11 libros, 50 documentos académicos y cuatro centenares de artículos periodísticos.

** Esta entrevista fue publicada en  Mercado-septiembre-octubre

 

 

 

 

 

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