¿Es posible un nuevo desarrollo productivo?

La historia arranca entre granos y carnes, sustituye importaciones por bloqueos y cierra con fábricas orientadas al consumo. Solo algunas empresas son la excepción en un país inestable y compiten fuera del país. Por Rubén Chorny. 

28 abril, 2015

Con la chapa de ciudadano argentino más rico en Forbes e industrial vernáculo más exitoso en el escenario global de los negocios, al líder familiar de tercera generación en el emporio siderurgico que hoy se llama Organización Techint, Paolo Rocca, le llega como una letanía el tan antiguo como estéril debate de sus medio-compatriotas y colegas de este lado del hemisferio (los otros son italianos) sobre política industrial, industrialismo, desarrollo nacional, estatismo, neoliberalismo, mercado interno, proteccionismo, libreempresa.

 

Lleva más de 60 años sonando ese borbotón de teorías y proyectos truncos, que le sobrevolaba la cuna mientras el abuelo Agostino ponía a funcionar en la localidad argentina de Campana, –y simultáneamente en la mexicana Veracruz– la primera planta de tubos de acero sin costura de la fundacional Compagnia Tecnica Internazionale.

 

En todo este pedazo de historia de desencuentros económicos dentro del generoso territorio nacional, se incubó un puñado de excepciones: Arcor, Pérez Companc y algunas agroindustrias también trascendieron el Km 0 que muestra el nuevo institucional de Techint “No hay fronteras”.

 

Se trata de los mismos grupos empresarios que armaron su rompecabezas de progreso con cuanto subsidio, contrato con el Estado, reserva de mercado y protección arancelaria recibieran de los distintos Gobiernos. Tuvieron la visión de no acomodarse en esa discontinua lógica intramuros de sustitución de importaciones heredada de los años 30 y 40, con las restricciones por los aprestos bélicos y la Segunda Guerra Mundial ya declarada en Europa como fuente de origen. Y sin dejar de pertenecer a la cuarta parte del valor agregado total generado en el país por las manufacturas, salieron a competir en rodeo ajeno, como dice el Martín Fierro.

Integran el pelotón de las multilatinas o multinacionales que, sin reparar en tamaños ni capitales, siembran el derrotero por el que sector público y privado de la región deberá converger tarde o temprano si quieren recuperar terreno en los ingresos de sus habitantes, según lo profetiza el último libro insignia editado por el Banco de Interamericano de Desarrollo (BID), “¿Cómo repensar el desarrollo productivo – políticas e instituciones sólidas para la transformación económica?”.

Productividad es competitividad internacional

El ex presidente y secretario de la Unión Industrial Argentina, Ignacio de Mendiguren, explicó que la clave de la nueva tendencia reside en “crear a través de políticas públicas las herramientas necesarias para que se agregue más valor local y reducir los costos logísticos y energéticos que han ido reduciendo la competitividad de nuestra economía, inmersa como está en una disputa global”.

Otro de los cucos intrínsecos del pensamiento clásico de la industria nacional, como era la integración regional en situación de asimetrías con Brasil, ha venido siendo superado en el lento proceso de complementación comercial con el poderoso vecino y de ambos al Mercosur, en colisión con la partitura política que interpretan los Gobiernos.

Poco a poco, al menos intelectualmente, se empieza a abandonar en el país la idea de asociar la riqueza con el agro, popularizada en estas épocas como “sojadependencia”. Pero si la Argentina llegó a tal simplismo fue porque, como evaluó el economista Jorge Todesca, alternaron en una centuria marchas y contramarchas, estímulos y desestímulos, crisoles cambiarios e inflación latente, que cortaban las cadenas tecnológicas, y vuelta a empezar, en desventaja con la revolución global de la industria.

La larga década argentina que arranca en la posconvertibilidad y alterna al matrimonio Kirchner en la Casa Rosada registra un crecimiento continuo e inercial de 87% entre 2002 y 2010, performance a la que solo Colombia (83%) se acercó de las economías más grandes de la región en el mismo lapso. Mucho más atrás, Brasil (28%) y Chile (22%), y todavía más modestas fueron las marcas de México (8%) y Venezuela (3%).

El “cómo” de ese notable desempeño estadístico es el que estaría bajo cuestión: el investigador de Flacso y Conicet, Martín Schrror, advierte que hubo una “fuerte profundización de los procesos de concentración en el que es hoy el poder industrial, concentrado en 70% en manos extranjeras”. Además, argumenta que, “consecuencia sobre todo de la falta de políticas activas y sostenidas de sustitución de importaciones, se consolidó la relación entre crecimiento industrial y restricción externa”, aspecto del cual destaca que se concretó una sustitución a la inversa: producción nacional en lugar de importaciones.

En ese sentido, el fuerte drenaje de reservas que hubo a partir de 2011 intentó ser combatido con medidas de control a las importaciones, que afectaron el normal aprovisionamiento de las principales industrias proveedoras de la inyección al consumo que se vino aplicando como estrategia de crecimiento y promocionadas por la política oficial, como la automotriz y la electrónica de Tierra del Fuego: 70% de cada auto que sale de las terminales locales así como 95% de los productos electrónicos armados en Tierra del Fuego dependen de partes importadas.

Recorte en importaciones

La caja nacional de los dólares recibe por default una contribución de la industria de 20% menos de demanda que hace tres años, aunque así y todo ahora registra 23% más que al término del mandato de Carlos Menem.

El dato no es menor, porque hasta 2010 la actividad fabril había estado amasando bajo esa ecuación de divisas una tasa de crecimiento del empleo de 9% anual, que representa 17% del total de puestos de trabajo, formales y declarados al Indec, en su mayoría con las Pyme como las grandes animadoras.

Serían estos los últimos estertores de un ciclo de política industrial que requeriría, según la avanzada de la región, ser pasado en limpio para encarar el de segunda generación, llamado de desarrollo productivo.

Los protagonistas presagian otro debate más en ciernes que enfrentará a la nueva tendencia off shore regional con “los hacedores de política que afirman que es nada competitiva a escala internacional y todo ineficiencia”, discurso este que excede los plazos de los funcionarios del Ministerio de Industria y de Economía sindicados por Schrror como “responsables del error estratégico que hoy estamos en parte pagando”.

Hasta que los actores se sienten a pensar en una política de Estado que armonice a la industria con la innovación integre el valor agregado local al regional, mire hacia el eje Asia-Pacífico, fije objetivos de productividad y plazos, mancomune a Estado y privados en los consensos alcanzados y se administren los estímulos con transparencia, las excepciones “de bandera” a la no regla que lleva más de medio siglo, como el grupo Techint, seguirán compitiendo fuera de las fronteras y acumulando ganancias y activos en sus balances superiores al límite crítico de US$ 28.000 millones de reservas del Banco Central que la actual administración defiende a capa y espada.

 

Una versión de este artículo apareció en la edición de noviembre 2014 de Mercado. 

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