En un ex paraíso de trabajadores, Gazprom es Kremlin SA

Gazprom es un megagrupo cuyo valor de mercado orilla US$ 240.000 millones (sólo en la segunda semana de abril, agregó 10.000 millones), por delante de Toyota o Citigroup. Pero su alcance va más allá de los hidrocarburos.

27 abril, 2006

En realidad, este conglomerado estatal se ha convertido en el modelo del “nuevo capitalismo” moscovita. Así como China incorpora inversores del exterior sin dejar de ser totalitaria (en teoría, comunista), Rusia es un régimen autoritario, no ya marxista, cuyos jerarcas –un grupo alrededor de Vladyímir Putin- no vacilan en asociarse con capitalistas de afuera ni invertir en el resto del mundo.

Hay una cosa en común con Beijing: el control casi total, tanto económico como político. Desde el arribo de Putin a la presidencia (2000), ha ido montándose un sistema centrados en empresas estatales o paraestatales y, desde 2004, su eje es Gazprom.

Como demuestra el proyecto Krásnaya Polyana (un complejo vacacional en Sochi, Cáucaso), el gigante es instrumento directo del Kremlin dentro y fuera del país. Así, Gazprom encara un gran número de emprendimientos muy poco relacionados con su actividad básica, pero sí con intereses del gobierno. Para el caso, que Sochi sea sede de las olimpíadas invernales. Paralelamente, la compañía compra medios independientes, solventa granjas irrentables y subsidia industrias con energía o combustible baratos.

Pero el grupo cumple un papel clave en el plano internacional. Así lo evidenció la “guerra del gas natural” con Ucrania y su proyección en la Europa al oeste de Rusia Blanca. Alyeksyei Míller, director ejecutivo de Gazprom, advertía hace poco a Bruselas “no bloquear nuestra expansión hacia mercados occidentales, pues podríamos ofrecer vender en otros lugares”.

Andryéi Illárionov, ex asesor económico de Putin y hoy uno de sus créditos más duros –lo echaron en diciembre-, define el perfil de la Rusia actual como “capitalismo de estado”. Inclusive, no lo diferencia gran cosa de modelos fascistas tradicionales: la Italia de la “carta del lavoro” (1924/46) o el Tercer Reich. Al respecto, apunta a una caterva de altos funcionarios que controlan grandes empresas y sacan provecho personal de ellas. “Algunos son multipropósito: el presidente de Gazprom, Dmitri Medvyédyev, es viceprimer ministro federal, posible sucesor de Putin si éste no sigue haciéndose reelegir”.

A criterio del experto, “Rusia no es un estado que promueva negocios, sino que los negocios son parte del estado. Putin no renacionaliza activos malvendidos en los años 90, sino que los redistribuye entre una nueva clase de magnates, enriqueciendo determinado inversores y miembros de la administración. Al mismo tiempo, se asegura de que Moscú influya sobre los principales sectores de la economía rusa”.

Al principio, los esfuerzos parecían limitados a imponer controles estatales en materia de recursos naturales no renovables. En tiempos recientes, empero, “Kremlin SA” ha fusionado varios fabricantes estatales y privados de material aéreo para crear Unified Aircraft Corporation, supervisada por el primer ministro. Simultáneamente, el gobierno nombró directores propios en la mayor automotriz rusa, Avtovaz. En este momento, considera un plan para que Aeroflot absorba varias aerolíneas privadas.

“En lugar de regular adecuadamente la economía, el estado se transforma en su propietario”, sostiene Alyexandr Lebyédyev, multimillonario cuyos inversiones se hallan bajo creciente presión del gobierno. Entretanto, grandes empresas siguen fagocitándose el resto. La petrolera estatal Rósñeft, por ejemplo, tomó la subsidiaria principal de la hoy extinta Yukos (diciembre de 2004), luego de una asalto judicial contra su ex CEO, Míjail Jodorkovsky, ahora cumpliendo una pena de ocho años entre rejas por falsos cargos de fraude y evasión tributaria.

.

Hace dos años, antes del colapso de Yukos, Rósñeft valía alrededor de US$ 8.600 millones, cifra que ahora alcanza 57.000 millones. Con el estado controlando ya 40% de la producción y el empleo, el sector privado teme que sus derechos de propiedad sean contingentes a sus relaciones con Kremlin SA.

Quienes apoyan o admiran a Putin –y son muchos, dentro o fuera del país- afirman que se ha limitado a poner en orden grandes compañías que vulneraban autoridad y bienes del estado durante la borrascosa transición posterior al derrumbe de la Unión Soviética, mal manejada por Borís Yeltsin. En el caso de Gazprom, el actual presidente “convirtió un caótico y corrupto monopolio gasífero –insiste el alemán Gerhardt Schröde, “lobbysta” de la firma- en un conglomerado cuya capitalización supera ya la de Citigroup”. Pero el hecho es que la empresa está manejada por miembros del gabinete federal, no simplemente por ejecutivos puestos a dedo.

Fieles a la tradición occidental de hacer negocios, fuera de las economías centrales, sin demasiado escrúpulos políticos o éticos, compañías como Chrevron, ConocoPhillips (Estados Unidos), Statoil, Norsk Hydro (Noruega) o Total (Francia) operan con Gazprom. A pesar de eso y de que su tamaño casi iguale el de British Petroleum –la segunda privada del mundo en su sector-, algunos analistas no ven al gigante como modelo apto para el futuro de Rusia. “Las reformas de los 90 no se hicieron para crear una especie de URSS actualizada y más presentable”, afirma Yevgyeny Yasin, ex ministro de Economía.

El megagrupo emplea 330.000 personas en las divisiones principales (exploración, ductos, exportaciones) y su última adquisición, Síbñeft. También opera bancos, financieras, medios y una cadena de negocios diferentes. Según el balance de 2004, el más reciente disponible, las utilidades netas sumaban US$ 4.600 millones, sobre ingresos por 28.000 millones.

Al cabo del primes trimestre, acumulaba US$ 14.000 millones en activos ajenos a hidrocarburos y derivados. Entre los medios más importantes del país, Gazprom controla “Izvyéstiya” y “Konsomólskaya Pravda”. Muchos financistas e inversores del exterior censuran a Gazprom, pero no toman distancia. A fines de 2005, se estimaba que más de 25% de las acciones son propiedad de empresas como las alemanas E.On y Ruhrgas, atraídas por la última reforma en materia de paquetes, que permite a extranjeros poseer hasta 49,9% del capital social.

Semejante auge inversor tiene sólido motivos, claro. Las reserva rusas cubicadas suman 116.000 millones de barriles (crudo y gas), es decir desbordan las de cualquier otra empresa cotizante en bolsa. La líder mundial, Exxon Mobil, tiene “apenas” 73.200 millones. En verdad, son dos países –no compañías- quienes superan al grupo estatal ruso: Saudiarabia (163.000 millones) e Irán, con 133.000 millones.

En realidad, este conglomerado estatal se ha convertido en el modelo del “nuevo capitalismo” moscovita. Así como China incorpora inversores del exterior sin dejar de ser totalitaria (en teoría, comunista), Rusia es un régimen autoritario, no ya marxista, cuyos jerarcas –un grupo alrededor de Vladyímir Putin- no vacilan en asociarse con capitalistas de afuera ni invertir en el resto del mundo.

Hay una cosa en común con Beijing: el control casi total, tanto económico como político. Desde el arribo de Putin a la presidencia (2000), ha ido montándose un sistema centrados en empresas estatales o paraestatales y, desde 2004, su eje es Gazprom.

Como demuestra el proyecto Krásnaya Polyana (un complejo vacacional en Sochi, Cáucaso), el gigante es instrumento directo del Kremlin dentro y fuera del país. Así, Gazprom encara un gran número de emprendimientos muy poco relacionados con su actividad básica, pero sí con intereses del gobierno. Para el caso, que Sochi sea sede de las olimpíadas invernales. Paralelamente, la compañía compra medios independientes, solventa granjas irrentables y subsidia industrias con energía o combustible baratos.

Pero el grupo cumple un papel clave en el plano internacional. Así lo evidenció la “guerra del gas natural” con Ucrania y su proyección en la Europa al oeste de Rusia Blanca. Alyeksyei Míller, director ejecutivo de Gazprom, advertía hace poco a Bruselas “no bloquear nuestra expansión hacia mercados occidentales, pues podríamos ofrecer vender en otros lugares”.

Andryéi Illárionov, ex asesor económico de Putin y hoy uno de sus créditos más duros –lo echaron en diciembre-, define el perfil de la Rusia actual como “capitalismo de estado”. Inclusive, no lo diferencia gran cosa de modelos fascistas tradicionales: la Italia de la “carta del lavoro” (1924/46) o el Tercer Reich. Al respecto, apunta a una caterva de altos funcionarios que controlan grandes empresas y sacan provecho personal de ellas. “Algunos son multipropósito: el presidente de Gazprom, Dmitri Medvyédyev, es viceprimer ministro federal, posible sucesor de Putin si éste no sigue haciéndose reelegir”.

A criterio del experto, “Rusia no es un estado que promueva negocios, sino que los negocios son parte del estado. Putin no renacionaliza activos malvendidos en los años 90, sino que los redistribuye entre una nueva clase de magnates, enriqueciendo determinado inversores y miembros de la administración. Al mismo tiempo, se asegura de que Moscú influya sobre los principales sectores de la economía rusa”.

Al principio, los esfuerzos parecían limitados a imponer controles estatales en materia de recursos naturales no renovables. En tiempos recientes, empero, “Kremlin SA” ha fusionado varios fabricantes estatales y privados de material aéreo para crear Unified Aircraft Corporation, supervisada por el primer ministro. Simultáneamente, el gobierno nombró directores propios en la mayor automotriz rusa, Avtovaz. En este momento, considera un plan para que Aeroflot absorba varias aerolíneas privadas.

“En lugar de regular adecuadamente la economía, el estado se transforma en su propietario”, sostiene Alyexandr Lebyédyev, multimillonario cuyos inversiones se hallan bajo creciente presión del gobierno. Entretanto, grandes empresas siguen fagocitándose el resto. La petrolera estatal Rósñeft, por ejemplo, tomó la subsidiaria principal de la hoy extinta Yukos (diciembre de 2004), luego de una asalto judicial contra su ex CEO, Míjail Jodorkovsky, ahora cumpliendo una pena de ocho años entre rejas por falsos cargos de fraude y evasión tributaria.

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Hace dos años, antes del colapso de Yukos, Rósñeft valía alrededor de US$ 8.600 millones, cifra que ahora alcanza 57.000 millones. Con el estado controlando ya 40% de la producción y el empleo, el sector privado teme que sus derechos de propiedad sean contingentes a sus relaciones con Kremlin SA.

Quienes apoyan o admiran a Putin –y son muchos, dentro o fuera del país- afirman que se ha limitado a poner en orden grandes compañías que vulneraban autoridad y bienes del estado durante la borrascosa transición posterior al derrumbe de la Unión Soviética, mal manejada por Borís Yeltsin. En el caso de Gazprom, el actual presidente “convirtió un caótico y corrupto monopolio gasífero –insiste el alemán Gerhardt Schröde, “lobbysta” de la firma- en un conglomerado cuya capitalización supera ya la de Citigroup”. Pero el hecho es que la empresa está manejada por miembros del gabinete federal, no simplemente por ejecutivos puestos a dedo.

Fieles a la tradición occidental de hacer negocios, fuera de las economías centrales, sin demasiado escrúpulos políticos o éticos, compañías como Chrevron, ConocoPhillips (Estados Unidos), Statoil, Norsk Hydro (Noruega) o Total (Francia) operan con Gazprom. A pesar de eso y de que su tamaño casi iguale el de British Petroleum –la segunda privada del mundo en su sector-, algunos analistas no ven al gigante como modelo apto para el futuro de Rusia. “Las reformas de los 90 no se hicieron para crear una especie de URSS actualizada y más presentable”, afirma Yevgyeny Yasin, ex ministro de Economía.

El megagrupo emplea 330.000 personas en las divisiones principales (exploración, ductos, exportaciones) y su última adquisición, Síbñeft. También opera bancos, financieras, medios y una cadena de negocios diferentes. Según el balance de 2004, el más reciente disponible, las utilidades netas sumaban US$ 4.600 millones, sobre ingresos por 28.000 millones.

Al cabo del primes trimestre, acumulaba US$ 14.000 millones en activos ajenos a hidrocarburos y derivados. Entre los medios más importantes del país, Gazprom controla “Izvyéstiya” y “Konsomólskaya Pravda”. Muchos financistas e inversores del exterior censuran a Gazprom, pero no toman distancia. A fines de 2005, se estimaba que más de 25% de las acciones son propiedad de empresas como las alemanas E.On y Ruhrgas, atraídas por la última reforma en materia de paquetes, que permite a extranjeros poseer hasta 49,9% del capital social.

Semejante auge inversor tiene sólido motivos, claro. Las reserva rusas cubicadas suman 116.000 millones de barriles (crudo y gas), es decir desbordan las de cualquier otra empresa cotizante en bolsa. La líder mundial, Exxon Mobil, tiene “apenas” 73.200 millones. En verdad, son dos países –no compañías- quienes superan al grupo estatal ruso: Saudiarabia (163.000 millones) e Irán, con 133.000 millones.

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