En verdad no hubo sorpresa. Excepto porque ahora se confirma la presunción. El comité central del partido Comunista de China (200 miembros), propuso –quiere decir que ya está aceptado- que se remueva la cláusula constitucional que establecía que tanto el presidente como el vicepresidente no pueden ejercer sus mandos más de dos periodos consecutivos de cinco años.
Antes se había reunido el Politburó, el órgano supremo de 25 años, cuyos miembros fueron elegidos por el mismo XI a lo largo de los últimos años. No se dice ahora que será por tres o por cuatro periodos de cinco años. Como no se dice nada, queda en claro que a partir de ahora la reelección será indefinida. Una velocidad y simplicidad que el mismo Nicolás Maduro de Venezuela envidiaría.
Estaba claro desde hace tiempo que Xi es el más poderoso líder de la nación china en muchas décadas. Y que pretende emular el tiempo en el poder y la concentración en las decisiones del viejo líder comunista Mao Tse Tung. Aunque ahora su sucesor es jefe de un gobierno autoritario que rige sobre una economía capitalista, exitosa en muchos aspectos.
El hombre que libró una exitosa guerra contra la corrupción interna y que, de paso, eliminó a toda la competencia (incluyendo al potencial vicepresidente) mostró su estrategia cuando al cabo del primer término fue reelecto para el segundo mandato. Un dirigente influyente fue acusado de corrupción y obligado a dimitir. Ahora no quedan contendientes de peso a la vista.
Una estrategia cuidadosa
En octubre del año pasado, cuando fue reelecto, apareció un un nuevo precepto escrito en el programa del Partido Comunista chino: “Xi Jinping piensa en un socialismo con características chinas para una nueva era”. Una época distinta a la de sus predecesores que no alcanzaron ese honor. Pero a diferencia de épocas anteriores no quedó en el flamante Politburó un solo joven dirigente, lo que solía ser una pista sobre quién será el sucesor del actual líder.
Lo cierto es que en ese momento ya había acumulado una porción gigante, inédita, de poder dentro del partido, del gobierno y de las fuerzas armadas. Deng Xiaoping hizo la gran transición desde Mao en adelante. Y mantuvo el poder concentrado en el Partido, a pesar de la heterodoxia económica, capitalista en el accionar.
Deng fue autor del concepto “teoría socialista con características chinas”. Una manera de justificar, en los años 80, las reformas de libre mercado, capitalistas, según el modelo de Occidente.
Los dos sucesores, Hu Jintao y Jiang Zemin mantuvieron la línea de Deng, fueron eficientes administradores, pero no mostraron signos del ambicioso liderazgo que exhibe el actual conductor del partido y del país.
En lo visible, Xi ha logrado aplastar toda oposición. Además, a partir de ahora, oponerse a su poder puede equivaler al suicidio, al menos político. Nadie se opondrá a sus directivas. Lo que acrecienta el riesgo que supondrá los errores que pudiera cometer.
Lo normal era que el líder en ejercicio, al comenzar el segundo periodo, incluyera una figura joven, de su preferencia, en el círculo íntimo del Politburó. Xi no lo ha hecho. Para sorpresa general, el firme aliado de Xi en la cruzada contra la corrupción, Wang Quishan, fue degradado y dejó de formar parte del comité central del partido (es cierto que tiene 68 años y pasó la edad habitual de retiro).
China no es más un país asediado por el contexto internacional, con enorme pobreza y subdesarrollo. Es ahora una megapotencia mundial en lo económico, en lo comercial y en lo militar.
Justo cuando Estados unidos prefiere refugiarse en el aislamiento y abandonar su posición de fijar la estrategia de todo el mundo occidental. Cuando Trump desprecia los esfuerzos por mejorar el clima y el ambiente.
China aprovecha ese vacío y se lanza a la conquista de nuevos espacios. Seguramente el modelo que pretende imponer es el de una potencia responsable antes los grandes desafíos de la humanidad, pero con una vida económica, política y social, regida por un partido único.
Ya no es más Mao intentando hacer frente al modelo occidental. Es el abanderado de un nuevo modelo que pretende reemplazar totalmente al matrimonio del capitalismo y la democracia liberal. Algo más parecido a la visión que tenían los emperadores de hace varios siglos en lo que se conocía como “el Imperio del Centro”.
Para los inversionistas externos, la noticia es buena y mala a la vez. Xi puede impulsar reformas que los favorezcan. Pero también un liderazgo tan absoluto puede aumentar el riesgo político y deteriorar la confianza sobre lo que puede pasar en el mercado interno. Todo estará atado a la voluntad de un solo hombre.