De acuerdo con el informe económico mensual número 149, elaborado por IAE Business School Universidad Austral, con el auspicio del Grupo Cohen y que lleva la firma de Juan J. Llach, China y los emergentes seguirán liderando la dinámica de la economía global, como venimos sosteniendo aquí desde hace más de diez años, aunque casi seguro a un menor ritmo que el de los últimos quince años.
Tampoco hay que lamentarse mucho de esto, porque el ritmo que se traía hasta la crisis del 2008 era artificial en tanto estaba apalancado por un endeudamiento público y privado insostenible en la mayoría de países desarrollados.
Por ello, son mayores las chances de perdurar y no terminar en crisis si la economía global crece 3,5%/4% que si lo hace más del 5% como entre 2005 y 2007.
En este marco, los precios de los commodities difícilmente vuelvan a ser lo que eran hasta hace un par de años pero es aún más difícil que retornen a los valores de principios de siglo.
Muchas oportunidades seguirán abiertas y a la espera de que la Argentina se decida a aprovecharlas.
El FMI recortó la semana pasada sus pronósticos de crecimiento del PIB para este año y el próximo como se muestra en el cuadro (cuyas cifras entre paréntesis indican los cambios respecto del pronóstico de abril pasado).
Los desarrollados repuntan pero los emergentes siguen liderando el crecimiento. Pena grande que América Latina sea la oveja negra: obsérvese el patético contraste con Asia emergente y con Ãfrica al Sur del Sahara. Cierto, el promedio está muy determinado por los pobrísimos desempeños de Brasil, la Argentina, y Venezuela (¡caerá 4% en 2015 y se pronostica -7,0% para 2016!). Pero también han perdido dinamismo Chile y el líder de este siglo, Perú, mientras Colombia se afianza.
En el corto plazo habrá que digerir también la crisis de Grecia –una saga larga y riesgosa que nos acompañará todavía mucho tiempo; el cambio de régimen del crecimiento de China del 10% al 6,5%/7% -que todavía no ha finalizado y muestra dificultades; y la suba de tasas de interés que se iniciaría este año según anunció la semana pasada, y más claramente que antes, la presidenta de la Reserva Federal de EEUU, Janet Yellen.
Mientras tanto, encontramos en la Argentina una herencia para el próximo gobierno que es un laberinto de alta complejidad, con alto riesgo de perderse en él pero también con atractivas oportunidades si la búsqueda de la salida la lideran caminantes diestros, racionales y pragmáticos.
Las encuestas disponibles –que deben leerse con espíritu crítico- muestran una polarización entre Cambiemos y el Frente para la Victoria (FPV) y es probable que esta tendencia se afiance después de las PASO del 9 de agosto.
Un ejercicio de estimación propio nos muestra hoy un 40,4% para el FPV y casi un 60% para la oposición. Estos porcentajes surgen del 31% que sacó el FPV en las once elecciones ya realizadas a lo que agregamos dos hipótesis muy favorables para el FPV, y no tan probable: 50% de los votos en la provincia de Buenos Aires y 42% en el promedio de las doce restantes. Cambiemos alcanzaría no menos del 60% del voto opositor, o sea 36%, quedando 23,6% para los demás partidos, dentro de los cuales el Frente Renovador conseguiría entre 12% y 15%.
Es probable que en las PASO la polarización sea menor que la mostrada aquí, pero que en la primera vuelta sea mayor.
En síntesis, lo que se estima por ahora es que habrá balotaje -inédito en nuestro país- y que el Congreso no tenga mayorías automáticas, lo que obligará al próximo gobierno a sentarse a negociar acuerdos, una rareza nacional que se agregará a la lista de dificultades.
Hasta ahora no se han mostrado propuestas claras en la campaña electoral.
Sí es clarísimo que la Argentina necesita un cambio de rumbo importante, pero no una vuelta al pasado, para dejar atrás el estancamiento recesivo (el producto por habitante es hoy menor que en 2011), la alta inflación (tercera en el mundo entre 189 países), una inversión muy insuficiente para el desarrollo (un 17,3% del PIB que debería ser 24%), la nula creación reciente de empleo, el deterioro de la educación y un 25% de personas viviendo bajo la línea de pobreza.
Se ha agregado en estos días la aceptación por parte de la Argentina –a partir del 31 de diciembre del fallo de la OMC condenatorio de los permisos previos de importación, lo que pondrá presión adicional al precio del dólar.
El frente Cambiemos muestra mayor claridad en este diagnóstico que el oficialismo, de cuya media lengua se deduce un gradualismo, válido y opinable como método, pero que por ahora suena parecido a un “gatopardismo”, o sea, cambiar un poco para que nada fundamental cambie.
Es difícil conjeturar pronósticos para el 2016 ante la insuficiencia de definiciones claras de los principales candidatos. Pero aunque no lo parezca, el marco económico descripto es ideal para estructurar un programa factible centrado en la creación de un millón de empleos formales entre 2016 y 2019 con nuevas reglas de juego y haciendo gradualmente las correcciones necesarias de precios relativos para aumentar así significativamente la inversión en casi toda la economía, desde el agro y las agroindustrias hasta la industria manufacturera, la construcción, la infraestructura, el turismo y las economías regionales.
Tal, y no el “ajuste”, debe ser el eje ordenador del programa del próximo gobierno, por razones técnicas y por razones sociales y políticas.
Haciendo crecer la inversión, la producción y el empleo se facilitará el arreglo gradual de los precios relativos y de los desbarajustes fiscales y monetarios, creando al mismo tiempo un clima político y social propicio a los acuerdos esenciales para converger a una inflación de un dígito en el 2019.
Por esta razones vemos por ahora que con un triunfo de Cambiemos el PIB puede trepar hasta 6% en 2016 –el consumo privado 5%, la inversión 13% y el comercio exterior 10,5%- mientras con la propuesta oficial los respectivos valores serían 2,7% para el PIB, igual para el consumo y 4% para la inversión y el comercio exterior.
Dos mundos muy diversos.