En su libro “Wellbeing Economy: Success in a World Without Growth” Lorenzo Fioramonti dice que la regla de “crecimiento primero” dominó prácticamente todo el siglo 20. Ninguna otra ideología ha tenido tanto poder: la obsesión con el crecimiento atravesó la sociedad capitalista y también la socialista.
Ahora bien. Fioramonti se pregunta qué es crecimiento exactamente. Comúnmente se dice que hay crecimiento cuando – siempre que todo lo demás permanezca estable –n aumenta la riqueza general. El crecimiento ocurre cuando se genera un valor que no existía antes. Por ejemplo, mediante la educación de los niños, la mejora de la salud o de la alimentación. Una persona con más educación, mejor nutrida y más saludable es un ejemplo de crecimiento.
Si cualquiera de estas actividades genera costos, o al individuo o a la sociedad, había que deducirlo del valor que hemos creado. En este método lógico, crecimiento significa todas las ganancias menos todos los costos. Pero el modelo crecimiento que impera en la actualidad hace lo opuesto de lo que dice el sentido común. Ejemplo: Si un país corta y vende sus árboles la economía crece. Pero si los cuida no crece. Si un país preserva sus parques y sus reservas naturales para beneficiar a todos no ve ese aumento en el bienestar ecológico y humano reflejado en su desempeño económico. Pero si los privatiza y comercializa los recursos cobrando a quienes los usan, entonces sí hay crecimiento.
Preservar la infraestructura para hacerla durable y gratuita no agrega nada o muy poco al crecimiento. Mantener sana a la gente no tiene valor. Enfermarla sí.
Las guerras, los conflictos, el crimen y la corrupción son amigos del crecimiento en el sentido que obligan a las sociedades a fabricar y comprar armas, a instalar cerraduras de seguridad y a subir los precios de lo que el gobierno paga a quienes licitan obras.
Por este camino, el crecimiento está desapareciendo. Todas las economías se están quedando sin aire. Hasta China, la tradicional locomotora. El consumo llegó a su límite en los países desarrollados, que además encuentran pocos compradores para los bienes que exportan a los países en desarrollo.
Aparece entonces una oportunidad para salir del estancamiento y explorar caminos nuevos. Esos caminos pueden incluir formas de negocios que reconcilien las necesidades humanas con el equilibrio natural. Eso es lo que Fioramonti llama “economía del bienestar”, donde el desarrollo está no en la explotación de los recursos humanos y naturales sino en mejorar la calidad y eficacia de las interacciones humano-humano y humano-ecosistema. El objetivo debe ser un ambiente natural y social sano.