El precio de referencia del barril de petróleo crudo superó los US$ 76 –algo que no ocurría desde 2014-. La razón: Donald Trump, contra la opinión de sus aliados europeos, decidió que EE.UU abandonara el acuerdo nuclear sobre Irán. Lo que significa turbulencia en los precios mundiales del petróleo, probable crisis bélica en el Medio Oriente, y fortalecimiento de las posiciones de China y Rusia.
Los mercados llamados emergentes se debilitan cada vez más. Por el alza de las tasas de interés en Estados Unidos, por la consiguiente apreciación del dólar como divisa internacional, y ahora por las perturbaciones petroleras.
Hubo devaluaciones y ajustes en países como Turquía, Polonia y otros de la Europa periférica. En la región, casi todos los países tuvieron alguna depreciación de su moneda. Brasil, Chile, Colombia, México. Nadie escapó a esta tendencia.
Tampoco Argentina, que registró la más importante de las devaluaciones, cuando los inversores externos liquidaron sus tenencias y emprendieron la fuga vertiginosa.
En ese contexto, aparece otro elemento de importancia sustancial. Lo que hay entre EE.UU y China es ya una abierta guerra comercial, que repercutirá en todas las latitudes del planeta. Nadie se salvará de registrar daños y retrocesos.
Ante la debilidad y volatilidad de los mercados cambiarios, Argentina que ya había intentado con las herramientas tradicionales (alza de tasas, actuación masiva del Banco Central) decidió recurrir a una línea de crédito del Fondo Monetario Internacional. Entidad siempre denostada y de mala fama en el país y en todo el sur del continente.
Pero lo cierto es que, aún los peores críticos del Fondo admiten que no había otra alternativa que resultara viable. Y si había que tragar aceite de ricino -dicen-, mejor hacerlo ahora que antes de que la situación se deteriorara más y se convirtiera en crisis inmanejable.
Veremos si la tesis es correcta. La nueva situación ha traído malos recuerdos y la búsqueda de una historia y de un nuevo perfil para la entidad internacional.
Los memoriosos recuerdan que el FMI se creó después de la Segunda Guerra Mundial, para establecer líneas de crédito de emergencia ante crisis de las balanzas de pagos, que eran muy frecuentes.
En los últimos 30 años del siglo 20 se convirtieron en el villano que condicionaba a los países en desarrollo como agente del “imperialismo”, de las potencias centrales, o del capitalismo financiero internacional. Todo lo cual tuvo buena parte de verdad.
Pero en la primera década de este siglo, las cosas cambiaron. Los emergentes tuvieron un respiro, por el alza de las commodities que exportaban y por la crisis financiera de los grandes centros internacionales. Eso permitió la liberación, o dicho de otro modo, la cancelación de las deudas con el FMI.
Durante la última década, el Fondo se quedó sin el libreto tradicional y a la búsqueda de otro nuevo. Ello alienta la idea de que hay un nuevo FMI.
Es posible, pero ¿en qué dirección irá? En el caso de Argentina todo indica que las exigencias no deberían ser exageradas. Las autoridades de la entidad se han cansado de elogiar el programa “gradualista” del gobierno de Macri, que es precisamente lo que la Casa Rosada intenta preservar.
Las próximas semanas será evidente si ello es posible.