El doble mandato y las crisis de confianza en Estados Unidos

“Stratfor” no se ocupa de política interna. Salvo ahora, cuando “El gobierno de Bush –cuya aprobación pública ya era baja en agosto, por el fracaso en Irak- está bajo ataque y el deteriro es crítico.

5 octubre, 2005

Motivos inmediatos: nafta cara y el manejo de los huracanes, inclusive contratos turbios para reconstrucción. Así explica el boletín de geopolítica internacional “Stratfor” que, contra su costumbre de no incursionar en política interna, esta vez hace una excepción. A juicio de la publicación, “la fortaleza interna determina, en buena parte, la capacidad de definir y ejecutar la política exterior. En esta coyuntuira, hay graves problemas en Irak y Rusia está resovietizando sectores básicos de la economía, para no hablar de las inclinaciotes totalitarias de Vladyímir Putin y su capilla”.

Inmediatamente después de Katrina, George W.Bush afrontaba un dilema: ¿las consecuencias económicas, políticas y sociales del huracán le licuarán apoyo público al extremo de no poder ya gobernar con eficacia? “En el contexto global –señala el boletín- eso significaría no poder adoptar decisiones certeras, por estar enfrascado en calafatear su frente interno”.

.

Esto ya ha pasado. Por ejemplo, Richard Nixon –un presidente mucho más hábil, con un equipo infinitamente superior al actual, salvo un “vicepresidente bobo”- no pudo manejar Vietnam porque había perdido consenso interno a causa de Watergate. Si la experiencia se repite, Bush ya no podrá decidir unilateralmente estrategias tocantes a Irak, Irán, Afganistán, Norcorea o Rusia.

Tras la reelección –por un margen inferior al que proclamaban muchos medios- “Stratfor” subrayaba que los presidentes de doble mandato tendían a tener problemas políticos en el segundo término. A menudo, en el plano internacional y, más de una vez, tan graves como para impedirles gobernar con eficacia. Esto adquiere peculiar relevancia en el caso Bush.

Durante el siglo XX, seis presidentes obtuvieron segundo mandato: Thomas Woodrow Wilson, Franklin D.Roosevelt (fue reelegido en 1936, 1940 y 1944), Dwight Eisenhower, Ronald Reagan y William Clinton. Wilson finalizó el mandato mientras el congreso obstruía su proyecto para crear la Liga de Naciones. Durante el segundo término (1937-40), Roosevelt fue acusado de intentar armar una corte suprema a medida y auspiciar el ingreso de EE.UU. a la II guerra mundial por compromisos con Londres.

Si la carrera de ese presidente hubiese llegado sólo hasta 1940, nunca habría muerto (1944) con el inmenso prestigio que aún tiene. Curiosamente, “Stratfor” omite la base misma de ese legado: el keinesianismo y su manifestación clave, la Autoridad del Valle del Tenesí (1934 en adelante).

Por su parte, Eisenhower afrontó en el segundo mandato (1957-60) el escándalo protagonizado por su jefe de gabinete, Sherman Adams, un poroto al lado del equipo Nixon o de Richard Cheney. Más tarde, lo criticaron duro por “permitir” los primeros éxitos soviéticos en exploración espacial y proyectiles intercontinentales. Por supuesto, a Nixon lo echaron por Watergate y Reagan no pudo resolver el escándalo Irán-contras. En cuanto a Clinton, el caso de Monica Lewinsky giraba en la órbita íntima y no afectó la gestión presidencial.

De los presidentes en problemas durante su segundo mandato, casi todos los afrontaron también en el campo internacional. Wilson con la Liga de Naciones, Johnson y Nixon con Vietnam. Aun los que capearon tormentas –Roosevelt, Eisenhower, Reagan- fueron asediados por problemas internacionales. Pero ninguno perdió el control de la política exterior.

En este punto, surge un patrón: los fracasos de segundo término han estado relacionados con guerras de desenlace incierto. O con una percepción entre el público de que el mandatario era un delincuente. El segundo caso remite a Nixon, el primero podría incluir a Bush.

“El problema central de este presidente –subraya el boletín, pese a su tendencia republicana- es la guerra en Irak y Afganistán. Pero la clave no reside en la oposición demócrata, aun si ésta recobrase la mayoría simple en las elecciones parlamentarias de 2006. No. El peligro está en su propia base de votos”. Recientes sondeos indican que su piso –históricamente alrededor de 40/42%, -ha cedido a 38/39%. Si esto continúa, deteriorará la capacidad de Bush para concebir y ejecutar políticas externas. Eso será un fracaso casi imposible de remontar, porque el frente interno tampoco ayuda.

Hay otro riesgo. “Si su base política decide que Bush realmente no entendía lo que pasaba en los primeros días de Katrina, ese apoyo habrá entrado en crisis. Máxime al trascender contratos de reconstrucción otorgados a dedo por la Casa Blanca.

“¿Por qué esta clase de crisis estalla en los segundos mandatos? Simple: se da una mezcla de fatiga, autroconfianza excesiva y aburrimiento. El presidente –explica este trabajo- está cansado pero se cree invulnerable y puede llegar a la arrogancia”. Especialmente si sus dones intelectuales no son grandes ni tiene un Henry Kissinger que piense por él.

Si, además, su círculo íntimo lo acompaña –y rodea- desde el principio, todos están en las mismas condiciones. Los gruesos errores de Karl Rove en el caso Judith Miller destacan ese problema. Resulta llamativo que, tras una reelección más o menos exitosa, la tendencia haya sido no cambiar los equipos del primer mandato. También interesa notar que Roosevelt, Eisenhower, Reagan y Clinton sí los cambiaron, en tanto los presidentes fallidos no lo hicieron.

En el caso de Bush, ese círculo íntimo venía cometiendo error tras error. En un momento dado, despidió a Colin Power por sus objeciones a la aventura en Irak. Se impusieron los peores elementos del entorno: Cheney, Donald Rumsfeld y John Ashcroft. El primero, en vez de azuzar al presidente para que reaccionase rápido al huracán, se dedicó a gestionar contratos sin licitación para Halliburton, el grupo donde había sido CEO, beneficiario de escandalosas prebendas en Irak y Kuweit.

Motivos inmediatos: nafta cara y el manejo de los huracanes, inclusive contratos turbios para reconstrucción. Así explica el boletín de geopolítica internacional “Stratfor” que, contra su costumbre de no incursionar en política interna, esta vez hace una excepción. A juicio de la publicación, “la fortaleza interna determina, en buena parte, la capacidad de definir y ejecutar la política exterior. En esta coyuntuira, hay graves problemas en Irak y Rusia está resovietizando sectores básicos de la economía, para no hablar de las inclinaciotes totalitarias de Vladyímir Putin y su capilla”.

Inmediatamente después de Katrina, George W.Bush afrontaba un dilema: ¿las consecuencias económicas, políticas y sociales del huracán le licuarán apoyo público al extremo de no poder ya gobernar con eficacia? “En el contexto global –señala el boletín- eso significaría no poder adoptar decisiones certeras, por estar enfrascado en calafatear su frente interno”.

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Esto ya ha pasado. Por ejemplo, Richard Nixon –un presidente mucho más hábil, con un equipo infinitamente superior al actual, salvo un “vicepresidente bobo”- no pudo manejar Vietnam porque había perdido consenso interno a causa de Watergate. Si la experiencia se repite, Bush ya no podrá decidir unilateralmente estrategias tocantes a Irak, Irán, Afganistán, Norcorea o Rusia.

Tras la reelección –por un margen inferior al que proclamaban muchos medios- “Stratfor” subrayaba que los presidentes de doble mandato tendían a tener problemas políticos en el segundo término. A menudo, en el plano internacional y, más de una vez, tan graves como para impedirles gobernar con eficacia. Esto adquiere peculiar relevancia en el caso Bush.

Durante el siglo XX, seis presidentes obtuvieron segundo mandato: Thomas Woodrow Wilson, Franklin D.Roosevelt (fue reelegido en 1936, 1940 y 1944), Dwight Eisenhower, Ronald Reagan y William Clinton. Wilson finalizó el mandato mientras el congreso obstruía su proyecto para crear la Liga de Naciones. Durante el segundo término (1937-40), Roosevelt fue acusado de intentar armar una corte suprema a medida y auspiciar el ingreso de EE.UU. a la II guerra mundial por compromisos con Londres.

Si la carrera de ese presidente hubiese llegado sólo hasta 1940, nunca habría muerto (1944) con el inmenso prestigio que aún tiene. Curiosamente, “Stratfor” omite la base misma de ese legado: el keinesianismo y su manifestación clave, la Autoridad del Valle del Tenesí (1934 en adelante).

Por su parte, Eisenhower afrontó en el segundo mandato (1957-60) el escándalo protagonizado por su jefe de gabinete, Sherman Adams, un poroto al lado del equipo Nixon o de Richard Cheney. Más tarde, lo criticaron duro por “permitir” los primeros éxitos soviéticos en exploración espacial y proyectiles intercontinentales. Por supuesto, a Nixon lo echaron por Watergate y Reagan no pudo resolver el escándalo Irán-contras. En cuanto a Clinton, el caso de Monica Lewinsky giraba en la órbita íntima y no afectó la gestión presidencial.

De los presidentes en problemas durante su segundo mandato, casi todos los afrontaron también en el campo internacional. Wilson con la Liga de Naciones, Johnson y Nixon con Vietnam. Aun los que capearon tormentas –Roosevelt, Eisenhower, Reagan- fueron asediados por problemas internacionales. Pero ninguno perdió el control de la política exterior.

En este punto, surge un patrón: los fracasos de segundo término han estado relacionados con guerras de desenlace incierto. O con una percepción entre el público de que el mandatario era un delincuente. El segundo caso remite a Nixon, el primero podría incluir a Bush.

“El problema central de este presidente –subraya el boletín, pese a su tendencia republicana- es la guerra en Irak y Afganistán. Pero la clave no reside en la oposición demócrata, aun si ésta recobrase la mayoría simple en las elecciones parlamentarias de 2006. No. El peligro está en su propia base de votos”. Recientes sondeos indican que su piso –históricamente alrededor de 40/42%, -ha cedido a 38/39%. Si esto continúa, deteriorará la capacidad de Bush para concebir y ejecutar políticas externas. Eso será un fracaso casi imposible de remontar, porque el frente interno tampoco ayuda.

Hay otro riesgo. “Si su base política decide que Bush realmente no entendía lo que pasaba en los primeros días de Katrina, ese apoyo habrá entrado en crisis. Máxime al trascender contratos de reconstrucción otorgados a dedo por la Casa Blanca.

“¿Por qué esta clase de crisis estalla en los segundos mandatos? Simple: se da una mezcla de fatiga, autroconfianza excesiva y aburrimiento. El presidente –explica este trabajo- está cansado pero se cree invulnerable y puede llegar a la arrogancia”. Especialmente si sus dones intelectuales no son grandes ni tiene un Henry Kissinger que piense por él.

Si, además, su círculo íntimo lo acompaña –y rodea- desde el principio, todos están en las mismas condiciones. Los gruesos errores de Karl Rove en el caso Judith Miller destacan ese problema. Resulta llamativo que, tras una reelección más o menos exitosa, la tendencia haya sido no cambiar los equipos del primer mandato. También interesa notar que Roosevelt, Eisenhower, Reagan y Clinton sí los cambiaron, en tanto los presidentes fallidos no lo hicieron.

En el caso de Bush, ese círculo íntimo venía cometiendo error tras error. En un momento dado, despidió a Colin Power por sus objeciones a la aventura en Irak. Se impusieron los peores elementos del entorno: Cheney, Donald Rumsfeld y John Ashcroft. El primero, en vez de azuzar al presidente para que reaccionase rápido al huracán, se dedicó a gestionar contratos sin licitación para Halliburton, el grupo donde había sido CEO, beneficiario de escandalosas prebendas en Irak y Kuweit.

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