lunes, 30 de diciembre de 2024

El Atlántico norte, un océano que se ensancha

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Los geólogos sostienen que el Atlántico se achica por el “efecto Wegener”. Los europeos creen igual, aunque por motivos geopolíticos. Pero los neoconservadores norteamericanos –y sus émulos latinoamericanos- afirman lo contrario.

En verdad, el pensamiento neoimperial, alrededor de George W.Bush y en otros ámbitos estadounidenses, postula que ambas orillas del Atlántico norte se distancian en valores, intereses y –claro- poder. Tachan a los atlanticistas de “neorrománticos”. Pero, como sugiere el columnista británico Michael Lind, tal vez ambos bandos estén equivocados.

En materia de valores, un término generalmente mal usado, EE.UU. y la Unión Europea se acercan. Donde se alejan es en materia de intereses geopolíticos. No obstante, teme el analista, “se exageran las divisiones entre actitudes. Así, la influencia de neo y ultraconservadores en el gobierno norteamericano se infla groseramente por el anacrónico sistema de ciertos estados occidentales y meridionales, donde quien gana, aunque sea por un voto, se queda con todo el colegio electoral.

También influyen la mala distribución de poder en el Senado, la manipulación de distritos electorales por la maquinaria republicana y una Corte Suprera que, en 2000, toleró fraude en Florida. Pero el tiempo deteriora su base política: los protestantes blancos de derecha tienden a votar cada vez menos y, ahora, la colectividad cubana en Florida se ha dividido.

En temas como sexo y reproducción, los norteamericanos van “europeizándose”, aun en áreas conservadoras. Las controversias sobre homosexuales pierden interés y las investigaciones sobre el núcleo de la célula deterioran el creacionismo bíblico de la ultraderecha religiosa tanto como las perspectivas de vida inteligente en la Galaxia, la cibernética o “Star trek”.

Asimismo, en materia de medios también hay un proceso de “europeización”. Pese a algunos jueces que -de pronto- tratan de limitar la primera enmienda respecto del periodismo y sus fuentes de información.

Durante generaciones, lo que se prohibía en Boston o Cleveland podía verse o comprarse en París. Hoy, los medios estadounidenses tienden a copiar innovaciones europeas, como lo demuestra la TV –desgraciadamente- vía ese espanto llamado “reality shows”. Entretanto, el cable e Internet desvirtúan los esfuerzos pro censura de predicadores, organizaciones y políticos de ultraderecha.

En tanto EE.UU. sigue siendo más religioso, en un sentido elemental, que Europa occidental (pero menos que Latinoamérica y los hispanófonos al norte del río Bravo), el secularismo capitalista no se detiene. La minoría que declara no tener religión crece, pero a expensas de católicos, protestantes y judíos liberales (estos últimos identifican ortodoxia religiosa con el Israel de Ariel Sharón).

Por ende, el extremismo religioso domina a los creyentes pero, al mismo tiempo, disminuye su peso social. En otras palabras, la imagen de un renacimiento cristiano –cifrada en la asistencia al templo- es engañosa y, por el contrario, ese factor tiende al reflujo. Sobre todo en las ciudades. Aparte, los negros (un grupo con religiosidad e iglesias propias) rechazan el fundamentalismo evangélico de los blancos.

Ahora bien, Europa se acerca a EE.UU. en pensamiento económico y político. Desde los 80, la influencia conservadora norteamericana afecta a gobiernos de derecha o izquierda, alejándolos de la democracia social y el papel del estado en la economía. En verdad, los lleva a una economía más condicionada por mercados bursátiles y financieros.

Otro factor es la inmigración. Desde el descubrimiento de América hasta la última posguerra, Europa fue fuente de emigración, especialmente al Nuevo Continente. Hoy, el envejecimiento de la población convierte a Europa en destino de migraciones “indeseables” y, como en EE.UU. durante los siglos XVIII a XX, surgen fuertes minorías étnicas.

Nada de eso evita que ambos lados del Atlántico tengan intereses geopolíticos y económicos divergentes. Ya la licuación del bloque soviético acabó con la razón de ser del Tratado del Atlántico Norte y su organización (OTAN). Como lo señala la crisis previa a la invasión unilateral de Irak, el terrorismo mayorista y el petróleo no alcanzan para revivir la OTAN. Gran Bretaña lo demuestra: arrastrado por decisiones inconsultas del gobierno –que actuó contra la opinión pública, igual que Balfour en 1917-, el reino es casi un satélite de EE.UU. Esto y la banca londinense también lo distancian de la Unión Europea.

En otro plano, EE.UU. teme que el ascenso de China y Vietnam lo deteriore como poder en Asía oriental y sudoriental. Eso no le quita el sueño a la UE. Aunque todo el bloque noratlántico coincida en luchar contra al Qa’eda y grupos similares, europeos y norteamericanos tienen intereses diferentes en Levante. Los primeros, además, empalman con Rusia, China e India. ¿Por qué? porque todos limitan con el mundo islámico y EE.UU. está lejos.

Por ahora, el negocio petrolero –versión sauditejana- y el “lobby” ultraderechista israelí determinan la política de Washington en la región. Por desgracia, Saudiarabia es cuna y objetivo final de Osama bin Laden, cuyo clan aspira a reemplazar al rival saudí en el poder. Aun así, el futuro europeo está mucho más influido por cuanto ocurra en las cosas orientales y meridional del Mediterráneo. Allá, el exceso de activismo norteamericano es un creciente riesgo para la estabilidad europea.

En verdad, el pensamiento neoimperial, alrededor de George W.Bush y en otros ámbitos estadounidenses, postula que ambas orillas del Atlántico norte se distancian en valores, intereses y –claro- poder. Tachan a los atlanticistas de “neorrománticos”. Pero, como sugiere el columnista británico Michael Lind, tal vez ambos bandos estén equivocados.

En materia de valores, un término generalmente mal usado, EE.UU. y la Unión Europea se acercan. Donde se alejan es en materia de intereses geopolíticos. No obstante, teme el analista, “se exageran las divisiones entre actitudes. Así, la influencia de neo y ultraconservadores en el gobierno norteamericano se infla groseramente por el anacrónico sistema de ciertos estados occidentales y meridionales, donde quien gana, aunque sea por un voto, se queda con todo el colegio electoral.

También influyen la mala distribución de poder en el Senado, la manipulación de distritos electorales por la maquinaria republicana y una Corte Suprera que, en 2000, toleró fraude en Florida. Pero el tiempo deteriora su base política: los protestantes blancos de derecha tienden a votar cada vez menos y, ahora, la colectividad cubana en Florida se ha dividido.

En temas como sexo y reproducción, los norteamericanos van “europeizándose”, aun en áreas conservadoras. Las controversias sobre homosexuales pierden interés y las investigaciones sobre el núcleo de la célula deterioran el creacionismo bíblico de la ultraderecha religiosa tanto como las perspectivas de vida inteligente en la Galaxia, la cibernética o “Star trek”.

Asimismo, en materia de medios también hay un proceso de “europeización”. Pese a algunos jueces que -de pronto- tratan de limitar la primera enmienda respecto del periodismo y sus fuentes de información.

Durante generaciones, lo que se prohibía en Boston o Cleveland podía verse o comprarse en París. Hoy, los medios estadounidenses tienden a copiar innovaciones europeas, como lo demuestra la TV –desgraciadamente- vía ese espanto llamado “reality shows”. Entretanto, el cable e Internet desvirtúan los esfuerzos pro censura de predicadores, organizaciones y políticos de ultraderecha.

En tanto EE.UU. sigue siendo más religioso, en un sentido elemental, que Europa occidental (pero menos que Latinoamérica y los hispanófonos al norte del río Bravo), el secularismo capitalista no se detiene. La minoría que declara no tener religión crece, pero a expensas de católicos, protestantes y judíos liberales (estos últimos identifican ortodoxia religiosa con el Israel de Ariel Sharón).

Por ende, el extremismo religioso domina a los creyentes pero, al mismo tiempo, disminuye su peso social. En otras palabras, la imagen de un renacimiento cristiano –cifrada en la asistencia al templo- es engañosa y, por el contrario, ese factor tiende al reflujo. Sobre todo en las ciudades. Aparte, los negros (un grupo con religiosidad e iglesias propias) rechazan el fundamentalismo evangélico de los blancos.

Ahora bien, Europa se acerca a EE.UU. en pensamiento económico y político. Desde los 80, la influencia conservadora norteamericana afecta a gobiernos de derecha o izquierda, alejándolos de la democracia social y el papel del estado en la economía. En verdad, los lleva a una economía más condicionada por mercados bursátiles y financieros.

Otro factor es la inmigración. Desde el descubrimiento de América hasta la última posguerra, Europa fue fuente de emigración, especialmente al Nuevo Continente. Hoy, el envejecimiento de la población convierte a Europa en destino de migraciones “indeseables” y, como en EE.UU. durante los siglos XVIII a XX, surgen fuertes minorías étnicas.

Nada de eso evita que ambos lados del Atlántico tengan intereses geopolíticos y económicos divergentes. Ya la licuación del bloque soviético acabó con la razón de ser del Tratado del Atlántico Norte y su organización (OTAN). Como lo señala la crisis previa a la invasión unilateral de Irak, el terrorismo mayorista y el petróleo no alcanzan para revivir la OTAN. Gran Bretaña lo demuestra: arrastrado por decisiones inconsultas del gobierno –que actuó contra la opinión pública, igual que Balfour en 1917-, el reino es casi un satélite de EE.UU. Esto y la banca londinense también lo distancian de la Unión Europea.

En otro plano, EE.UU. teme que el ascenso de China y Vietnam lo deteriore como poder en Asía oriental y sudoriental. Eso no le quita el sueño a la UE. Aunque todo el bloque noratlántico coincida en luchar contra al Qa’eda y grupos similares, europeos y norteamericanos tienen intereses diferentes en Levante. Los primeros, además, empalman con Rusia, China e India. ¿Por qué? porque todos limitan con el mundo islámico y EE.UU. está lejos.

Por ahora, el negocio petrolero –versión sauditejana- y el “lobby” ultraderechista israelí determinan la política de Washington en la región. Por desgracia, Saudiarabia es cuna y objetivo final de Osama bin Laden, cuyo clan aspira a reemplazar al rival saudí en el poder. Aun así, el futuro europeo está mucho más influido por cuanto ocurra en las cosas orientales y meridional del Mediterráneo. Allá, el exceso de activismo norteamericano es un creciente riesgo para la estabilidad europea.

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