EE.UU. y el insoportable peso de la deuda externa

Sin duda, la economía es una clave de campaña electoral. Pero, al respecto, muchos analistas creen que cualquiera de ambos rivales tendrá una gestión con piernas encastradas en cemento: la deuda externa. Ahí, la superpotencia deja de serlo.

2 agosto, 2004

John F.Kerry, George W.Bush y sus equipos libran una encarnizada batalla en torno de todo. Desde políticas fiscales y tributarias hasta empleo y gasto social. Pero, al margen de cada programa, los expertos advierten que le será casi imposible a cualquiera de los contendientes timonear una economía anclada, como nunca antes, a la deuda externa.

El actual grado de endeudamiento resulta de un proceso iniciado a fines de los 90, al salirse de control el déficit de pagos corrientes, reflejo amplio de la balanza comercial más los pagos de intereses –renta de bonos y letras- al resto del mundo. Ese rojo se aceleró bajo este gobierno, pese a la recesión de 2001. A mediados de 2004, representaba 5% del producto bruto interno.

“El impetuoso crecimiento de la deuda externa ha llevado a uno de los giros más espectaculares en la moderna historia de las finanzas públicas. Hasta fines de los 80 –señala Wynne Godley, profesor de economía en Cambridge, Inglaterra-, el mundo le debía a Estados Unidos más que éste al mundo, una situación que venía durando desde fines del siglo XIX”. Al promediar 2004, por el contrario, el balance total entre activos y pasivos norteamericanos mostraba un déficit equivalente a casi 30% del PBI (alrededor de US$ 3,6 billones).

La economía líder “sigue hundiéndose en deudas. A medida como ingresa en terreno desconocido –coincide James Paulson, de Wells Capital Management, Nueva York-, nadie sabe hasta dónde treparán los saldos negativos y la dependencia respecto de acreedores externos. Esto asusta”.

Godley y su colega Genaro Zezza (universidad de Cassino, Italia) se han animado a arriesgar proyecciones. Su trabado postula un dólar constante al nivel medio de 2002-3 y 4% de aumento anual en el PB del resto del mundo hasta 2008. En igual lapso, se presume que el PBI norteamericano mantendrá un ritmo anual de +3,2%. A partir de esas bases, factorearon la propensión a importar y exportar más el impacto de tasas de interés crecientes en el servicio de la deuda externa.

Sus deducciones distan de lo optimista. Para preservar ese +3,2%
-guarismo muy inferior a los que se manejan comúnmente para todo 2004- en el próximo período de gobierno, el déficit en cuenta corriente debiera ascender hasta 7,5% del PBI actual (US$ 825.000 millones en 2008). A su vez, el déficit financiero neto con el resto del mundo se elevaría a 50% del mismo parámetro, o sea alrededor de 5,5 billones.

Semejante horizonte trabaría los intentos de recortar el rojo fiscal. Pero, desde 2001, el gobierno hace exactamente lo contrario, como muestra el doble paquete de rebajas impositivas, que le habrá restado al fisco US$ 2,35 billones en 2001-12. Bush insiste, junto con Alan Greenspan, en que el déficit bajará solo, a medida como crezca la economía real, mejoren los ingresos fiscales y se reduzca el gasto social. Pero el ascendente gasto bélico y un desempleo que sigue cerca de 5,6% apuntan a lo contrario.

No sin lógica, Kerry sostiene que frenará el déficit eliminado las rebajas impositivas otorgadas a estamentos de altos recursos, rentistas bursátiles y grandes empresas. Además, derogará o recortará drásticamente subsidios al sector privado (¿también los agrícolas?) y una serie de “agujeros” que fomentan evasión o elusión tributarias.

“Ninguna de estas salidas es fácil ni tiene los alcances necesarios”, apunta Zezza. “Tal como están las cosas –añade Godley-m existes serias dudas de que EE.UU. puede generar y sostener una reactivación firme”. En realidad, el plan Kerry “puede frenar la economía vía impuestos más altos y menos gastos que deterioren la demanda agregada. Reducir los rojos fiscales, por supuesto, tenderá a bajar tasas de largo plazo y a estimular el gasto del sector privado, pero –en la concepción obviamente monetarista y prorrepublicana de los académicos- “un público sobrendeudado no gastará al ritmo necesario”.

En verdad, sobre los mismos presupuestos y aferrados a la ortodoxia, Godley y su grupo afirman que, si el próximo gobierno reduce en 2% del PBI por año el déficit fiscal, su crecimiento también será 2% inferior. Es un argumento conservador cuando se trata de justificar ventajas tributarias al sector privado en un contexto de bajo empleo.

Los propios investigadores vislumbran una alternativa, aunque poco fácil: “dejar el caer mucho más el dólar, lo cual licuaría los pasivos en esta moneda”. Fue la salida orquestada por Gran Bretaña, tras la II guerra mundial, para sacarse de encima deudas y uno de los acreedores más perjudicadas fue Argentina (hasta compró ferrocarriles anticuados que, pronto, iban a ser devueltos gratis).

Una sostenida contracción de la divisa referencial “equilibraría la balanza comercial neta promoviendo exportaciones, reduciendo importaciones y frenando el déficit en cuenta corriente. También mejoraría la posición financiera neta, elevando el valor en dólares de los activos externos”. Exactamente el tipo de ajuste cambiario que el FMI vedó a la convertibilidad argentina hasta que fue demasiado tarde.

“Si el dólar cediese a razón de 5% ante las cuatro divisas rivales (euro, yen, libra, franco suizo) y totalizara 23% de achatamiento durante el próximo lapso presidencial (2005-8), el PBI avanzaría el 3,2% postulado en esta hipótesis”, explica Godley. Simultáneamente, “el déficit corriente cedería a menos de 3% y el rojo financiero neto federal con el mundo sería 15%, no 30% del PBI”. Por supuesto, ambos guarismos continuarían siendo exorbitantes (US$ 330.000 millones y 3,3 billones).

En este “futurible”, también cedería el déficit fiscal “porque el aumento de exportaciones y la baja de importaciones transferirían el peso de la menor demanda interna al plano internacional”. En teoría “es posible que todo eso ocurra naturalmente y el dólar simplemente se contraiga sin grandes traumas”, admite Paulsen. En verdad “la compra de acciones y bonos norteamericanos, por parte de gobiernos e inversores del exterior, viene aflojando desde hace meses y, eventualmente, podría llevar a un dólar aun más barato”.

No obstante, si eso sucede, las economías dominantes en el Pacífico occidental –Japón, China, Surcorea, Taiwán- probablemente resistan la repreciación de sus monedas mediante masivas intervenciones en los mercados cambiarios mundiales. Por lo mismo, la Eurozona trabaría un excesivo deterioro del dólar ante su divisa. Aquí queda evidente la vulnerabilidad de la superpotencia: una caída del dólar la ayudaría, pero el resto del mundo industrial no lo permitiría. En economía y finanzas, claro, el poder bélico no es clave, si quien lo esgrime está empantanado en deudas.

John F.Kerry, George W.Bush y sus equipos libran una encarnizada batalla en torno de todo. Desde políticas fiscales y tributarias hasta empleo y gasto social. Pero, al margen de cada programa, los expertos advierten que le será casi imposible a cualquiera de los contendientes timonear una economía anclada, como nunca antes, a la deuda externa.

El actual grado de endeudamiento resulta de un proceso iniciado a fines de los 90, al salirse de control el déficit de pagos corrientes, reflejo amplio de la balanza comercial más los pagos de intereses –renta de bonos y letras- al resto del mundo. Ese rojo se aceleró bajo este gobierno, pese a la recesión de 2001. A mediados de 2004, representaba 5% del producto bruto interno.

“El impetuoso crecimiento de la deuda externa ha llevado a uno de los giros más espectaculares en la moderna historia de las finanzas públicas. Hasta fines de los 80 –señala Wynne Godley, profesor de economía en Cambridge, Inglaterra-, el mundo le debía a Estados Unidos más que éste al mundo, una situación que venía durando desde fines del siglo XIX”. Al promediar 2004, por el contrario, el balance total entre activos y pasivos norteamericanos mostraba un déficit equivalente a casi 30% del PBI (alrededor de US$ 3,6 billones).

La economía líder “sigue hundiéndose en deudas. A medida como ingresa en terreno desconocido –coincide James Paulson, de Wells Capital Management, Nueva York-, nadie sabe hasta dónde treparán los saldos negativos y la dependencia respecto de acreedores externos. Esto asusta”.

Godley y su colega Genaro Zezza (universidad de Cassino, Italia) se han animado a arriesgar proyecciones. Su trabado postula un dólar constante al nivel medio de 2002-3 y 4% de aumento anual en el PB del resto del mundo hasta 2008. En igual lapso, se presume que el PBI norteamericano mantendrá un ritmo anual de +3,2%. A partir de esas bases, factorearon la propensión a importar y exportar más el impacto de tasas de interés crecientes en el servicio de la deuda externa.

Sus deducciones distan de lo optimista. Para preservar ese +3,2%
-guarismo muy inferior a los que se manejan comúnmente para todo 2004- en el próximo período de gobierno, el déficit en cuenta corriente debiera ascender hasta 7,5% del PBI actual (US$ 825.000 millones en 2008). A su vez, el déficit financiero neto con el resto del mundo se elevaría a 50% del mismo parámetro, o sea alrededor de 5,5 billones.

Semejante horizonte trabaría los intentos de recortar el rojo fiscal. Pero, desde 2001, el gobierno hace exactamente lo contrario, como muestra el doble paquete de rebajas impositivas, que le habrá restado al fisco US$ 2,35 billones en 2001-12. Bush insiste, junto con Alan Greenspan, en que el déficit bajará solo, a medida como crezca la economía real, mejoren los ingresos fiscales y se reduzca el gasto social. Pero el ascendente gasto bélico y un desempleo que sigue cerca de 5,6% apuntan a lo contrario.

No sin lógica, Kerry sostiene que frenará el déficit eliminado las rebajas impositivas otorgadas a estamentos de altos recursos, rentistas bursátiles y grandes empresas. Además, derogará o recortará drásticamente subsidios al sector privado (¿también los agrícolas?) y una serie de “agujeros” que fomentan evasión o elusión tributarias.

“Ninguna de estas salidas es fácil ni tiene los alcances necesarios”, apunta Zezza. “Tal como están las cosas –añade Godley-m existes serias dudas de que EE.UU. puede generar y sostener una reactivación firme”. En realidad, el plan Kerry “puede frenar la economía vía impuestos más altos y menos gastos que deterioren la demanda agregada. Reducir los rojos fiscales, por supuesto, tenderá a bajar tasas de largo plazo y a estimular el gasto del sector privado, pero –en la concepción obviamente monetarista y prorrepublicana de los académicos- “un público sobrendeudado no gastará al ritmo necesario”.

En verdad, sobre los mismos presupuestos y aferrados a la ortodoxia, Godley y su grupo afirman que, si el próximo gobierno reduce en 2% del PBI por año el déficit fiscal, su crecimiento también será 2% inferior. Es un argumento conservador cuando se trata de justificar ventajas tributarias al sector privado en un contexto de bajo empleo.

Los propios investigadores vislumbran una alternativa, aunque poco fácil: “dejar el caer mucho más el dólar, lo cual licuaría los pasivos en esta moneda”. Fue la salida orquestada por Gran Bretaña, tras la II guerra mundial, para sacarse de encima deudas y uno de los acreedores más perjudicadas fue Argentina (hasta compró ferrocarriles anticuados que, pronto, iban a ser devueltos gratis).

Una sostenida contracción de la divisa referencial “equilibraría la balanza comercial neta promoviendo exportaciones, reduciendo importaciones y frenando el déficit en cuenta corriente. También mejoraría la posición financiera neta, elevando el valor en dólares de los activos externos”. Exactamente el tipo de ajuste cambiario que el FMI vedó a la convertibilidad argentina hasta que fue demasiado tarde.

“Si el dólar cediese a razón de 5% ante las cuatro divisas rivales (euro, yen, libra, franco suizo) y totalizara 23% de achatamiento durante el próximo lapso presidencial (2005-8), el PBI avanzaría el 3,2% postulado en esta hipótesis”, explica Godley. Simultáneamente, “el déficit corriente cedería a menos de 3% y el rojo financiero neto federal con el mundo sería 15%, no 30% del PBI”. Por supuesto, ambos guarismos continuarían siendo exorbitantes (US$ 330.000 millones y 3,3 billones).

En este “futurible”, también cedería el déficit fiscal “porque el aumento de exportaciones y la baja de importaciones transferirían el peso de la menor demanda interna al plano internacional”. En teoría “es posible que todo eso ocurra naturalmente y el dólar simplemente se contraiga sin grandes traumas”, admite Paulsen. En verdad “la compra de acciones y bonos norteamericanos, por parte de gobiernos e inversores del exterior, viene aflojando desde hace meses y, eventualmente, podría llevar a un dólar aun más barato”.

No obstante, si eso sucede, las economías dominantes en el Pacífico occidental –Japón, China, Surcorea, Taiwán- probablemente resistan la repreciación de sus monedas mediante masivas intervenciones en los mercados cambiarios mundiales. Por lo mismo, la Eurozona trabaría un excesivo deterioro del dólar ante su divisa. Aquí queda evidente la vulnerabilidad de la superpotencia: una caída del dólar la ayudaría, pero el resto del mundo industrial no lo permitiría. En economía y finanzas, claro, el poder bélico no es clave, si quien lo esgrime está empantanado en deudas.

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