Duro ataque de Bush a Irán, cuando crece el riesgo norcoreano

Condoleezza Rice y Junichiro Koizumi formulaban advertencias a Pyongyang. Pero, mientras el mandatario iraní se mostraba contemporizador, de pronto Washington se lanzó sobre Tehrán.

20 junio, 2006

Tras apoyar la oferta conjunta a Irán –Alemania, Francia, Rusia, China, Gran Bretaña- para que suspenda su programa nuclear, Estadfos Unidos cambió de tono. En tanto el presidente Majmud Ahmadinedyad se mostraba receptivo, de pronto George W.Bush endureció su postura ante los iraníes, volviendo a amenazas en las que ni siquiera los mercados creen. Lo curioso es que el verdadero peligro atómico está en Norcorea, que parece dispuesta a extorsionar apoyándose en proyectiles capaces de alcanzar Alaska.

Por supuesto, el frente de estados que negociaba con Pyongyang hasta 2004 (Estados Unidos mismo, Japón, Surcorea, Rusia, China) supone que la exhibición de capacidad atómica ofensiva -algo de lo cual Tehrán está muy lejos- puede ser una artimaña para lograr otros fines. Pero sucede que Bush, en ese momento, prefirió embatir contra Irán sin motivo alguno.

No es casual que Robert Zoellick eligiese ese instante para abandonar la subsecretaría de Estado. Ostensiblemente, porque la Casa Blanca le dio a Hanry Paulson la secretaría de Haceinda, prometida al otrora representante comercial (de paso, otro ex hombre de Goldman Sachs). En realidad, se fue porque los fanáticos halcones en torno del presidente (el vice Richard Cheney, el titular de Defensa Donald Rumsfeld) están presionado para conseguir la renuncia de Rice.

Para estos adictos a las soluciones bélicas, la ola de denuncias, investigaciones y procesos contra militares norteamericanos culpables de torturas y masacres en Irak es un golpe político terrible. El lunes por la noche, la BBC emitía declaraciones de quien dirigió la cárcel de Abú Ghreib, acusando a Rumsfeld por “enviar a Irak personal mal preparado, proclive a todo tipo de abusos”.

“La crisis iraní puede reagravarse a raíz de las expresiones de Bush”, opinaba Joschka Fischer, ex ministro alemán de relaciones exteriores. El dirigente ofrece una explicación atendible para las contradicciones actuales: “Irán tiene aspiraciones geopolíticas regionales, algo de lo cual carece Norcorea. Por eso, Washington no reacciona como debiera ante amenazas nucleares de Pyongyang”. Por cierto, la Casa Blanca y el Pentágono siguen enamorados de juegos de guerra imaginarios y desdeñan la realidad. Así sucede en sus tratos con Venezuela o Bolivia, de paso.

Tehrán tiene sus propias obsesiones. Una de ellas es batir el parche contra Israel, lo cual fortalece justamente a los círculos más intransigentes de Tel Aviv, ya obsedidos ante el triunfo electoral de Hamás (grupo no apoyado por Irán). Pero, sea como fuere y según sostiene Fischer, “la única salida racional es continuar negociando con los persas”. Las nuevas amenazas de Bush, por otro lado, han sido muy mal recibidas por los europeos, Rusia y China. “Los republicanos fundamentalistas están tan en declive político como Bush mismo –indicaba un analista francés- y no es razonable tomarlos muy en serio”.

Tras apoyar la oferta conjunta a Irán –Alemania, Francia, Rusia, China, Gran Bretaña- para que suspenda su programa nuclear, Estadfos Unidos cambió de tono. En tanto el presidente Majmud Ahmadinedyad se mostraba receptivo, de pronto George W.Bush endureció su postura ante los iraníes, volviendo a amenazas en las que ni siquiera los mercados creen. Lo curioso es que el verdadero peligro atómico está en Norcorea, que parece dispuesta a extorsionar apoyándose en proyectiles capaces de alcanzar Alaska.

Por supuesto, el frente de estados que negociaba con Pyongyang hasta 2004 (Estados Unidos mismo, Japón, Surcorea, Rusia, China) supone que la exhibición de capacidad atómica ofensiva -algo de lo cual Tehrán está muy lejos- puede ser una artimaña para lograr otros fines. Pero sucede que Bush, en ese momento, prefirió embatir contra Irán sin motivo alguno.

No es casual que Robert Zoellick eligiese ese instante para abandonar la subsecretaría de Estado. Ostensiblemente, porque la Casa Blanca le dio a Hanry Paulson la secretaría de Haceinda, prometida al otrora representante comercial (de paso, otro ex hombre de Goldman Sachs). En realidad, se fue porque los fanáticos halcones en torno del presidente (el vice Richard Cheney, el titular de Defensa Donald Rumsfeld) están presionado para conseguir la renuncia de Rice.

Para estos adictos a las soluciones bélicas, la ola de denuncias, investigaciones y procesos contra militares norteamericanos culpables de torturas y masacres en Irak es un golpe político terrible. El lunes por la noche, la BBC emitía declaraciones de quien dirigió la cárcel de Abú Ghreib, acusando a Rumsfeld por “enviar a Irak personal mal preparado, proclive a todo tipo de abusos”.

“La crisis iraní puede reagravarse a raíz de las expresiones de Bush”, opinaba Joschka Fischer, ex ministro alemán de relaciones exteriores. El dirigente ofrece una explicación atendible para las contradicciones actuales: “Irán tiene aspiraciones geopolíticas regionales, algo de lo cual carece Norcorea. Por eso, Washington no reacciona como debiera ante amenazas nucleares de Pyongyang”. Por cierto, la Casa Blanca y el Pentágono siguen enamorados de juegos de guerra imaginarios y desdeñan la realidad. Así sucede en sus tratos con Venezuela o Bolivia, de paso.

Tehrán tiene sus propias obsesiones. Una de ellas es batir el parche contra Israel, lo cual fortalece justamente a los círculos más intransigentes de Tel Aviv, ya obsedidos ante el triunfo electoral de Hamás (grupo no apoyado por Irán). Pero, sea como fuere y según sostiene Fischer, “la única salida racional es continuar negociando con los persas”. Las nuevas amenazas de Bush, por otro lado, han sido muy mal recibidas por los europeos, Rusia y China. “Los republicanos fundamentalistas están tan en declive político como Bush mismo –indicaba un analista francés- y no es razonable tomarlos muy en serio”.

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