Por de pronto, el fracaso de las presiones ejercidas hasta hoy sobre China, para que deje flotar el yüan, son clara evidencia de que Estados Unidos pierde influencia política y económica global. Inclusive, Beijing ha aprovechado la necesidad norteamericana de que sofrene los delirios nucleares norcoreanos para ignorar las exigencias cambiarias.
Sin duda, tensiones y vaivenes en torno del dólar son una fuente continua de fricciones. En una reunión efectuada el lunes 24 en París, los ministros de Hacienda alemán y francés se quejaban de que la Eurozona viene cargando injustamente con un dólar superbarato y exigieron coordinar acciones para elevarlos. Al día siguiente, algunos bancos centrales salieron a comprar dólares para impedir otro desbarranque, generado en las sombrías expectativas fiscales norteamericanas para el decenio 2006-15.
Dos meses antes, Wen Jiabao –primer ministro chino- sostuvo que su país seguiría pugnando con Washington por el tema cambiario. En cuanto al dólar débil fue directo: “¿No debieran las autoridades incumbentes en EE.UU. hacer algo sobre esto?”
Por su parte, hablando poco antes de asumir Bush el segundo mandato, John W.Snow, un secretario de Hacienda nada brillante, insistía en que Bush elevará el Congreso, en febrero, “un presupuesto astringente”. Pero la propuesta de institucionalizar el triple paquete de rebajas impositivas a rentistas, grandes empresas y gente de altos ingresos (restará al erario US$ 2,45 billones de 2001 a 2012), más nuevas partidas para gastar en Irak –que llevan a US$ 300.000 millones el costo de la aventura-, apuntan exactamente a lo contrario. Lo mismo involucra el anteproyecto para privatizar la seguridad social federal.
Pero, si el dólar reanudase el descenso y los inversores internacionales resolviesen que Bush no tiene voluntad de contener el gasto público, su eventual retiro de la plaza forzaría alzas en tasas locales, justamente para atraer capitales y colocar deuda. Tal como están las cosas, EE.UU. precisa financiar más de US$ 600.000 anuales para cubrir la brecha en cuenta corriente. Vale decir, el déficit comercial más la diferencia negativa entre ingreso y salida de fondos (balance de pagos).
Por supuesto, tal vez el deterioro del dólar no alcance niveles críticos. De hecho, en las últimas semanas se ha revertido un tanto una tendencia que lo había hecho retroceder 35% contra el euro y 24% contra el yen en algo más de tres años (2002-4).Varios expertos opinan que una próxima declinación, si es relativamente modesta y gradual, será manejable.
Altos funcionarios y un grupo de analistas afines sostienen que los déficit récord en comercio exterior y cuenta corriente no deben preocupar gran cosa. A su juicio, reflejan el fuerte interés exterior por invertir en la economía norteamericana. Claro, la contracara de eso es que esas colocaciones no van tanto a la economía física cuanto a financiar el gigantesco triple déficit del gobierno (presupuesto, pagos externos, asistencia social). En cuanto al rojo comercial, no trasunta los “atractivos” de la economía local, sino su mal desempeño exportador.
En Europa occidental, Asia oriental y Latinoamérica se teme que el equipo económico de Bush no esté a la altura de emergencia alguna. Muchos políticos y exportadores europeos sospechan que Washington se siente perfectamente feliz con un dólar barato. En momentos cuando se agudiza el déficit comercial –alcanza proporción récord del producto bruto interno-, un dólar frágil podría mejorar la competencia de las exportaciones norteamericanas y poner en desventaja aun mayor las europeas. Pero la sostenida caída del dólar no llegó, en tres años, a lograr ese efecto.
Nadie sabe con seguridad si volverán a intensificarse las dudas que han contribuido al declive del dólar. Algunos suponen que, a los ojos del mercado, Bush parece más empeñado en financiar Irak, el gasto militar y la privatización de jubilaciones, antes que ocuparse de reducir los déficit. Otros tienen miedo de que algún fondo grande, muy apalancado, o algún banco de primera línea queden atrapado al darse vuelta la tortilla y desencadenen una súbita corrida cambiaria. Eso tendría graves consecuencias para la gestión de Bush.
“Continuamos en una coyuntura crítica”, sostiene Carl Frederick Bergsten, director del ortodoxo Instituto de Economía Internacional y crítico de la actual política estadounidense. “Los desequilibrios empeoran y van asemejándose a los que sufría Japón hace diez años. Con una diferencia: carecemos del ahorro interno típico de ese país. En proyecciones oficiales y privadas, los déficit proseguirán acumulándose durante años. El actual en cuenta corriente ya pasa 6% del PBI. Tarde o temprano, esta trayectoria tendrá abrupto final. La gente dejará de comprar activos en dólares y el contexto político tornará insostenible el déficit con China”.
No obstante esos temores, los inversores del exterior –gobiernos inclusive- continúan comprando deuda norteamericana. En noviembre, se colocaron US$ 81.000 millones netos, lo cual alcanzó para sobrecompensar el déficit comercial de ese mes. “El crecimiento del PBI sigue superando al de la Eurozona y la Unión Europea”, señala el ultraconservador Cato Institute. Pero el dato no impresiona a un mundo donde el endeble liderazgo político de Washington preocupa hoy más que la presumible fortaleza económica. Sólo que, al revés de Irak, el problema no es unilateralismo de la administración Bush, sino su claudicación en otros frentes.
Para fortuna del tejano, no ha habido una crisis sistémica fuerte desde su asunción en 2001. John Taylor, secretario de Tesorería para asuntos internacionales, cree que ello resulta de un “buen mantenimiento de variables. Recuerdo que, en mis primeros días de gestión, teníamos en puerta crisis en Turquía, Argentina y Brasil. Fueron contenidas”.
En la actualidad, Hacienda parece haber sufrido una “capitis diminutio” institucional y tiene escasa influencia en la Casa Blanca. Bush parece mucho menos cómodo manejando temas de economía global que aventuras como la de Irak o locos proyectos de Richard Cheney y Donald Rumsfeld sobre Irán y Venezuela. Por consiguiente, para el resto del mundo el dólar débil es manifestación de una presidencia tan absorta en “la seguridad nacional” que no presta atención a síntomas económicos y financieros. Pero China es uno de ellos y puede tener serias consecuencias geopolíticas.
Por de pronto, el fracaso de las presiones ejercidas hasta hoy sobre China, para que deje flotar el yüan, son clara evidencia de que Estados Unidos pierde influencia política y económica global. Inclusive, Beijing ha aprovechado la necesidad norteamericana de que sofrene los delirios nucleares norcoreanos para ignorar las exigencias cambiarias.
Sin duda, tensiones y vaivenes en torno del dólar son una fuente continua de fricciones. En una reunión efectuada el lunes 24 en París, los ministros de Hacienda alemán y francés se quejaban de que la Eurozona viene cargando injustamente con un dólar superbarato y exigieron coordinar acciones para elevarlos. Al día siguiente, algunos bancos centrales salieron a comprar dólares para impedir otro desbarranque, generado en las sombrías expectativas fiscales norteamericanas para el decenio 2006-15.
Dos meses antes, Wen Jiabao –primer ministro chino- sostuvo que su país seguiría pugnando con Washington por el tema cambiario. En cuanto al dólar débil fue directo: “¿No debieran las autoridades incumbentes en EE.UU. hacer algo sobre esto?”
Por su parte, hablando poco antes de asumir Bush el segundo mandato, John W.Snow, un secretario de Hacienda nada brillante, insistía en que Bush elevará el Congreso, en febrero, “un presupuesto astringente”. Pero la propuesta de institucionalizar el triple paquete de rebajas impositivas a rentistas, grandes empresas y gente de altos ingresos (restará al erario US$ 2,45 billones de 2001 a 2012), más nuevas partidas para gastar en Irak –que llevan a US$ 300.000 millones el costo de la aventura-, apuntan exactamente a lo contrario. Lo mismo involucra el anteproyecto para privatizar la seguridad social federal.
Pero, si el dólar reanudase el descenso y los inversores internacionales resolviesen que Bush no tiene voluntad de contener el gasto público, su eventual retiro de la plaza forzaría alzas en tasas locales, justamente para atraer capitales y colocar deuda. Tal como están las cosas, EE.UU. precisa financiar más de US$ 600.000 anuales para cubrir la brecha en cuenta corriente. Vale decir, el déficit comercial más la diferencia negativa entre ingreso y salida de fondos (balance de pagos).
Por supuesto, tal vez el deterioro del dólar no alcance niveles críticos. De hecho, en las últimas semanas se ha revertido un tanto una tendencia que lo había hecho retroceder 35% contra el euro y 24% contra el yen en algo más de tres años (2002-4).Varios expertos opinan que una próxima declinación, si es relativamente modesta y gradual, será manejable.
Altos funcionarios y un grupo de analistas afines sostienen que los déficit récord en comercio exterior y cuenta corriente no deben preocupar gran cosa. A su juicio, reflejan el fuerte interés exterior por invertir en la economía norteamericana. Claro, la contracara de eso es que esas colocaciones no van tanto a la economía física cuanto a financiar el gigantesco triple déficit del gobierno (presupuesto, pagos externos, asistencia social). En cuanto al rojo comercial, no trasunta los “atractivos” de la economía local, sino su mal desempeño exportador.
En Europa occidental, Asia oriental y Latinoamérica se teme que el equipo económico de Bush no esté a la altura de emergencia alguna. Muchos políticos y exportadores europeos sospechan que Washington se siente perfectamente feliz con un dólar barato. En momentos cuando se agudiza el déficit comercial –alcanza proporción récord del producto bruto interno-, un dólar frágil podría mejorar la competencia de las exportaciones norteamericanas y poner en desventaja aun mayor las europeas. Pero la sostenida caída del dólar no llegó, en tres años, a lograr ese efecto.
Nadie sabe con seguridad si volverán a intensificarse las dudas que han contribuido al declive del dólar. Algunos suponen que, a los ojos del mercado, Bush parece más empeñado en financiar Irak, el gasto militar y la privatización de jubilaciones, antes que ocuparse de reducir los déficit. Otros tienen miedo de que algún fondo grande, muy apalancado, o algún banco de primera línea queden atrapado al darse vuelta la tortilla y desencadenen una súbita corrida cambiaria. Eso tendría graves consecuencias para la gestión de Bush.
“Continuamos en una coyuntura crítica”, sostiene Carl Frederick Bergsten, director del ortodoxo Instituto de Economía Internacional y crítico de la actual política estadounidense. “Los desequilibrios empeoran y van asemejándose a los que sufría Japón hace diez años. Con una diferencia: carecemos del ahorro interno típico de ese país. En proyecciones oficiales y privadas, los déficit proseguirán acumulándose durante años. El actual en cuenta corriente ya pasa 6% del PBI. Tarde o temprano, esta trayectoria tendrá abrupto final. La gente dejará de comprar activos en dólares y el contexto político tornará insostenible el déficit con China”.
No obstante esos temores, los inversores del exterior –gobiernos inclusive- continúan comprando deuda norteamericana. En noviembre, se colocaron US$ 81.000 millones netos, lo cual alcanzó para sobrecompensar el déficit comercial de ese mes. “El crecimiento del PBI sigue superando al de la Eurozona y la Unión Europea”, señala el ultraconservador Cato Institute. Pero el dato no impresiona a un mundo donde el endeble liderazgo político de Washington preocupa hoy más que la presumible fortaleza económica. Sólo que, al revés de Irak, el problema no es unilateralismo de la administración Bush, sino su claudicación en otros frentes.
Para fortuna del tejano, no ha habido una crisis sistémica fuerte desde su asunción en 2001. John Taylor, secretario de Tesorería para asuntos internacionales, cree que ello resulta de un “buen mantenimiento de variables. Recuerdo que, en mis primeros días de gestión, teníamos en puerta crisis en Turquía, Argentina y Brasil. Fueron contenidas”.
En la actualidad, Hacienda parece haber sufrido una “capitis diminutio” institucional y tiene escasa influencia en la Casa Blanca. Bush parece mucho menos cómodo manejando temas de economía global que aventuras como la de Irak o locos proyectos de Richard Cheney y Donald Rumsfeld sobre Irán y Venezuela. Por consiguiente, para el resto del mundo el dólar débil es manifestación de una presidencia tan absorta en “la seguridad nacional” que no presta atención a síntomas económicos y financieros. Pero China es uno de ellos y puede tener serias consecuencias geopolíticas.