Estados Unidos no cesa de advertir – casi a diario- de los nuevos peligros que encarna la nueva concepción geopolítica de Moscú y la estridente actitud bélica de Putin. Desde esta visión, todo el continente europeo –y no solo los vecinos de Rusia- están en peligro de sufrir el avance de la topadora rusa.
En Washington se advierte que la preparación militar de Europa para afrontar un peligro de este porte es pobre, insuficiente y sin los recursos necesarios. Igual que antes de la Primera o Segunda Guerra Mundial, repiten. Los voceros del Departamento de Estado insisten en que, por lo menos, todas las naciones europeas deben elevar su presupuesto de defensa en 2% del PBI.
Como los europeos lo perciben, una mirada catastrófica que encierra una brillante oportunidad de negocios. Todas las firmas dedicadas a la fabricación de armamento en Estados Unidos tendrían un ávido mercado para colocar sus productos y estimular sus adormecidas ventas.
No es que Europa se haga ilusiones con Putin, pero no creen posible que avance más allá de sus vecinos inmediatos. Para los europeos, la crisis reciente, cómo retomar el crecimiento, como atender al desmantelado estado de bienestar son todas inquietudes más agudas que el presunto expansionismo ruso.
La visión estadounidense es la de una potencia global que está dispuesta a intervenir en cualquier lugar del mundo que le parezca oportuno, como parte de su responsabilidad como superpotencia. Lo que preocupa es que si mañana hay un conflicto desatado por China en el sudeste asiático o en el Cercano Oriente provocado por Irán –por ejemplo- los europeos estarán todavía más tibios con sus aliados estratégicos.
“Si no les importa su propio campo de juego –dicen- que pasará cuándo el escenario sea más distante”.
Los europeos, finalmente, sostienen que hay una crisis real y que hay que enfrentarla con calma y seriedad, sin medidas espasmódicas o inducidas por un temor infundado.