<p>Esta vez, es una “revolución” sin partidos, casi gandhiana, pero con una impresionante parafernalia tecnológica y un aparato de comunicaciones –este sí- globalizado. En cierto sentido, es como si la plaza de la Liberación, legado de otro rais (Gamal Abdel Nasser), se hubiera convertido en un inmenso centro de llamadas o sala de juegos virtuales en poder de jóvenes sin administrador ni límites.<br />
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Sin duda, admiten analistas occidentales y muchos de los blogs en Internet, hay una especie de revolución a orillas de Nilo. Así lo demuestra la censura a Internet en Egipto mismo, más sus secuelas a menudo subrepticias en Saudiarabia, Libia, Siria, los emiratos del Golfo, Yemen u Omán. Unos la practican para escudar a Hosni Mubarak o hacerlo durar. Otros, para acelerar su casi segura caída.<br />
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En verdad, la suerte del caudillo parece estar –dicen fuentes locales- en manos de su sinuoso vicepresidente, Omar Suleiman. Su relación denota ya un matiz inquietante para el rais: éste pronuncia discursos en inglés –dirigidos al mundo-, en tanto su lugarteniente y potencial reemplazante no abandona el árabe. En suma, sus mensajes son para Egipto y, más aún, las fuerzas armadas (donde se cosechan elementos golpistas).<br />
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Por supuesto, Suleiman y los altos mandos desean la perpetuación del régimen autoritario pero sin Mubarak. Similares pretensiones albergan Israel, Palestina, Jordania, Saudiarabia y Siria, que no apoyan salidas democráticas como las que promueven la Eurozona o, con menos entusiasmo, Estados Unidos y Gran Bretaña.<br />
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De alguna manera, al vicepresidente, parte del gabinete y los mandos no les temblaría la mano para desencadenar la represión o, mejor, continuar la que eventualmente lance Mubarak y luego desplazarlo. En el otro campo, faltan líderes fuertes. Sólo hay activistas bien intencionados estilo Mohammed el Baradei o Amr Musa. Detrás, las crecientes manifestaciones diarias en plaza Tahrir ponen contra la pared no sólo al gobierno egipcio, sino –esto es lo importante- a Estados Unidos. <br />
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Discurso de una momia, pero nunca de un faraón
El raís se licua en un mensaje tras otro y las plazas opositoras se multiplican de ciudad en ciudad egipcia. El país vive una onda revolucionaria nada ortodoxa: no es Estados Unidos en 1776, Francia en 1789, Europa misma en 1848 ni Rusia en 1917.