Gerhard Schröder resolvió anticipar casi un año los comicios generales, tras la dura derrota de la coalición socialdemócrata-verde en Renania norte-Westfalia, ante la derechista Unión Democristiana. Esto acabó con casi cuarenta años de égida izquierdista en el estado más poblado de la federación.
No obstante, los plebiscitos por la constitución europea en Francia –el domingo- y Holanda, el 11 de junio, pueden cambiar nuevamente la escena germana. Todas las encuestas prevén una doble victoria del NO y, en el caso galo, la caída del gabinete y severos aprietos para el presidente Jacques Chirac.
En Alemania, el resultado electoral y el NO en sus dos vecinas al oeste benefician a los conservadoes y les hará más fácil bloquear propuestas legislativas del gobierno. Schröder admitió el endeble apoyo político a su plan de reformas económicas y sociales pro mercado. Con buena parte del partido exigiendo el regreso a la socialdemocracia y tratando de recobrar votos, afrontará una dura pugna con las bases partidarias mientras se prepara la nueva plataforma electoral. La suerte de la carta europea influirá sobre ese programa y el de la oposición.
Luego de asumir en 1996, durante un vuelco a la izquierda que también ocurrió en Francia y Gran Bretaña, el canciller cambió de libreto e intentó una serie de cambios en favor de sectores privados, en particular el financiero y el bursátil. “Ya no gobierna Berlín, sino Fráncfort”, decían sus aliados verdes. No sin razón: Schröder redujo beneficios sociales, inclusive indemnizaciones por despido; pero no pudo reducir el 11,8% de desempleo imperante, porque ese tipo de reformas casi lo nunca lo hace. Como el gobierno centroderechista francés, trató de recobrar apoyo girando a la izquierda. Era tarde.
En semana previas al comicio, el canciller copó titulrares de la prensa cirtiticando a grandes grupos (Volskwagen, Siemens, Daimler Benz) por echar gente. También calificó de “langostas” a fondos y bancas de inversión. Por mucho menos que eso, la prensa conservadora quisiera ver defenestrado a Néstor Kirchner.
Ahora bien ¿qué pasará después de las próximas elecciones generales? Los medios afectos al mercado creen que el plan de reformas volverá al tapete; tanto si Schröder gana como si lo hacen los conservadores, ligados a dos términos contradictorios: la comunidad de negocios y el cristianismo (sea luterano, sea católico).
Ocurre que, con oficialismo y oposición nuevamente empatados en los sondeo, el llamado a comicios pesca a los democristianos sin programa ni liderazgo. El escaso margen de tiempo para la campaña obligará a candidatear a Angela Mercel, presidente de la UCD, o al poder real del partido, Gerhard Stoiber. El encanto de ambos es casi nulo (sucede con muchos políticos pro mercado, como muestra el caso argentino). Como presumen muchos observadores, si las encuestas no mejoran para Schröder de ahora a mediados de agosto –se votará un mes más tarde-, los sociacristianos podrían apelar a Oskar Lafontaine, carismático líder de la izquierda socialdemócrata, “bête noire” para Fráncfort y extrañamente silenciado en los grandes medios.
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Gerhard Schröder resolvió anticipar casi un año los comicios generales, tras la dura derrota de la coalición socialdemócrata-verde en Renania norte-Westfalia, ante la derechista Unión Democristiana. Esto acabó con casi cuarenta años de égida izquierdista en el estado más poblado de la federación.
No obstante, los plebiscitos por la constitución europea en Francia –el domingo- y Holanda, el 11 de junio, pueden cambiar nuevamente la escena germana. Todas las encuestas prevén una doble victoria del NO y, en el caso galo, la caída del gabinete y severos aprietos para el presidente Jacques Chirac.
En Alemania, el resultado electoral y el NO en sus dos vecinas al oeste benefician a los conservadoes y les hará más fácil bloquear propuestas legislativas del gobierno. Schröder admitió el endeble apoyo político a su plan de reformas económicas y sociales pro mercado. Con buena parte del partido exigiendo el regreso a la socialdemocracia y tratando de recobrar votos, afrontará una dura pugna con las bases partidarias mientras se prepara la nueva plataforma electoral. La suerte de la carta europea influirá sobre ese programa y el de la oposición.
Luego de asumir en 1996, durante un vuelco a la izquierda que también ocurrió en Francia y Gran Bretaña, el canciller cambió de libreto e intentó una serie de cambios en favor de sectores privados, en particular el financiero y el bursátil. “Ya no gobierna Berlín, sino Fráncfort”, decían sus aliados verdes. No sin razón: Schröder redujo beneficios sociales, inclusive indemnizaciones por despido; pero no pudo reducir el 11,8% de desempleo imperante, porque ese tipo de reformas casi lo nunca lo hace. Como el gobierno centroderechista francés, trató de recobrar apoyo girando a la izquierda. Era tarde.
En semana previas al comicio, el canciller copó titulrares de la prensa cirtiticando a grandes grupos (Volskwagen, Siemens, Daimler Benz) por echar gente. También calificó de “langostas” a fondos y bancas de inversión. Por mucho menos que eso, la prensa conservadora quisiera ver defenestrado a Néstor Kirchner.
Ahora bien ¿qué pasará después de las próximas elecciones generales? Los medios afectos al mercado creen que el plan de reformas volverá al tapete; tanto si Schröder gana como si lo hacen los conservadores, ligados a dos términos contradictorios: la comunidad de negocios y el cristianismo (sea luterano, sea católico).
Ocurre que, con oficialismo y oposición nuevamente empatados en los sondeo, el llamado a comicios pesca a los democristianos sin programa ni liderazgo. El escaso margen de tiempo para la campaña obligará a candidatear a Angela Mercel, presidente de la UCD, o al poder real del partido, Gerhard Stoiber. El encanto de ambos es casi nulo (sucede con muchos políticos pro mercado, como muestra el caso argentino). Como presumen muchos observadores, si las encuestas no mejoran para Schröder de ahora a mediados de agosto –se votará un mes más tarde-, los sociacristianos podrían apelar a Oskar Lafontaine, carismático líder de la izquierda socialdemócrata, “bête noire” para Fráncfort y extrañamente silenciado en los grandes medios.
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