El Atlántico se ensancha y amenaza la globalización

Los geólogos sostienen que el Atlántico se estrecha por el “efecto Wegener”. Los europeos creen igual, aunque por motivos geopolíticos. Pero los neoconservadores norteamericanos –y sus émulos latinoamericanos- afirman lo contrario.

25 mayo, 2005

En verdad, el pensamiento neoimperial alrededor de George W.Bush postula que ambas orillas del Atlántico norte se distancian en valores, intereses y –claro- poder. Tachan a los atlanticistas de “neorrománticos”. Pero, como sugieren columnistas británicos y franceses, quizás ambos bandos estén equivocados.

En materia de valores, un término generalmente mal usado, EE.UU. y la Unión Europea se acercan. Donde se alejan es en intereses geopolíticos. No obstante, teme el inglés Michael Lind, “se exageran las divisiones entre actitudes. Así, la influencia de neo y ultraconservadores en el gobierno norteamericano se infla groseramente por un anacrónico sistema electoral, donde quien gana, aunque sea por un voto, se queda con todo el colegio electoral. Así ocurrió en varios estados, los últimois comicios en la Unión.

En temas como ciencias, sexo y reproducción, los norteamericanos se des“europeizan”, particularmene en áreas conservadoras. Las controversias sobre homosexuales se acentúan, igual que los debates sobre investigaciones sobre el núcleo de la célula. D´pias atrás, Bush decidió embatir contra ellas en nombre de creacionismo bíblico y la ultraderecha religiosa.

Ahora bien, el consumo -diios que compite con aquel “creador”- sigue fuerte. Así lo demuestra la TV –desgraciadamente- vía ese espanto llamado “reality shows”. Entretanto, el cable e Internet desvirtúan los esfuerzos pro censura de predicadores, organizaciones y políticos de ultraderecha. Ni hablar del último truco para vender juguetitos de vanguardia técnica: los pornocelulares.

En tanto EE.UU. sigue siendo más religioso -en un sentido elemental- que Europa occidental (pero menos que Latinoamérica y los hispanófonos al norte del río Bravo), el secularismo capitalista no se detiene. La minoría que declara no tener religión crece, pero a expensas de católicos, protestantes y judíos liberales (estos últimos identifican ortodoxia religiosa con el Israel de Ariel Sharón).

Por ende, el extremismo religioso domina a los creyentes pero, al mismo tiempo, disminuye su peso social. En otras palabras, la imagen de un renacimiento cristiano –cifrada en la asistencia al templo- es engañosa y, por el contrario, ese factor tiende al reflujo. Sobre todo en las ciudades. Aparte, los negros (un grupo con religiosidad e iglesias propias) rechazan el fundamentalismo evangélico de los blancos. Por eso, los activistas de este sector traban como pueden el acceso de los negros a las urnas.

Ahora bien, Europa oddicental se acerca a EE.UU. en pensamiento económico y político. Desde los 90, la influencia conservadora norteamericana afecta a gobiernos de derecha o izquierda, alejándolos de la democracia social y el papel del estado en la economía. En verdad, los lleva a una economía más condicionada por mercados bursátiles y financieros. Pero la apuesta política es dura, como indica la derrota de Gerhard Sschröder en Renania norte-Westfalia.

Otro factor es la inmigración. Desde el descubrimiento de América hasta la última posguerra, Europa fue fuente de emigración, especialmente al nuevo continente. Hoy, el envejecimiento de la población convierte a Europa en destino de migraciones “indeseables” y, como en EE.UU. durante los siglos XVIII a XX, surgen fuertes minorías étnicas. Los Ángeles –la segunda ciudad del país- acaba de ser recobrada por descendientes de mejicanos. En un estado (Californa) gobernado por un austríaco.

Nada de eso evita que ambos lados del Atlántico tengan intereses geopolíticos y económicos divergentes. Ya la licuación del bloque soviético acabó con la razón de ser del Tratado del Atlántico Norte y su organización (OTAN). Como lo señala la crisis previa a la invasión unilateral de Irak, el terrorismo mayorista y el petróleo no alcanzan para revivir la OTAN. Gran Bretaña lo demuestra: arrastrado por decisiones inconsultas del gobierno –que actuó contra la opinión pública, igual que Balfour en 1917-, el reino es casi un satélite de EE.UU. Esto, la libra y la banca londinense también lo distancian de la Eurozona.

En otro plano, EE.UU. teme que el ascenso de China y Vietnam lo deteriore como poder en Asía oriental y sudoriental. Eso no le quita el sueño a la UE. Aunque todo el bloque noratlántico coincida en luchar contra al Qa’eda y grupos similares, europeos y norteamericanos tienen intereses diferentes en Levante. Los primeros, además, empalman con Rusia, China e India. ¿Por qué? Porque todos limitan con el mundo islámico y EE.UU. está lejos.

Por ahora, el negocio petrolero –versión sauditejana- y el “lobby” ultraderechista israelí determinan la política de Washington en la región. Por desgracia, Saudiarabia es cuna y objetivo final de Osama bin Laden, cuyo clan yemenita aspira a reemplazar al rival saudí en el poder. Aun así, el futuro europeo está mucho más influido por cuanto ocurra en las costas oriental y meridional del Mediterráneo. Allá, el exceso de activismo norteamericano es un creciente riesgo para la estabilidad europea.

En verdad, el pensamiento neoimperial alrededor de George W.Bush postula que ambas orillas del Atlántico norte se distancian en valores, intereses y –claro- poder. Tachan a los atlanticistas de “neorrománticos”. Pero, como sugieren columnistas británicos y franceses, quizás ambos bandos estén equivocados.

En materia de valores, un término generalmente mal usado, EE.UU. y la Unión Europea se acercan. Donde se alejan es en intereses geopolíticos. No obstante, teme el inglés Michael Lind, “se exageran las divisiones entre actitudes. Así, la influencia de neo y ultraconservadores en el gobierno norteamericano se infla groseramente por un anacrónico sistema electoral, donde quien gana, aunque sea por un voto, se queda con todo el colegio electoral. Así ocurrió en varios estados, los últimois comicios en la Unión.

En temas como ciencias, sexo y reproducción, los norteamericanos se des“europeizan”, particularmene en áreas conservadoras. Las controversias sobre homosexuales se acentúan, igual que los debates sobre investigaciones sobre el núcleo de la célula. D´pias atrás, Bush decidió embatir contra ellas en nombre de creacionismo bíblico y la ultraderecha religiosa.

Ahora bien, el consumo -diios que compite con aquel “creador”- sigue fuerte. Así lo demuestra la TV –desgraciadamente- vía ese espanto llamado “reality shows”. Entretanto, el cable e Internet desvirtúan los esfuerzos pro censura de predicadores, organizaciones y políticos de ultraderecha. Ni hablar del último truco para vender juguetitos de vanguardia técnica: los pornocelulares.

En tanto EE.UU. sigue siendo más religioso -en un sentido elemental- que Europa occidental (pero menos que Latinoamérica y los hispanófonos al norte del río Bravo), el secularismo capitalista no se detiene. La minoría que declara no tener religión crece, pero a expensas de católicos, protestantes y judíos liberales (estos últimos identifican ortodoxia religiosa con el Israel de Ariel Sharón).

Por ende, el extremismo religioso domina a los creyentes pero, al mismo tiempo, disminuye su peso social. En otras palabras, la imagen de un renacimiento cristiano –cifrada en la asistencia al templo- es engañosa y, por el contrario, ese factor tiende al reflujo. Sobre todo en las ciudades. Aparte, los negros (un grupo con religiosidad e iglesias propias) rechazan el fundamentalismo evangélico de los blancos. Por eso, los activistas de este sector traban como pueden el acceso de los negros a las urnas.

Ahora bien, Europa oddicental se acerca a EE.UU. en pensamiento económico y político. Desde los 90, la influencia conservadora norteamericana afecta a gobiernos de derecha o izquierda, alejándolos de la democracia social y el papel del estado en la economía. En verdad, los lleva a una economía más condicionada por mercados bursátiles y financieros. Pero la apuesta política es dura, como indica la derrota de Gerhard Sschröder en Renania norte-Westfalia.

Otro factor es la inmigración. Desde el descubrimiento de América hasta la última posguerra, Europa fue fuente de emigración, especialmente al nuevo continente. Hoy, el envejecimiento de la población convierte a Europa en destino de migraciones “indeseables” y, como en EE.UU. durante los siglos XVIII a XX, surgen fuertes minorías étnicas. Los Ángeles –la segunda ciudad del país- acaba de ser recobrada por descendientes de mejicanos. En un estado (Californa) gobernado por un austríaco.

Nada de eso evita que ambos lados del Atlántico tengan intereses geopolíticos y económicos divergentes. Ya la licuación del bloque soviético acabó con la razón de ser del Tratado del Atlántico Norte y su organización (OTAN). Como lo señala la crisis previa a la invasión unilateral de Irak, el terrorismo mayorista y el petróleo no alcanzan para revivir la OTAN. Gran Bretaña lo demuestra: arrastrado por decisiones inconsultas del gobierno –que actuó contra la opinión pública, igual que Balfour en 1917-, el reino es casi un satélite de EE.UU. Esto, la libra y la banca londinense también lo distancian de la Eurozona.

En otro plano, EE.UU. teme que el ascenso de China y Vietnam lo deteriore como poder en Asía oriental y sudoriental. Eso no le quita el sueño a la UE. Aunque todo el bloque noratlántico coincida en luchar contra al Qa’eda y grupos similares, europeos y norteamericanos tienen intereses diferentes en Levante. Los primeros, además, empalman con Rusia, China e India. ¿Por qué? Porque todos limitan con el mundo islámico y EE.UU. está lejos.

Por ahora, el negocio petrolero –versión sauditejana- y el “lobby” ultraderechista israelí determinan la política de Washington en la región. Por desgracia, Saudiarabia es cuna y objetivo final de Osama bin Laden, cuyo clan yemenita aspira a reemplazar al rival saudí en el poder. Aun así, el futuro europeo está mucho más influido por cuanto ocurra en las costas oriental y meridional del Mediterráneo. Allá, el exceso de activismo norteamericano es un creciente riesgo para la estabilidad europea.

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