Del dólar, los precios y el FMI

Detener a una divisa en ascenso es el combate más importante que tiene el Gobierno, porque en eso le va la dura negociación con el organismo de crédito. Los factores de crecimiento y las cruciales dudas acerca del futuro del peso.

22 marzo, 2002

Mientras se alarga la espera de un acuerdo con el FMI, el Gobierno afronta un pesado desafío: evitar la escalada del dólar y, consecuentemente, de los precios. Es probable que obtenga alguna victoria en el mercado cambiario: limitando a 5% de la responsabilidad patrimonial computable la tenencia de divisas por parte de los bancos, los obliga a vender quizás hasta US$ 1.000 millones.

Al mismo tiempo, llega la hora de que el superávit comercial tan esperado por las autoridades comience a hacerse efectivo. El segundo trimestre es crucial en este aspecto.
Estacionalmente, es el período en que se maximizan las exportaciones. Si el Banco Central no interviene, puede encontrarse con la apreciación del peso que se le negó hasta ahora; si, en cambio, compra dólares a cierto precio (¿quizás 2,20?) acumulará reservas y estará en mejores condiciones para resistir un ataque especulativo en el futuro. En estas condiciones, quizás se disponga de tiempo y recursos como para esperar, sin grandes sobresaltos, la decisión del señor Singh.

¿Cómo será el acuerdo?

Se sabe que Singh no será muy generoso. Probablemente el mentado acuerdo con el FMI se limite a reprogramar los vencimientos con los organismos internacionales, abriendo así la puerta para algún financiamiento del Banco Mundial y el BID que incremente el nivel de reservas internacionales. Para ello habrá que cumplir con algunas condiciones previas, sobre todo en el terreno fiscal. Y el Gobierno se muestra permeable a las exigencias.

Sin embargo, las negociaciones con el FMI se pueden complicar si la inflación se dispara en el futuro cercano y si ello alimenta la incertidumbre sobre la indexación total o parcial del gasto público. Así son los programas económicos como el de Remes Lenicov: primero sube el dólar; y con algún rezago, los precios.

En enero la suba de precios al consumidor fue mayor a 2%; en febrero, algo más de 3%; en marzo es muy probable que supere 4%, con un acumulado de 10% a lo largo del primer trimestre del 2002. Para evitar el descontrol, las autoridades apelarán a cualquier recurso.

Serán todo lo ortodoxas que puedan en el terreno fiscal y en el monetario, pero, serán, simultáneamente, todo lo intervencionistas que haga falta para que los precios no salten el corral.

Visiones del futuro

Parece difícil imaginarlo. Pero si las turbulencias ceden aunque sea momentáneamente, será posible pensar en los problemas estructurales que habrá que superar para que la economía vuelva a crecer. Uno de los principales es el carácter cerrado de la estructura productiva argentina. Se exporta y se importa poco. Que se exporte poco en un país altamente endeudado limita la expansión económica porque no se generan las divisas necesarias para pagar las importaciones de insumos y bienes de capital necesarios para el crecimiento y al mismo tiempo pagar los intereses de la deuda externa.

Resolver esta deficiencia estructural no es sólo cuestión de alcanzar transitoriamente un tipo de cambio alto: como se afirmaba con frecuencia durante la década del ´80, va a hacer falta en el futuro un tipo de cambio alto y estable que incentive la inversión en bienes transables.

Por otra parte, para que los ajustes internos ante crisis externas no sean tan violentos como el actual, se requiere que el coeficiente de importaciones respecto a PBI sea más alto que lo que se observa en Argentina. De ese modo, con unos pocos puntos de caída en el nivel de actividad se recupera el equilibrio de la cuenta corriente del sector externo. Ése fue uno de los factores del éxito con que Corea afrontó su crisis después del cataclismo de 1997.

Una visión de futuro: si va a haber un liderazgo de las exportaciones y no del consumo en una eventual recuperación del crecimiento, ello significa que aumentará la tasa de ahorro. Pero ésa es una verdad ex-post. Para que esto sea real es necesario que se cumplan dos condiciones: en primer lugar, que el ahorro interno se canalice hacia la inversión a través de nuevas instituciones financieras y de un mercado de capitales más desarrollado que todo lo que hemos visto en el pasado.

Y en segundo, que si en algún momento se recupera el crédito internacional ello no implique la apreciación del peso hasta derrumbar el nuevo proyecto. Esto ocurrió muchas veces. Casi sin excepciones, en cada oportunidad en que el país tuvo acceso al ahorro externo, se expandió el consumo a un ritmo insostenible, como si se confirmara la imagen de un país más rico de lo que verdaderamente era. Desde la crisis de 1890 hasta la actual, pasando por el peronismo y por Martínez de Hoz, el sobreendeudamiento o la desacumulación de reservas presidieron las olas previas de optimismo. Los beneficiarios sociales fueron distintos cada vez, pero la sobreestimación de la riqueza nacional fue una constante.

Regreso al presente

Es muy probable que una visión certera del futuro ayude a resolver los problemas de coyuntura. Pero la coyuntura tiene sus propias reglas de funcionamiento. Aún no hay respuesta para la principal pregunta surgida tras la devaluación: ¿quieren los argentinos ahorrar en pesos? ¿Lo harán sólo si reciben un premio tan alto que torna imposible el diseño de una política monetaria racional? Este interrogante no depende de la ayuda del FMI. Y ésa es una de las principales razones por las que el organismo internacional duda. Una vez más, sus funcionarios tienen miedo de financiar la sobrevida de una moneda que, quizás, ya esté muerta.

Mientras se alarga la espera de un acuerdo con el FMI, el Gobierno afronta un pesado desafío: evitar la escalada del dólar y, consecuentemente, de los precios. Es probable que obtenga alguna victoria en el mercado cambiario: limitando a 5% de la responsabilidad patrimonial computable la tenencia de divisas por parte de los bancos, los obliga a vender quizás hasta US$ 1.000 millones.

Al mismo tiempo, llega la hora de que el superávit comercial tan esperado por las autoridades comience a hacerse efectivo. El segundo trimestre es crucial en este aspecto.
Estacionalmente, es el período en que se maximizan las exportaciones. Si el Banco Central no interviene, puede encontrarse con la apreciación del peso que se le negó hasta ahora; si, en cambio, compra dólares a cierto precio (¿quizás 2,20?) acumulará reservas y estará en mejores condiciones para resistir un ataque especulativo en el futuro. En estas condiciones, quizás se disponga de tiempo y recursos como para esperar, sin grandes sobresaltos, la decisión del señor Singh.

¿Cómo será el acuerdo?

Se sabe que Singh no será muy generoso. Probablemente el mentado acuerdo con el FMI se limite a reprogramar los vencimientos con los organismos internacionales, abriendo así la puerta para algún financiamiento del Banco Mundial y el BID que incremente el nivel de reservas internacionales. Para ello habrá que cumplir con algunas condiciones previas, sobre todo en el terreno fiscal. Y el Gobierno se muestra permeable a las exigencias.

Sin embargo, las negociaciones con el FMI se pueden complicar si la inflación se dispara en el futuro cercano y si ello alimenta la incertidumbre sobre la indexación total o parcial del gasto público. Así son los programas económicos como el de Remes Lenicov: primero sube el dólar; y con algún rezago, los precios.

En enero la suba de precios al consumidor fue mayor a 2%; en febrero, algo más de 3%; en marzo es muy probable que supere 4%, con un acumulado de 10% a lo largo del primer trimestre del 2002. Para evitar el descontrol, las autoridades apelarán a cualquier recurso.

Serán todo lo ortodoxas que puedan en el terreno fiscal y en el monetario, pero, serán, simultáneamente, todo lo intervencionistas que haga falta para que los precios no salten el corral.

Visiones del futuro

Parece difícil imaginarlo. Pero si las turbulencias ceden aunque sea momentáneamente, será posible pensar en los problemas estructurales que habrá que superar para que la economía vuelva a crecer. Uno de los principales es el carácter cerrado de la estructura productiva argentina. Se exporta y se importa poco. Que se exporte poco en un país altamente endeudado limita la expansión económica porque no se generan las divisas necesarias para pagar las importaciones de insumos y bienes de capital necesarios para el crecimiento y al mismo tiempo pagar los intereses de la deuda externa.

Resolver esta deficiencia estructural no es sólo cuestión de alcanzar transitoriamente un tipo de cambio alto: como se afirmaba con frecuencia durante la década del ´80, va a hacer falta en el futuro un tipo de cambio alto y estable que incentive la inversión en bienes transables.

Por otra parte, para que los ajustes internos ante crisis externas no sean tan violentos como el actual, se requiere que el coeficiente de importaciones respecto a PBI sea más alto que lo que se observa en Argentina. De ese modo, con unos pocos puntos de caída en el nivel de actividad se recupera el equilibrio de la cuenta corriente del sector externo. Ése fue uno de los factores del éxito con que Corea afrontó su crisis después del cataclismo de 1997.

Una visión de futuro: si va a haber un liderazgo de las exportaciones y no del consumo en una eventual recuperación del crecimiento, ello significa que aumentará la tasa de ahorro. Pero ésa es una verdad ex-post. Para que esto sea real es necesario que se cumplan dos condiciones: en primer lugar, que el ahorro interno se canalice hacia la inversión a través de nuevas instituciones financieras y de un mercado de capitales más desarrollado que todo lo que hemos visto en el pasado.

Y en segundo, que si en algún momento se recupera el crédito internacional ello no implique la apreciación del peso hasta derrumbar el nuevo proyecto. Esto ocurrió muchas veces. Casi sin excepciones, en cada oportunidad en que el país tuvo acceso al ahorro externo, se expandió el consumo a un ritmo insostenible, como si se confirmara la imagen de un país más rico de lo que verdaderamente era. Desde la crisis de 1890 hasta la actual, pasando por el peronismo y por Martínez de Hoz, el sobreendeudamiento o la desacumulación de reservas presidieron las olas previas de optimismo. Los beneficiarios sociales fueron distintos cada vez, pero la sobreestimación de la riqueza nacional fue una constante.

Regreso al presente

Es muy probable que una visión certera del futuro ayude a resolver los problemas de coyuntura. Pero la coyuntura tiene sus propias reglas de funcionamiento. Aún no hay respuesta para la principal pregunta surgida tras la devaluación: ¿quieren los argentinos ahorrar en pesos? ¿Lo harán sólo si reciben un premio tan alto que torna imposible el diseño de una política monetaria racional? Este interrogante no depende de la ayuda del FMI. Y ésa es una de las principales razones por las que el organismo internacional duda. Una vez más, sus funcionarios tienen miedo de financiar la sobrevida de una moneda que, quizás, ya esté muerta.

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