De un modo u otro, las tropas norteamericanas deberán irse

A diez semanas de las elecciones parlamentarias, “demócratas y republicanos se aprestan a la lucha. Guiados –sólo en parte- por Bush, éstos buscan una victoria. O, por lo menos, dejarle al próximo presidente una situación insostenible”.

15 enero, 2007

Así señala el analista conservador Martin van Crefeld en “Global viewpoint”. Por supuesto, la oposición “quisiera que la guerra terminase en tiempo y modo adecuados para poner a los republicanos en la peor posición posible”. Sea como fuere, por el momento nadie secunda la propuesta más sensata, formulada por el senador Edward Kennedy: “Cortar vía congreso los fondos para la guerra e iniciar un retiro total de los efectivos”.

En este aspecto, si no en otros, “Irak no es Vietnam. Por razones poco claras, parte de los demócratas aún se siente atada a un apoyo patriótico, esa vieja fijación de pueblo chico”. Mientras tanto, el precio lo pagan los soldados y el tesoro federal. En marzo de 2003, les tomó apenas tres semanas ocupar Bagdad. Ahora, “con 135.000 efectivos y refuerzos por 21.500, los militares están trabados en una guerra de guerrillas que no podrán ganar. Así señalan las experiencias occidentales desde 1945”. Salvo las intervenciones británicas en Grecia y la península de Malaca (porque las respectivas poblaciones no apoyaban a los guerrilleros comunistas).

Las causas del fracaso norteamericano son notorias. “En lo geográfico, Irak no es chico y sus 435.000 km2 contienen 23 millones de habitantes. Abarca regiones muy diversas, donde les es difícil combatir a tropas regulares, además de extensas fronteras que no pueden controlarse estrictamente. Karl von Clausewitz lo habría definido como escenario ideal para guerrillas”.

En cierto modo, Irak se parece a Irán (1.600.000 km2, 70 millones) y es lo opuesto al conjunto Palestina-Israel-Líbano. “Si se agregan la enorme cantidad de armas y hombres disponibles –herencia de casi todos los gobiernos desde 1963, no sólo el de Saddam-, resulta una mezcla irresistible”, apunta Creveld. Para peor, por cada occidental que hable o entienda árabe, hay miles de iraquíes que se las arreglan para manejar el inglés. Como se sabe, comunicaciones e información son claves en cualquier guerra”.

El análisis se detiene en el general David Petraeus, gurú del ejército, a quien George W.Bush acaba de poner al frente en Irak. Según un trabajo de este militar, difundido en 2006, “para vencer una insurrección hace falta al menos un soldado por cada veinte habitantes”, El problema es que, sola, Bagdad tiene seis millones, sin contar dos millones en la “capital informal” de la milicia majdí (Moqtadá as-Sadr). “enviar 21.500 efectivos más no cambia la relación de fuerzas”. Por supuesto, Condoleezza Rice, John Negroponte o Richard Cheney no han leído al estratega prusiano del siglo XIX.

“Tampoco existe la menor posibilidad –añade el experto-, como se ilusiona Bush, de que los iraquíes compensen esas diferencias. El desempeño de sus fuerzas militares o de seguridad ha sido y es desastroso. Además, carecen de motivaciones para mejorar. Como ocurre con tantos regímenes dictatoriales, los uniformados sirven para reprimir a su propia gente, no para poner orden ni afrontar guerrillas organizadas”. Sin salir del mundo árabe, hay ejemplos como Hosní Mubárak en Egipto, Mu’ammar Gheddafi en Libia, la dinastía Assad en Siria, Pervez Musharraf en Pakistán y, claro, Saddam.

Por fin, “no cabe esperar que Siria, Irán, Jordania ni la propia Saudiarabia les saquen a Estados Unidos las castañas del fuego. Tampoco lo hará Gran Bretaña, porque no puede”. Los vecinos son la esperanza del informe bipartidario de James Baker y Lee Hamilton, hecha pedazos al lanzarse el “plan B” de Bush y su nueva guardia ultraconservadora. Este grupo está dispuesto, inclusive, a manejare a espaldas del congreso o la constitución, algo que puede llevar a dos juicios políticos (presidente, vice), pero no cambia las cosas en Levante.

En síntesis, opina van Crefeld, “mandar más tropas sólo busca salvar la cara de los republicanos, aprovechando la debilidad táctica de los demócratas”. La idea fue de Cheney, Negroponte y el predicador evangélico Karl Rove. “Washington derrocha fondos en una aventura dañina, sin que Henry Paulson (hacienda) o Benjamin Bernanke (Reserva Federal) abran la boca. Pese a la capacidad de Petraeus, no hay duda de que todo esto acabará con el retiro de las fuerzas estadounidenses a Kuweit y Jordania”.

Así señala el analista conservador Martin van Crefeld en “Global viewpoint”. Por supuesto, la oposición “quisiera que la guerra terminase en tiempo y modo adecuados para poner a los republicanos en la peor posición posible”. Sea como fuere, por el momento nadie secunda la propuesta más sensata, formulada por el senador Edward Kennedy: “Cortar vía congreso los fondos para la guerra e iniciar un retiro total de los efectivos”.

En este aspecto, si no en otros, “Irak no es Vietnam. Por razones poco claras, parte de los demócratas aún se siente atada a un apoyo patriótico, esa vieja fijación de pueblo chico”. Mientras tanto, el precio lo pagan los soldados y el tesoro federal. En marzo de 2003, les tomó apenas tres semanas ocupar Bagdad. Ahora, “con 135.000 efectivos y refuerzos por 21.500, los militares están trabados en una guerra de guerrillas que no podrán ganar. Así señalan las experiencias occidentales desde 1945”. Salvo las intervenciones británicas en Grecia y la península de Malaca (porque las respectivas poblaciones no apoyaban a los guerrilleros comunistas).

Las causas del fracaso norteamericano son notorias. “En lo geográfico, Irak no es chico y sus 435.000 km2 contienen 23 millones de habitantes. Abarca regiones muy diversas, donde les es difícil combatir a tropas regulares, además de extensas fronteras que no pueden controlarse estrictamente. Karl von Clausewitz lo habría definido como escenario ideal para guerrillas”.

En cierto modo, Irak se parece a Irán (1.600.000 km2, 70 millones) y es lo opuesto al conjunto Palestina-Israel-Líbano. “Si se agregan la enorme cantidad de armas y hombres disponibles –herencia de casi todos los gobiernos desde 1963, no sólo el de Saddam-, resulta una mezcla irresistible”, apunta Creveld. Para peor, por cada occidental que hable o entienda árabe, hay miles de iraquíes que se las arreglan para manejar el inglés. Como se sabe, comunicaciones e información son claves en cualquier guerra”.

El análisis se detiene en el general David Petraeus, gurú del ejército, a quien George W.Bush acaba de poner al frente en Irak. Según un trabajo de este militar, difundido en 2006, “para vencer una insurrección hace falta al menos un soldado por cada veinte habitantes”, El problema es que, sola, Bagdad tiene seis millones, sin contar dos millones en la “capital informal” de la milicia majdí (Moqtadá as-Sadr). “enviar 21.500 efectivos más no cambia la relación de fuerzas”. Por supuesto, Condoleezza Rice, John Negroponte o Richard Cheney no han leído al estratega prusiano del siglo XIX.

“Tampoco existe la menor posibilidad –añade el experto-, como se ilusiona Bush, de que los iraquíes compensen esas diferencias. El desempeño de sus fuerzas militares o de seguridad ha sido y es desastroso. Además, carecen de motivaciones para mejorar. Como ocurre con tantos regímenes dictatoriales, los uniformados sirven para reprimir a su propia gente, no para poner orden ni afrontar guerrillas organizadas”. Sin salir del mundo árabe, hay ejemplos como Hosní Mubárak en Egipto, Mu’ammar Gheddafi en Libia, la dinastía Assad en Siria, Pervez Musharraf en Pakistán y, claro, Saddam.

Por fin, “no cabe esperar que Siria, Irán, Jordania ni la propia Saudiarabia les saquen a Estados Unidos las castañas del fuego. Tampoco lo hará Gran Bretaña, porque no puede”. Los vecinos son la esperanza del informe bipartidario de James Baker y Lee Hamilton, hecha pedazos al lanzarse el “plan B” de Bush y su nueva guardia ultraconservadora. Este grupo está dispuesto, inclusive, a manejare a espaldas del congreso o la constitución, algo que puede llevar a dos juicios políticos (presidente, vice), pero no cambia las cosas en Levante.

En síntesis, opina van Crefeld, “mandar más tropas sólo busca salvar la cara de los republicanos, aprovechando la debilidad táctica de los demócratas”. La idea fue de Cheney, Negroponte y el predicador evangélico Karl Rove. “Washington derrocha fondos en una aventura dañina, sin que Henry Paulson (hacienda) o Benjamin Bernanke (Reserva Federal) abran la boca. Pese a la capacidad de Petraeus, no hay duda de que todo esto acabará con el retiro de las fuerzas estadounidenses a Kuweit y Jordania”.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades