China en una reunión ministerial del Grupo de los Siete

El Grupo de los Siete invitó a China al encuentro programado para el viernes, en nivel ministerial. Será la primera vez, como ocurrió con Rusia en 2002. Eso no significa una ampliación del elenco original, pese a los apóstoles de Beijing.

27 septiembre, 2004

Dejando de lado expresiones rimbombantes tipo “reconocimiento histórico del gigante”, el convite refleja el peso internacional de China. Así ha sido con Rusia y, según medios allegados al G-7, será con India en año próximo. Pero no habrá incorporación porque, simplemente, es una economía en desarrollo: su producto bruto interno total es enorme, claro, pero tanto el PB como la renta por habitante siguen muy lejos de lo parámetros típicos en economías centrales.

En verdad, como señala un trabajo de la muy conservadora Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico (OCDE, París, club de los 24 países más ricos), sólo Rusia podría ingresar, Pero dentro de varios años y si llega a ser una democracia. Pocos recuerdan que ésa es una de las condiciones para estar en el G-7. Curiosamente, de los tres guantes eurasiáticos, sólo India podría considerarse como tal.

La reunión del viernes contará, pues, con Jin Renqing (Hacienda) y Zhou Xiaochuan (banco central), que ya estuvo en tres. Los mismos que, casi simultáneamente, van a la asamblea semestral conjunta del Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial) A diferencia del G-7, ambas entidades no tienen pruritos políticos.

No obstante, John Taylor –colega norteamericano de Renqing- se mostró entusiasmado por la participación china. En lo formal, Beijing también está invitada a la comida inmediatamente posterior al encuentro FMI-BIRF. Ahí se sentará junto a Rusia –que comparte la mesa por tercera oportunidad- y el G-7: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia, por orden de tamaño económico.

“En verdad, el G-7 debiera ser G-8, porque le falta el Benelux”, suele decir Romano Prodi, presidente saliente de la Comisión Europea. Naturalmente, las calificaciones chinas para compartir las sesiones del grupo son innegables, pues “se trata de una economía relevante y en pleno crecimiento”, señaló Taylor.

También lo es India, pero Washington no simpatiza con Delhi y, en todo caso, no quiere erizar los ánimos de Pakistán, su aliado tradicional. Además, EE.UU. no cree en general conveniente ampliar el grupo. Por el contrario, algunos funcionarios políticos han sugerido un G-4: Unión Europea, EE.UU., Japón y Canadá, por orden de PBI.

En el curso de las conversaciones, habrá un tema poco grato al gobierno chino. Se trata de algo que EE.UU. viene fogoneando desde 2001: la flexibilidad cambiaria. Por supuesto, un aliado de Washington dentro del G-7 (Gran Bretaña) y uno fuera (Holanda) también reclaman eso desde hace tiempo.

Más aún, los Países Bajos -cuya banca comercial inventó en 1973 los mismos mecanismos que hoy se emplean para lavar dinero de todo cariz alrededor del mundo- quisieran que el sistema cambiario chinoa se asimilase al de Hongkong o al de Taiwán. Menos complicado, Washington busca la revaluación lisa y llana del yüan.

Por supuesto, la parte “ortodoxa” del G-7 presionará por la apertura del negocio financiero y el de las personas a las operaciones cambiarias. China podría admitir una flexibilización mucho menos pretensiosa, limitada a Guanzhou (Cantón) y a la antigua zona franca de Shanghai. Pero sin permitir actividad individual ni, claro, agencias cambiarias minoristas.

Dejando de lado expresiones rimbombantes tipo “reconocimiento histórico del gigante”, el convite refleja el peso internacional de China. Así ha sido con Rusia y, según medios allegados al G-7, será con India en año próximo. Pero no habrá incorporación porque, simplemente, es una economía en desarrollo: su producto bruto interno total es enorme, claro, pero tanto el PB como la renta por habitante siguen muy lejos de lo parámetros típicos en economías centrales.

En verdad, como señala un trabajo de la muy conservadora Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico (OCDE, París, club de los 24 países más ricos), sólo Rusia podría ingresar, Pero dentro de varios años y si llega a ser una democracia. Pocos recuerdan que ésa es una de las condiciones para estar en el G-7. Curiosamente, de los tres guantes eurasiáticos, sólo India podría considerarse como tal.

La reunión del viernes contará, pues, con Jin Renqing (Hacienda) y Zhou Xiaochuan (banco central), que ya estuvo en tres. Los mismos que, casi simultáneamente, van a la asamblea semestral conjunta del Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial) A diferencia del G-7, ambas entidades no tienen pruritos políticos.

No obstante, John Taylor –colega norteamericano de Renqing- se mostró entusiasmado por la participación china. En lo formal, Beijing también está invitada a la comida inmediatamente posterior al encuentro FMI-BIRF. Ahí se sentará junto a Rusia –que comparte la mesa por tercera oportunidad- y el G-7: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia, por orden de tamaño económico.

“En verdad, el G-7 debiera ser G-8, porque le falta el Benelux”, suele decir Romano Prodi, presidente saliente de la Comisión Europea. Naturalmente, las calificaciones chinas para compartir las sesiones del grupo son innegables, pues “se trata de una economía relevante y en pleno crecimiento”, señaló Taylor.

También lo es India, pero Washington no simpatiza con Delhi y, en todo caso, no quiere erizar los ánimos de Pakistán, su aliado tradicional. Además, EE.UU. no cree en general conveniente ampliar el grupo. Por el contrario, algunos funcionarios políticos han sugerido un G-4: Unión Europea, EE.UU., Japón y Canadá, por orden de PBI.

En el curso de las conversaciones, habrá un tema poco grato al gobierno chino. Se trata de algo que EE.UU. viene fogoneando desde 2001: la flexibilidad cambiaria. Por supuesto, un aliado de Washington dentro del G-7 (Gran Bretaña) y uno fuera (Holanda) también reclaman eso desde hace tiempo.

Más aún, los Países Bajos -cuya banca comercial inventó en 1973 los mismos mecanismos que hoy se emplean para lavar dinero de todo cariz alrededor del mundo- quisieran que el sistema cambiario chinoa se asimilase al de Hongkong o al de Taiwán. Menos complicado, Washington busca la revaluación lisa y llana del yüan.

Por supuesto, la parte “ortodoxa” del G-7 presionará por la apertura del negocio financiero y el de las personas a las operaciones cambiarias. China podría admitir una flexibilización mucho menos pretensiosa, limitada a Guanzhou (Cantón) y a la antigua zona franca de Shanghai. Pero sin permitir actividad individual ni, claro, agencias cambiarias minoristas.

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