De la Rúa convocó al país

En un momento crucial, entre dudas de inversores, temores de la sociedad y escenas de desborde social en Salta, el Presidente anunció una convocatoria para resolver la crisis. Por Sergio Cerón

11 noviembre, 2000

A las 20.30 del viernes 10, el presidente de la Nación dirigió un mensaje que había dejado grabado antes de dirigirse acompañado por el jefe de gabinete, Chrystian Colombo, el ministro de Economía, José Luis Machinea y el de Relaciones Exteriores, Adalberto Rodríguez Giavarini, a Mar del Plata para hablar ante el plenario de dirigentes de empresa convocado por Idea (ver “Empresarios preocupados reclaman medidas”, en esta misma sección).

Fernando de la Rúa hizo un plausible esfuerzo para procurar que se tranquilizaran los ánimos de los argentinos, sacudidos por las escenas procedentes de Salta (ver “Estallido social en Salta”, en esta misma sección), donde la situación social parecía, en las imágenes de la TV, tan desbordada como las aguas que sumergen a dos millones de hectáreas de La Pampa, Buenos Aires y Córdoba.

Las dudas de los inversores internacionales y la preocupación de los ahorristas internos por un eventual abandono de la convertibilidad, así como las versiones echadas a rodar en el exterior y alimentadas por voces procedentes de la coalición gobernante sobre presuntas intenciones de renegociar la deuda externa, se sumaban a quienes avizoraban la amenaza de un “estallido social” (ver “Posición crítica de la Iglesia” y “Moyano reparte culpas”, en esta misma sección).

El jueves Patricia Bullrich (Trabajo) y Federico Storani (Interior) salieron a la palestra.

La una, para alertar que en los piquetes que cortan las rutas se advierte una organización ajena a la espontaneidad popular; el otro, para denunciar intentos de desestabilizar a su colega de Economía y “dolarizar” al país.

No parecía el clima más propicio para que la población recibiera las informaciones procedentes de Tartagal y General Mosconi, en Salta, donde las fuerzas de seguridad aparecían desbordadas, la policía local tenía rehenes en manos de los piqueteros, la Gendarmería no recibía órdenes y la turba asolaba ambas poblaciones, atacaba comisarías, incendiaba vehículos e inmuebles y asaltaba y saqueaba los comercios.

Los enviados de los medios porteños informaron a sus redacciones que uno de los empresarios, al ver la anomia que regía en la zona había procurado, sin obtener lo que quería, lograr la intervención de las guarnición militar.

Desde el noticiero Telenoche, el cronista enviado al lugar afirmó que Tartagal y General Mosconi parecían “zona liberada”.

No faltó en esos momentos quien, desde la radio, sostuviera que el gobernador de Salta, Romero, solicitaba al gobierno central la declaración del Estado de Sitio. Aseveración que no se pudo confirmar hasta el momento; la presencia presidencial no podía demorar más.

La imagen del primer mandatario apareció en la pantalla de canal 7 a las 20.30 en punto.

Con voz pausada y tono firme, De la Rúa reconoció la gravedad de la crisis política y económica que sacude a la Argentina y que –dijo– la puede llevar a una catástrofe.

Su sinceridad produjo un primer impacto positivo, sumada a la firmeza que transmitió al resto de su mensaje.

La primera definición categórica estuvo dirigida al exterior; se comprometió personalmente a que el país cumpla a cabalidad con la deuda externa como primer paso para poner orden en la casa.

Su segundo compromiso estuvo dirigido a la sociedad con la cual el país mantiene lo que algunos han dado en denominar la “deuda interna”; una deuda que reclaman los desempleados, los jubilados y los marginados.

Adelantó el apoyo de los organismos internacionales para afrontar cualquier amenaza de crisis a la estabilidad económica y financiera de la Argentina y convocó a la misma unidad de acción con que la sociedad logró la restauración del régimen democrático y las consecuencias, posteriormente, de la hiperinflación.

El recuerdo de esas etapas críticas de la vida del país sustentó su convocatoria a los gobernadores y líderes de los bloques legislativos para convenir las bases de una acción común a fin de superar la coyuntura.

El Presidente se propone reunirse con ellos en las próximas horas; les pedirá apoyo para reducir el gasto público a nivel nacional y provincial y aprobar las normas legislativas que faciliten el equilibrio del presupuesto.

No será una tarea fácil conseguir que el Congreso apruebe proyectos que aumenten la edad jubilatoria, privaticen la recaudación de impuestos y que los gobernadores consientan en establecer un nuevo acuerdo fiscal, tema que suele irritar la piel de los mandatarios del interior.

Tampoco lo será obtener consenso de los empresarios reunidos en Mar del Plata que demandan políticas activas de reactivación de la economía y mucho menos, tal vez, lograr que los grupos ideológicos que al parecer maniobran detrás de las necesidades de los piqueteros abandonen su estrategia.

Por ahora importa que De la Rúa haya dado un paso al frente y que se coloque en la conducción del proceso político, algo que le reclamaban partidarios y adversarios.

Ahora todo depende de hacia dónde se encamine, el timing que maneje y la decisión con que actué para movilizar a una mayoría suficiente del país en procura de una salida a la crisis.

A las 20.30 del viernes 10, el presidente de la Nación dirigió un mensaje que había dejado grabado antes de dirigirse acompañado por el jefe de gabinete, Chrystian Colombo, el ministro de Economía, José Luis Machinea y el de Relaciones Exteriores, Adalberto Rodríguez Giavarini, a Mar del Plata para hablar ante el plenario de dirigentes de empresa convocado por Idea (ver “Empresarios preocupados reclaman medidas”, en esta misma sección).

Fernando de la Rúa hizo un plausible esfuerzo para procurar que se tranquilizaran los ánimos de los argentinos, sacudidos por las escenas procedentes de Salta (ver “Estallido social en Salta”, en esta misma sección), donde la situación social parecía, en las imágenes de la TV, tan desbordada como las aguas que sumergen a dos millones de hectáreas de La Pampa, Buenos Aires y Córdoba.

Las dudas de los inversores internacionales y la preocupación de los ahorristas internos por un eventual abandono de la convertibilidad, así como las versiones echadas a rodar en el exterior y alimentadas por voces procedentes de la coalición gobernante sobre presuntas intenciones de renegociar la deuda externa, se sumaban a quienes avizoraban la amenaza de un “estallido social” (ver “Posición crítica de la Iglesia” y “Moyano reparte culpas”, en esta misma sección).

El jueves Patricia Bullrich (Trabajo) y Federico Storani (Interior) salieron a la palestra.

La una, para alertar que en los piquetes que cortan las rutas se advierte una organización ajena a la espontaneidad popular; el otro, para denunciar intentos de desestabilizar a su colega de Economía y “dolarizar” al país.

No parecía el clima más propicio para que la población recibiera las informaciones procedentes de Tartagal y General Mosconi, en Salta, donde las fuerzas de seguridad aparecían desbordadas, la policía local tenía rehenes en manos de los piqueteros, la Gendarmería no recibía órdenes y la turba asolaba ambas poblaciones, atacaba comisarías, incendiaba vehículos e inmuebles y asaltaba y saqueaba los comercios.

Los enviados de los medios porteños informaron a sus redacciones que uno de los empresarios, al ver la anomia que regía en la zona había procurado, sin obtener lo que quería, lograr la intervención de las guarnición militar.

Desde el noticiero Telenoche, el cronista enviado al lugar afirmó que Tartagal y General Mosconi parecían “zona liberada”.

No faltó en esos momentos quien, desde la radio, sostuviera que el gobernador de Salta, Romero, solicitaba al gobierno central la declaración del Estado de Sitio. Aseveración que no se pudo confirmar hasta el momento; la presencia presidencial no podía demorar más.

La imagen del primer mandatario apareció en la pantalla de canal 7 a las 20.30 en punto.

Con voz pausada y tono firme, De la Rúa reconoció la gravedad de la crisis política y económica que sacude a la Argentina y que –dijo– la puede llevar a una catástrofe.

Su sinceridad produjo un primer impacto positivo, sumada a la firmeza que transmitió al resto de su mensaje.

La primera definición categórica estuvo dirigida al exterior; se comprometió personalmente a que el país cumpla a cabalidad con la deuda externa como primer paso para poner orden en la casa.

Su segundo compromiso estuvo dirigido a la sociedad con la cual el país mantiene lo que algunos han dado en denominar la “deuda interna”; una deuda que reclaman los desempleados, los jubilados y los marginados.

Adelantó el apoyo de los organismos internacionales para afrontar cualquier amenaza de crisis a la estabilidad económica y financiera de la Argentina y convocó a la misma unidad de acción con que la sociedad logró la restauración del régimen democrático y las consecuencias, posteriormente, de la hiperinflación.

El recuerdo de esas etapas críticas de la vida del país sustentó su convocatoria a los gobernadores y líderes de los bloques legislativos para convenir las bases de una acción común a fin de superar la coyuntura.

El Presidente se propone reunirse con ellos en las próximas horas; les pedirá apoyo para reducir el gasto público a nivel nacional y provincial y aprobar las normas legislativas que faciliten el equilibrio del presupuesto.

No será una tarea fácil conseguir que el Congreso apruebe proyectos que aumenten la edad jubilatoria, privaticen la recaudación de impuestos y que los gobernadores consientan en establecer un nuevo acuerdo fiscal, tema que suele irritar la piel de los mandatarios del interior.

Tampoco lo será obtener consenso de los empresarios reunidos en Mar del Plata que demandan políticas activas de reactivación de la economía y mucho menos, tal vez, lograr que los grupos ideológicos que al parecer maniobran detrás de las necesidades de los piqueteros abandonen su estrategia.

Por ahora importa que De la Rúa haya dado un paso al frente y que se coloque en la conducción del proceso político, algo que le reclamaban partidarios y adversarios.

Ahora todo depende de hacia dónde se encamine, el timing que maneje y la decisión con que actué para movilizar a una mayoría suficiente del país en procura de una salida a la crisis.

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