China va substituyendo a EE.UU. en el sudeste asiático

Los tai estudian mandarín –no ya inglés- en aulas donadas por Beijing. Estudiantes indonesios y malayos optan por becas chinas. Como ocurría hace más de un milenio, China parece estar en el futuro de Asia sudoriental.

19 noviembre, 2004

Por supuesto, durante algunos años más Estados Unidos seguirá siendo la principal presencia externa pero, entretanto, China irá aumentando su espacio económico, social, político y cultural. En parte, al amparo de la historia: el sudeste asiático es una amalgama de milenarias influencias china e hindú, por lo menos hasta la península de Malaca. Indochina no se llama así por casualidad.

A lo largo y lo ancho del Pacífico centroccidental, el ex Imperio Celeste difunde imagen, lengua, viajeros y productos. Exactamente como lo hicieron los holandeses en el siglo XVII, los ingleses en el XIX y los norteamericanos en el XX. Conviene recordar, al respecto, que enormes flotas chinas surcaban el Pacífico hasta las costas americanas y el Índico hasta las africanas… 75 años antes de Cristobal Colón o Vasco da Gama.

Desalentadas por las crecientes trabas para obtener visas, originadas en los episodios del 11/9/01, cada vez más personas de Asia sudoriental van a China por placer, estudios o negocios. Paralelamente, los chinos –menos expuestos a atentados que los caras pálidas- tienen ya mayor presencia que los norteamericanos y compiten con los ubicuos japoneses.

“Los chinos de la nueva, dinámica clase media urbana ofrecen una imagen muy distinta a la tradicional. Tienen más dinero y confianza en sí mismos”, observa Wang Gunwu, del Instituto para Asia Oriental, universidad nacional de Singapur (ciudad estado controlada por chinos étnicos).

Sin embargo, la penetración todavía es modesta comparada con la de EE.UU. Su cultura “pop”, desde Hollywood hasta MTV, sigue siendo muchísimo más “exportable” y accesible. Eso lo demuestran inclusive los dibujos animados japones, variantes más violentas y adultas del modelo estadounidense. Washington también retiere el control militar. Pero analistas, educadores y diplomáticos insisten: los norteamericanos pierden presencia e influencia.

En tanto China promueve una cruzada cutural y lingüística, “Washington cede áreas que le eran propias cuando Beijing aún estaba encerrada en la concha maoísta”. Eso sostiene Paul Blackburn, ex funcionario del US Information Service (USIS) que actuó en cuatro embajadas durante los 80 y los 90.

En Indonesia, el país musulmán más poblado del mundo (230 millones), se cerraron los tres centros USIS existentes. Ahora, sólo queda un módico programa que provee libros, computadoras y bases de datos a un puñado de universidades.

Así, mientras EE.UU. abandona el campo social y político –con la desastrosa intervención en Irak como telón de fondo-, China ofrece opciones, aunque no tenga credenciales serias en materia de democracia o tolerancia a minorías. El papel que busca Beijing ha sido definido claramente por el presidente Hu Jintao, en una visita por Australia, hace varios meses: “La cultura china no nos pertenece exclusivamente a nosotros, sino también al resto del mundo”.

Eso no era simple jactancia innovadora. Hace siglos, un embajador extraordinario enviado por el rey de Francia, entonces una de las grandes potencias, llegó a un emperador Ming repleto de regalos. Su objeto era establecer relaciones. Se lo recibió apropiadamente, se lo cargó de obsequios y se lo despidio así: “El emperador aprecia los homenajes de su lejano vasallo, pero se toma la libertad de recordarle que su país, como el resto del mundo, están a los pies del trono celestial”.

En Malasia, alumnos ajenos a la etnia china llenan las escuelas primaria y secundarias donde se enseña mandarín. Hasta no hace mucho, preferían inglés. En Indonesia, cuya élite adoraba las universidades norteamericanas y desdeñaba todo lo chino, 2.560 estudiantes recibieron visas para viajar al Reino del Medio en 2003, 51% más que en 2002. En contraste, apenas 1.330 recibieron visas norteamericanas, un impresionante retroceso desde las 6.250 otorgadas en 2001.

Inclusive viejos amigos de Washington confiesan que “la influencia china crece a expensas de la norteamericana”, como dice Tanun Anumanrajadhon, de la universidad Chiang Mai, Singapur. “Los muchachos acá se llenan la boca con China y su éxito económico. Democracia o derechos civiles ya no les interesan tanto”. Bueno, algunos fundamentalistas argentinos piensan igual, aunque exaltando al “imperio norteamericano” y su intervencionismo sin fronteras.

Hoy el gobierno singapurés aún envía becarios a las principales universidades estadounidenses (no ya a las escuelas de negocios, algo venidas a menos) y británicas. Pero ha iniciado un programa orientado a China e India. A su vez, estudiantes chinos de clase media, cuyos padres no pueden solventar el costo de las universidades norteamericanas –donde no existe terciario público, y se nota-, acuden a instituciones del sudeste asiático.

En una actividad menos formal, el turismo, los viajeros chinos están alcanzando a los japoneses, sólo que éstos son viejos y aquéllos son más bien jóvenes. En Tailandia, Meca del género, hubo en 2003 unos 800.000 turistas chinos contra un millón de japoneses y 600.000 norteamericanos. Los contingentes chinos van de grupos proletados que viajan por el sindidato –algo común en Argentina hasta hace unos 25 años, aunque com alcances más modestos- a la nueva clase millonaria.

Mientras tanto, vietnamitas, malayos, indonesios, filipinos o tais van a China porque está a pocas horas de avió. La gente adicta a moda y diseño empiezan a cambiar Manhattan por Shanghai, que va recobrando sus esplendores de los años 20 o 30. En esa época, más brillantes que los de Nueva York, cabe agregar.

Por supuesto, durante algunos años más Estados Unidos seguirá siendo la principal presencia externa pero, entretanto, China irá aumentando su espacio económico, social, político y cultural. En parte, al amparo de la historia: el sudeste asiático es una amalgama de milenarias influencias china e hindú, por lo menos hasta la península de Malaca. Indochina no se llama así por casualidad.

A lo largo y lo ancho del Pacífico centroccidental, el ex Imperio Celeste difunde imagen, lengua, viajeros y productos. Exactamente como lo hicieron los holandeses en el siglo XVII, los ingleses en el XIX y los norteamericanos en el XX. Conviene recordar, al respecto, que enormes flotas chinas surcaban el Pacífico hasta las costas americanas y el Índico hasta las africanas… 75 años antes de Cristobal Colón o Vasco da Gama.

Desalentadas por las crecientes trabas para obtener visas, originadas en los episodios del 11/9/01, cada vez más personas de Asia sudoriental van a China por placer, estudios o negocios. Paralelamente, los chinos –menos expuestos a atentados que los caras pálidas- tienen ya mayor presencia que los norteamericanos y compiten con los ubicuos japoneses.

“Los chinos de la nueva, dinámica clase media urbana ofrecen una imagen muy distinta a la tradicional. Tienen más dinero y confianza en sí mismos”, observa Wang Gunwu, del Instituto para Asia Oriental, universidad nacional de Singapur (ciudad estado controlada por chinos étnicos).

Sin embargo, la penetración todavía es modesta comparada con la de EE.UU. Su cultura “pop”, desde Hollywood hasta MTV, sigue siendo muchísimo más “exportable” y accesible. Eso lo demuestran inclusive los dibujos animados japones, variantes más violentas y adultas del modelo estadounidense. Washington también retiere el control militar. Pero analistas, educadores y diplomáticos insisten: los norteamericanos pierden presencia e influencia.

En tanto China promueve una cruzada cutural y lingüística, “Washington cede áreas que le eran propias cuando Beijing aún estaba encerrada en la concha maoísta”. Eso sostiene Paul Blackburn, ex funcionario del US Information Service (USIS) que actuó en cuatro embajadas durante los 80 y los 90.

En Indonesia, el país musulmán más poblado del mundo (230 millones), se cerraron los tres centros USIS existentes. Ahora, sólo queda un módico programa que provee libros, computadoras y bases de datos a un puñado de universidades.

Así, mientras EE.UU. abandona el campo social y político –con la desastrosa intervención en Irak como telón de fondo-, China ofrece opciones, aunque no tenga credenciales serias en materia de democracia o tolerancia a minorías. El papel que busca Beijing ha sido definido claramente por el presidente Hu Jintao, en una visita por Australia, hace varios meses: “La cultura china no nos pertenece exclusivamente a nosotros, sino también al resto del mundo”.

Eso no era simple jactancia innovadora. Hace siglos, un embajador extraordinario enviado por el rey de Francia, entonces una de las grandes potencias, llegó a un emperador Ming repleto de regalos. Su objeto era establecer relaciones. Se lo recibió apropiadamente, se lo cargó de obsequios y se lo despidio así: “El emperador aprecia los homenajes de su lejano vasallo, pero se toma la libertad de recordarle que su país, como el resto del mundo, están a los pies del trono celestial”.

En Malasia, alumnos ajenos a la etnia china llenan las escuelas primaria y secundarias donde se enseña mandarín. Hasta no hace mucho, preferían inglés. En Indonesia, cuya élite adoraba las universidades norteamericanas y desdeñaba todo lo chino, 2.560 estudiantes recibieron visas para viajar al Reino del Medio en 2003, 51% más que en 2002. En contraste, apenas 1.330 recibieron visas norteamericanas, un impresionante retroceso desde las 6.250 otorgadas en 2001.

Inclusive viejos amigos de Washington confiesan que “la influencia china crece a expensas de la norteamericana”, como dice Tanun Anumanrajadhon, de la universidad Chiang Mai, Singapur. “Los muchachos acá se llenan la boca con China y su éxito económico. Democracia o derechos civiles ya no les interesan tanto”. Bueno, algunos fundamentalistas argentinos piensan igual, aunque exaltando al “imperio norteamericano” y su intervencionismo sin fronteras.

Hoy el gobierno singapurés aún envía becarios a las principales universidades estadounidenses (no ya a las escuelas de negocios, algo venidas a menos) y británicas. Pero ha iniciado un programa orientado a China e India. A su vez, estudiantes chinos de clase media, cuyos padres no pueden solventar el costo de las universidades norteamericanas –donde no existe terciario público, y se nota-, acuden a instituciones del sudeste asiático.

En una actividad menos formal, el turismo, los viajeros chinos están alcanzando a los japoneses, sólo que éstos son viejos y aquéllos son más bien jóvenes. En Tailandia, Meca del género, hubo en 2003 unos 800.000 turistas chinos contra un millón de japoneses y 600.000 norteamericanos. Los contingentes chinos van de grupos proletados que viajan por el sindidato –algo común en Argentina hasta hace unos 25 años, aunque com alcances más modestos- a la nueva clase millonaria.

Mientras tanto, vietnamitas, malayos, indonesios, filipinos o tais van a China porque está a pocas horas de avió. La gente adicta a moda y diseño empiezan a cambiar Manhattan por Shanghai, que va recobrando sus esplendores de los años 20 o 30. En esa época, más brillantes que los de Nueva York, cabe agregar.

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