<p>En varios sentidos, esto remite a políticas coloniales desastrosas. Por entonces, los países tomadores de préstamos debían contratar sólo empresas de países prestamistas y dar prioridad a los negocios sobre el desarrollo o el bienestar social. China va más lejos al firmar contratos de largo plazo que permiten a países de baja calificación crediticia repagar deudas en hidrocarburos o minerales.</p>
<p>Pero ¿pueden las necesidades chinas de materias primas promover un despegue africano? ¿O la indiferencia de Beijing hacia la disciplina financiera local, las buenas prácticas de negocios o los derechos civiles reproducirá auges pasados, enriquecerá élites corruptas y se irá dejando el continente peor que antes? En realidad, así sucedió con el ex Congo belga entre 1883 y 1965. <br />
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Chad es un buen banco de pruebas. Uno de los cuatro países peor ubicados en la lista de desarrollo humano compilada por Naciones Unidas, es pieza clave para los intereses chinos en la región, cuyo pivote es el vecino Sudán. Entre ambos, median dos bombas, Dar Fur y Sudán sur (Adzania), en un proceso de separación que culminará el 9 de julio.<br />
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Por cierto, el sueño chino es hacer hallazgos petroleros y, usando un poliducto ya financiado por el Banco Mundial (US$ 4.200 millones), llevar el producto a la cosa atlántica vía Camarones. Pero Beijing necesita un segundo ducto, al este, que cruce Sudán y alcance el mar Rojo. Esto exige restablecer la paz entre el régimen de Jartum, Dar Fur y las etnias del sur.<br />
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<p>Uno de los ejes es Chad, un país entre de los más pobres e inestables de África. Guerras civiles e invasiones extranjeras son moneda corriente desde que Francia lo dejó en 1960. Nada de eso asustaba a los chinos ahí ni en una decena de estados turbulentos. Pero el plebiscito en Sudán, sus características separatistas y Dar Fur, cuña entre ambos países, afecta los proyectos chinos en toda la región. <br />
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En 2009 y parte de 2010, Beijing compró en Chad derechos de exploración petrolera en una región sin caminos, electricidad ni teléfonos. Así opera Beijing en el África subsahariana. Esencialmente en países exportadores de hidrocarburos como Sudán, Angola, Nigeria o la futura Adzania (sur sudanés), donde construye o repara rutas y ferrocarriles, en tanto obtiene enormes contratos en Congo (Kinshasa, Brazzaville) y Guinea. <br />
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En países mineros, dejados por inversores convencionales por violencia o corrupción sistémica, compañías chinas reviven explotaciones de cobalto, cobre, bauxita, hierro, etc. El gigante inclusive promueve actividades agropecuarias en Costa de Marfil (otrora joya del imperio poscolonial francés), cuya nueva capital –Yamusukro- se levanta con empréstitos, fondos e ingenieros chinos. Historias similares exhiben Senegal, Malí o Burkina Faso, ex Alto Volta.<br />
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<p>Durante 1956 a 1980, el interés occidental se esfumaba junto con el fracaso de imposibles democracias. Al revés de Latinoamérica, África no había tenido un siglo y medio para ensayar regímenes políticos y sociales. Aun así, todavía hoy no hay al sur del río Bravo democracias comparables a las de América anglosajona o Europa occidental. <br /><br />Al sur del Atlas, había escasos estados orgánicos hasta la ocupación europea (desde 1883) y ésta terminó hace unos 55 años. Por eso, resulta absurdo que Occidente reproche a esos países corrupción crónica y anarquía. Pero no lo es que los africanos lamenten compromisos incumplidos, escasa asistencia y un sistema económico internacional inicuo.<br /><br />Es un marco a medida de los chinos, que acuden con la bolsa llena (han asignado en 2005/09 unos US$ 200.000 millones para inversión externa), pocas exigencias sobre conducta de los gobiernos y la idea de que todos tienen posibilidades de prosperar, si hay buen financiamiento. Particularmente en infraestructura. De ahí el programa puesto en marcha en N’djamena: la primera refinería petrolera, caminos, canales de irrigación y una red telefónica inalámbrica.<br /><br />Este tipo de inversiones y esfuerzos intensivos ha llevado el intercambio China-África subsahariana de menos de US$ 10 millones anuales hace veinte años a 80.000 millones en 2009. Para llegar a eso, Beijing no tuvo en cuenta a entidades como el anémico Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF, Banco mundial) o el Fondo Monetario, ignorando sus normas mínimas de transparencia, licitaciones abiertas, respeto al ambiente y política fiscal.<br /><br /> </p>