lunes, 30 de diciembre de 2024

China prometió flexibilizar el yüan, pero no dijo cuándo

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Ante presiones poco sutiles del Grupo de los Siete, convertido en “lobby” financiero, funcionarios chinos dieron a entender que hay planes de flotar o revaluar su moneda. Pero eludieron dar fechas ni otros detalles.

Esta media palabra no es el tipo de “acción inmediata” que recomendaba el Fondo Monetario Internacional, a instancias de Estados Unidos. Tampoco satisface las demandas de demócratas y republicanos. Entretanto, algunos expertos encuentran razones para la pertinacia china, maguer desde ángulos opuestos.

Una de ellas es que, tras su campaña de presiones sobre Argentina y los magros resultados obtenidos, el FMI ha perdido fuerza para cabildear en nombre de intereses creados. Otra se relaciona con el alza del petróleo y sus efectos en las paridades cambiarias: pese a esfuerzos de operadores privados, el dólar no podrá evitar debilitarse. Por tanto, Beijing prefiere ver qué pasa antes de intervenir.

Asimismo, las presiones fueron quizá poco sutiles. Detrás del G-7 y el Fondo, se veía claramente la mano de John Snow, secretario norteamericano de Hacienda. Éste se encargó de hacerlo claro: “queremos que aceleren la repreciación de su moneda. Tal como está, la paridad no nos satisface”, le dijo a su colega chino en dos reuniones.

Sin semejante tono, otros miembros del G-7 (Gran Bretaña, Canadá, Francia y Alemania) señalaron que el crecimiento mundial depende de mayor flexibilidad cambiaria china. Lo antes posible.

Naturalmente, se tienta a Beijing con una buena zanahoria: el ingreso al G-7, algo que si siquiera ha obtenido Rusia. Pero “lo que se pretende de China –sostiene Paul Krugman- es casi imposible: resolver los mismos desequilibrios cambiarios globales que EE.UU., Japón y la Eurozona no atinan a poner en caja”.

James Mann, un politicólogo experto en Asia oriental de la ultraconservadora universidad John Hopkins, sostiene que Beijing aprovecha ese tipo de problemas para que nadie le exija mejorar su política de derechos civiles o la represión en Tibet. Pero tampoco hace gran cosa respecto de patentes, derechos de propiedad intelectual o no proliferación nuclear”.

“Son hábiles para desviar la atención exterior de los que los incomoda”, añade Mann. “También lo son para eludir compromisos en materia cambiaria. Eso gracias a que Occidente está mesmerizado por las oportunidades de negocios. China es un ideal mercantilista: capitalismo salvaje sin república ni democracia”.

Sin duda, el yüan depreciado obsede a quienes se preocupan por dos déficit estadounidenses: comercio y pagos externos. A tal punto que, esta misma semana, un grupo de legisladores demócratas ha hecho un planteo ante la Organización Mundial de Comercio: “el dólar fijo en 8,28 yüan equivale a deslealtad comercial”.

Por supuesto, no mencionan los subsidios norteamericanos –agrícolas y de los otros-, europeos ni japoneses. Tampoco recuerdan que Washington y Bruselas prefieren acuerdos bilaterales, no el tipo de encuadre multilateral que caracteriza a la OMC. “No es China quien lleva al fracaso la ronda Dohá”, decía Krugman.

Tampoco pareció feliz la intervención de Rodrigo Rato –director gerente del FMI, duramente criticado por Joseph Stiglitz- en el debate alrededor de Beijing. “Sería del mejor interés para China dejar flotar su moneda de inmediato. Las reformas cambiarias son más fáciles en tiempos de bonanza, como los que goza ese país”.

No todos acompañan esta bajada de línea. A juicio de algunos expertos, la prosperidad ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres. En tanto, el Partido Comunista está comprometido a que el crecimiento depare beneficios generales. “Esto explica la resistencia a una revaluación drástica o súbita del yüan –explica Nayan Chanda, de Yale-, pues reduciría los ingresos de bolsillo de los trabajadores en industrias dependientes de la exportación”.

Esta media palabra no es el tipo de “acción inmediata” que recomendaba el Fondo Monetario Internacional, a instancias de Estados Unidos. Tampoco satisface las demandas de demócratas y republicanos. Entretanto, algunos expertos encuentran razones para la pertinacia china, maguer desde ángulos opuestos.

Una de ellas es que, tras su campaña de presiones sobre Argentina y los magros resultados obtenidos, el FMI ha perdido fuerza para cabildear en nombre de intereses creados. Otra se relaciona con el alza del petróleo y sus efectos en las paridades cambiarias: pese a esfuerzos de operadores privados, el dólar no podrá evitar debilitarse. Por tanto, Beijing prefiere ver qué pasa antes de intervenir.

Asimismo, las presiones fueron quizá poco sutiles. Detrás del G-7 y el Fondo, se veía claramente la mano de John Snow, secretario norteamericano de Hacienda. Éste se encargó de hacerlo claro: “queremos que aceleren la repreciación de su moneda. Tal como está, la paridad no nos satisface”, le dijo a su colega chino en dos reuniones.

Sin semejante tono, otros miembros del G-7 (Gran Bretaña, Canadá, Francia y Alemania) señalaron que el crecimiento mundial depende de mayor flexibilidad cambiaria china. Lo antes posible.

Naturalmente, se tienta a Beijing con una buena zanahoria: el ingreso al G-7, algo que si siquiera ha obtenido Rusia. Pero “lo que se pretende de China –sostiene Paul Krugman- es casi imposible: resolver los mismos desequilibrios cambiarios globales que EE.UU., Japón y la Eurozona no atinan a poner en caja”.

James Mann, un politicólogo experto en Asia oriental de la ultraconservadora universidad John Hopkins, sostiene que Beijing aprovecha ese tipo de problemas para que nadie le exija mejorar su política de derechos civiles o la represión en Tibet. Pero tampoco hace gran cosa respecto de patentes, derechos de propiedad intelectual o no proliferación nuclear”.

“Son hábiles para desviar la atención exterior de los que los incomoda”, añade Mann. “También lo son para eludir compromisos en materia cambiaria. Eso gracias a que Occidente está mesmerizado por las oportunidades de negocios. China es un ideal mercantilista: capitalismo salvaje sin república ni democracia”.

Sin duda, el yüan depreciado obsede a quienes se preocupan por dos déficit estadounidenses: comercio y pagos externos. A tal punto que, esta misma semana, un grupo de legisladores demócratas ha hecho un planteo ante la Organización Mundial de Comercio: “el dólar fijo en 8,28 yüan equivale a deslealtad comercial”.

Por supuesto, no mencionan los subsidios norteamericanos –agrícolas y de los otros-, europeos ni japoneses. Tampoco recuerdan que Washington y Bruselas prefieren acuerdos bilaterales, no el tipo de encuadre multilateral que caracteriza a la OMC. “No es China quien lleva al fracaso la ronda Dohá”, decía Krugman.

Tampoco pareció feliz la intervención de Rodrigo Rato –director gerente del FMI, duramente criticado por Joseph Stiglitz- en el debate alrededor de Beijing. “Sería del mejor interés para China dejar flotar su moneda de inmediato. Las reformas cambiarias son más fáciles en tiempos de bonanza, como los que goza ese país”.

No todos acompañan esta bajada de línea. A juicio de algunos expertos, la prosperidad ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres. En tanto, el Partido Comunista está comprometido a que el crecimiento depare beneficios generales. “Esto explica la resistencia a una revaluación drástica o súbita del yüan –explica Nayan Chanda, de Yale-, pues reduciría los ingresos de bolsillo de los trabajadores en industrias dependientes de la exportación”.

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