Bush: sus posibilidades de reelección, en la balanza

Conservadores como Zbigniew Brzezinski, Henry Kissinger o William Pfaff creen que George W.Bush no tiene segura la reelección. Para ellos, la clave no está en la política exterior. Pero los gastos adicionales de posguerra son otro riesgo.

30 agosto, 2003

A principios de este año, ante la tenaz oposición del eje Alemania-Francia a la guerra en Irak, Washington profetizaba: “las cosas cambiarán una vez que hayamos triunfado y ese país tenga mejor futuro” (Colin Powell dixit). A casi ocho meses de esa declaración y a cuatro de que Bush proclamase “misión cumplida”, la posguerra evidencia “el fracaso de la estrategia unilateral” (Brzezinski).

El aumento de bajas militares norteamericanas a menos de la guerrilla –ya superan las sufridas en la propia guerra- y la escalada del terrorismo mellan la confianza del Congreso y el público.

El ataque contra Naciones Unidas en Bagdad “ilustra la vulnerabilidad del statu quo y desmiente que la guerra haya sido una campaña de liberación”, sostiene Brzezinski, ex jefe del Consejo Nacional de Seguridad. “También muestra a la administración Bush que sus problemas no son susceptibles a soluciones unilaterales o voluntaristas”.

El determinismo mesiánico tiene mucho que ver. Según observa Pfaff, “lectores literalistas de la Biblia, los ultraconservadores judíos y cristianos, alrededor del Bush, creen que la misión de EE.UU es librar al mundo del Mal. Para colmo, los ‘nuevos halcones’ se nutren de un milenarismo marxista asociado al trotskismo”. El cóctel resultante, “donde también entran aportes de L.Ron Hubbard y Ayn Raind”, puede ser deletéreo.

Bush mismo sostuvo, esta semana, que “Irak se convierte en una continuación de la guerra total contra el terrorismo”; es decir, el Mal. Así, en ausencia de armas de destrucción masiva (AMD), pretexto de la invasión, las cosas retroceden al contexto inmediatamente posterior al 11 de septiembre de 2001.

Pero surgen dos problemas adicionales. Primero: Estados Unidos debiera asignar más tropas y recursos para afrontar terroristas y guerrilleros. Segundo: las restricciones presupuestarias de este ejercicio y el siguiente obligarán a acudir de nuevo al Consejo de Seguridad, perspectiva que agrava disensos internos en Washington.

Precisamente ayer, trascendió que el proceso de normalización política llevará no menos de ocho a diez meses y que el gasto mensual –ahora en torno de US$ 4.000 millones- puede subir 50%. A eso se suma una partida secreta de fondos por US$ 23.000 millones para el Pentágono.

En vez de ser saludado como libertador de Irak, según predecía el vicepresidente Richard Cheney en marzo, EE.UU. sigue acosado por las mismas dudas y críticas previas a la invasión. Las denuncias sobre datos falsos en el mensaje anual a la nación (20 de enero) fueron comprobadas y ya han liquidado la carrera política de Tony Blair, el único aliado de peso en la aventura iraquí. Ahora, el descontrol de posguerra y eventuales crisis en otros puntos calientes (Norcorea, Irán, Colombia) ponen en peligro la reelección presidencial.

Mientras, la Casa Blanca insiste en que “paso a paso, vuelve la normalidad y los servicios esenciales se restauran en Irak y, a veces, superan el nivel anterior a la guerra”. Así dijo Condoleezza Rice, principal asesora en seguridad. Pero bajas y atentados han desnudado intrigas de palacio (la última acabó con John Pritchard, negociador clave con Norcorea).

Donald Rumsfeld, secretario de Defensa con aspiraciones vicepresidenciales, sostiene que no hacen falta más tropas. Pero Bush señaló que “serían bienvenidos refuerzos internacionales que permitieran desafectar tropas nuestras, para dedicarlas a la caza de terroristas y adictos a Saddam”. Ahora bien ¿por qué eso no funciona en Afganistán? ¿por qué la zona en manos de los kurdos marcha mucho mejor?

“El gobierno dice dos cosas diferentes”, piensa Joseph Biden, principal senador demócrata en las comisión de relaciones exteriores. “En público, afirma no precisar más efectivos. Pero, mientras tanto, intenta persuadir a India, Pakistán, Turquía y Bangladesh de enviar 40.000 tropas de refresco”.

Rumfeld, hace tres meses la figura más invulnerable del gabinete, se debate bajo un fuego cruzado. John Kerry, senador demócrata y precandidato presidencial, lo acusa de “permitir que la politiquería y el orgullo personal pesen más en las decisiones que una evaluación militar fría y profesional”. Al mismo tiempo, los “nuevos halcones” –algunos los llaman “neoconservadores”, otros directamente “ultraconservadores”- se le van encima.

“Lamentablemente, es obvio que hay demasiado pocas tropas en Irak”, afirman los ideólogos del “milenio norteamericano” Robert Kagan y William Kristol. “Si bien es posible que, con algo de suerte, salgamos del lodazal y alcancemos el éxito en unos meses, hay peligro de que el despliegue sea insuficiente y nos lleve al desastre”.

En mayo, Rice había lanzado como idea conductora “la transformación social y política en Oriente medio”. Según su concepción, Irak es “un proyecto de mayor aliento, ligado a la hoja de ruta propuesta para Israel y Palestina”. A su juicio, no del todo descaminado, “son metas de largo plazo, pero no significan, necesariamente, desplegar tropas, personal ni recursos comparables con los del plan Marshall en Europa occidental”.

Rumsfeld, un conservador tradicional, nacionalista y ajenos al mesianismo soteriológico, cree que el poder militar sólo debe salvaguardar los intereses norteamericanos, no para remodelar el mundo. “Las opciones son las mismas, pero en orden diferente, y se cifran –comenta Brzezinski- en dos preguntas: ¿lo hacemos solos o acompañados? y, en el segundo caso ¿compartimos decisiones y responsabilidades?”

En verdad, Washington ya le ha pedido al Consejo de Seguridad (ONU) que “la comunidad internacional haga más respecto de Irak y Norcorea”. Pero no es fácil. Por un lado, alrededor de Bush hay hostilidad ideológica hacia la ONU. Por el otro, varios países europeos cooperarían “sólo si se les diera papel activo y participación en las decisiones”, advierte Kissinger, hombre de larga experiencia en la materia.

Bush dispone de catorce meses para la campaña reelectoral y sus posibilidades siguen siendo promisorias, aunque no seguras. Su índice de apoyo público ha bajado de 76 a 53%, nivel anterior al 11/9/01. Esto lo ubica por debajo de su padre en similar punto de las vísperas electorales (1991). Aunque no se lanzó a la campaña con la antelación del hijo, el padre perdió la apuesta en 1992.

A juicio de Andrew Kohut (Pew Research Center), “este gobierno sufre un deterioro en las encuestas desde junio. ¿Qué pasaría si sobreviniese otro 11 de septiembre y la gente lo responsabilizara a Bush, en vez de apoyarlo?”, se pregunta Kohut. Kissinger es menos ominoso: “Si Washington aprovecha las nuevas negociaciones en torno de Norcorea para abandonar el unilateralismo, la imagen del gobierno y su presidente mejorará. Al revés de Irak, Norcorea ha transgredido tratados internacionales y no oculta sus intenciones de tener arsenal nuclear”.

A principios de este año, ante la tenaz oposición del eje Alemania-Francia a la guerra en Irak, Washington profetizaba: “las cosas cambiarán una vez que hayamos triunfado y ese país tenga mejor futuro” (Colin Powell dixit). A casi ocho meses de esa declaración y a cuatro de que Bush proclamase “misión cumplida”, la posguerra evidencia “el fracaso de la estrategia unilateral” (Brzezinski).

El aumento de bajas militares norteamericanas a menos de la guerrilla –ya superan las sufridas en la propia guerra- y la escalada del terrorismo mellan la confianza del Congreso y el público.

El ataque contra Naciones Unidas en Bagdad “ilustra la vulnerabilidad del statu quo y desmiente que la guerra haya sido una campaña de liberación”, sostiene Brzezinski, ex jefe del Consejo Nacional de Seguridad. “También muestra a la administración Bush que sus problemas no son susceptibles a soluciones unilaterales o voluntaristas”.

El determinismo mesiánico tiene mucho que ver. Según observa Pfaff, “lectores literalistas de la Biblia, los ultraconservadores judíos y cristianos, alrededor del Bush, creen que la misión de EE.UU es librar al mundo del Mal. Para colmo, los ‘nuevos halcones’ se nutren de un milenarismo marxista asociado al trotskismo”. El cóctel resultante, “donde también entran aportes de L.Ron Hubbard y Ayn Raind”, puede ser deletéreo.

Bush mismo sostuvo, esta semana, que “Irak se convierte en una continuación de la guerra total contra el terrorismo”; es decir, el Mal. Así, en ausencia de armas de destrucción masiva (AMD), pretexto de la invasión, las cosas retroceden al contexto inmediatamente posterior al 11 de septiembre de 2001.

Pero surgen dos problemas adicionales. Primero: Estados Unidos debiera asignar más tropas y recursos para afrontar terroristas y guerrilleros. Segundo: las restricciones presupuestarias de este ejercicio y el siguiente obligarán a acudir de nuevo al Consejo de Seguridad, perspectiva que agrava disensos internos en Washington.

Precisamente ayer, trascendió que el proceso de normalización política llevará no menos de ocho a diez meses y que el gasto mensual –ahora en torno de US$ 4.000 millones- puede subir 50%. A eso se suma una partida secreta de fondos por US$ 23.000 millones para el Pentágono.

En vez de ser saludado como libertador de Irak, según predecía el vicepresidente Richard Cheney en marzo, EE.UU. sigue acosado por las mismas dudas y críticas previas a la invasión. Las denuncias sobre datos falsos en el mensaje anual a la nación (20 de enero) fueron comprobadas y ya han liquidado la carrera política de Tony Blair, el único aliado de peso en la aventura iraquí. Ahora, el descontrol de posguerra y eventuales crisis en otros puntos calientes (Norcorea, Irán, Colombia) ponen en peligro la reelección presidencial.

Mientras, la Casa Blanca insiste en que “paso a paso, vuelve la normalidad y los servicios esenciales se restauran en Irak y, a veces, superan el nivel anterior a la guerra”. Así dijo Condoleezza Rice, principal asesora en seguridad. Pero bajas y atentados han desnudado intrigas de palacio (la última acabó con John Pritchard, negociador clave con Norcorea).

Donald Rumsfeld, secretario de Defensa con aspiraciones vicepresidenciales, sostiene que no hacen falta más tropas. Pero Bush señaló que “serían bienvenidos refuerzos internacionales que permitieran desafectar tropas nuestras, para dedicarlas a la caza de terroristas y adictos a Saddam”. Ahora bien ¿por qué eso no funciona en Afganistán? ¿por qué la zona en manos de los kurdos marcha mucho mejor?

“El gobierno dice dos cosas diferentes”, piensa Joseph Biden, principal senador demócrata en las comisión de relaciones exteriores. “En público, afirma no precisar más efectivos. Pero, mientras tanto, intenta persuadir a India, Pakistán, Turquía y Bangladesh de enviar 40.000 tropas de refresco”.

Rumfeld, hace tres meses la figura más invulnerable del gabinete, se debate bajo un fuego cruzado. John Kerry, senador demócrata y precandidato presidencial, lo acusa de “permitir que la politiquería y el orgullo personal pesen más en las decisiones que una evaluación militar fría y profesional”. Al mismo tiempo, los “nuevos halcones” –algunos los llaman “neoconservadores”, otros directamente “ultraconservadores”- se le van encima.

“Lamentablemente, es obvio que hay demasiado pocas tropas en Irak”, afirman los ideólogos del “milenio norteamericano” Robert Kagan y William Kristol. “Si bien es posible que, con algo de suerte, salgamos del lodazal y alcancemos el éxito en unos meses, hay peligro de que el despliegue sea insuficiente y nos lleve al desastre”.

En mayo, Rice había lanzado como idea conductora “la transformación social y política en Oriente medio”. Según su concepción, Irak es “un proyecto de mayor aliento, ligado a la hoja de ruta propuesta para Israel y Palestina”. A su juicio, no del todo descaminado, “son metas de largo plazo, pero no significan, necesariamente, desplegar tropas, personal ni recursos comparables con los del plan Marshall en Europa occidental”.

Rumsfeld, un conservador tradicional, nacionalista y ajenos al mesianismo soteriológico, cree que el poder militar sólo debe salvaguardar los intereses norteamericanos, no para remodelar el mundo. “Las opciones son las mismas, pero en orden diferente, y se cifran –comenta Brzezinski- en dos preguntas: ¿lo hacemos solos o acompañados? y, en el segundo caso ¿compartimos decisiones y responsabilidades?”

En verdad, Washington ya le ha pedido al Consejo de Seguridad (ONU) que “la comunidad internacional haga más respecto de Irak y Norcorea”. Pero no es fácil. Por un lado, alrededor de Bush hay hostilidad ideológica hacia la ONU. Por el otro, varios países europeos cooperarían “sólo si se les diera papel activo y participación en las decisiones”, advierte Kissinger, hombre de larga experiencia en la materia.

Bush dispone de catorce meses para la campaña reelectoral y sus posibilidades siguen siendo promisorias, aunque no seguras. Su índice de apoyo público ha bajado de 76 a 53%, nivel anterior al 11/9/01. Esto lo ubica por debajo de su padre en similar punto de las vísperas electorales (1991). Aunque no se lanzó a la campaña con la antelación del hijo, el padre perdió la apuesta en 1992.

A juicio de Andrew Kohut (Pew Research Center), “este gobierno sufre un deterioro en las encuestas desde junio. ¿Qué pasaría si sobreviniese otro 11 de septiembre y la gente lo responsabilizara a Bush, en vez de apoyarlo?”, se pregunta Kohut. Kissinger es menos ominoso: “Si Washington aprovecha las nuevas negociaciones en torno de Norcorea para abandonar el unilateralismo, la imagen del gobierno y su presidente mejorará. Al revés de Irak, Norcorea ha transgredido tratados internacionales y no oculta sus intenciones de tener arsenal nuclear”.

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