Bandos que buscan sacar rédito y ahondan la dialéctica de la grieta

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Al desplegarse el decisivo segundo semestre de 2022 la política argentina se organiza en torno a dos problemáticas que se entrecruzan en varios puntos: la pugna de la señora de Kirchner en (y con) la Justicia y la gestión de Sergio Massa por consolidar un rumbo.

Por Jorge Raventos

 

Un camino que permita superar la sequía de reservas y encaminar la economía hacia un desarrollo “que convierta los recursos en riqueza”.

El atentado cometido el primer jueves de septiembre contra Cristina Kirchner agudizó brutalmente tensiones que ya habían alcanzado una alarmante tirantez, en particular desde que los fiscales federales Luciani y Molla reclamaron una condena de doce años de cárcel para la vicepresidenta. Afortunadamente, la pistola gatillada aquel jueves a 15 centímetros de la cabeza de la señora de Kirchner no disparó un proyectil que hubiera sido letal.

Gracias a que falló un arma el país no debió lamentar un magnicidio ni las consecuencias que tal circunstancia hubiera provocado: “la Argentina hubiese ingresado en una espiral de violencia inmediatamente”, registró con elocuencia un distinguido periodista de La Nación.

Que el episodio no haya tenido un final desgraciado (no hubo una muerte, el agresor fue capturado y la pistola, secuestrada por las autoridades) habrá permitido evitar los choques físicos, pero no la intensificación de los simbólicos, que sólo estuvieron en pausa por un instante (hubo una declaración conjunta de oficialismo y oposición en el Congreso de repudio al atentado).

En seguida -en algunos casos, sin esperar a que se conociera más de lo ocurrido- brotó la interpretación de que el hecho era “un simulacro”, “una pantomima” inducida por el kirchnerismo para victimizar a la vicepresidenta, mientras del lado opuesto del dial ideológico parecía claro, también desde el primer momento, a quién había que culpar por la agresión: era cosa de “la derecha” sembradora de odio, un combo en el que se mezcla en proporciones desparejas a políticos opositores, jueces, fiscales y comunicadores.

Esas voces extremas y contrapuestas buscaban -cuando el país no salía aún de la angustia, la perplejidad y el desconcierto- sacar rédito para sus respectivos bandos ratificando y ahondando la dialéctica de la grieta.

Enfrentados en todo, esos grupos intransigentes coinciden sin embargo en un punto: la única paz posible reside en la eliminación, la erradicación del otro sector: “el neoliberalismo” para unos, el “kirchnerismo” (eufemismo que remite, en rigor, a la herencia cultural que dejó el movimiento creado por Juan Perón), para los otros. “Ellos o nosotros”. En última instancia, los mueve una lógica de guerra civil, aunque no se atrevan a mencionarla.

 

Un histórico dirigente radical -Federico Storani- observó con severidad el fenómeno y, además de repudiar el atentado, señaló: “Advierto un clima de creciente escalada de violencia no sólo física, sino principalmente verbal. La irresponsabilidad de algunos relevantes actores políticos que llegan a plantear pena de muerte o víctimas mortales de una determinada filiación política no hacen otra cosa que contribuir a que ese clima se instale y se extienda. La acción política correcta es aislar a los extremos, no hacerles el juego”.

Tanto el fracasado magnicidio como la ayuda inestimable de algunos de sus enemigos, han consagrado a la señora de Kirchner una revalidada centralidad en el Frente de Todos, apuntalada por el desfallecimiento de la figura presidencial.

Esos hechos ya habían logrado, antes del malogrado disparo del jueves 1°, que buena parte del peronismo -con más resignación que entusiasmo- firmara al pie de sus cuestionamientos a la Justicia en general y a los fiscales que pidieron para ella 12 años de prisión en particular. La pelea con la Justicia es una prioridad de la señora.

El activismo mediático que expusieron los fiscales en su alegato había espoleado el entusiasmo de los sectores más fervientemente anti-K pero también azuzó la reacción de los fieles de la vicepresidente y la pulsión por la réplica que suele invadirla a ella misma. Conviene no olvidar la ley física de acción y reacción.

Tras los alegatos acusadores, la señora de Kirchner ofreció su extensa y vehemente respuesta off tribunales a través de sus propias redes electrónicas. El aparato residual de La Cámpora y sus satélites promovió una demostración frente al Senado, que la vice acompañó saludando ritualmente desde los balcones en un movimiento más de mimetización con el peronismo, cuya sombra, que más de una vez desdeñó, pasó a buscar ahora para guarecerse de la tormenta. No se trata de “entrismo”, sino más bien de precipitada irrupción.

 

Dos logros de una pelea

 

Es singular: tanto la vice como sus fans confunden la acusación de los fiscales con una sentencia (ella misma sostiene que “la sentencia ya está escrita”) y en eso coinciden con la gama más furibunda de la oposición, que se muestra persuadida de que los jueces no pueden sino dar por demostrada la acusación de la fiscalía y aplicar la condena que ella reclama.

 

Esa certeza no abarca, sin embargo, a todos los opositores. Miguel Ángel Pichetto, por caso, ha apuntado que “va a ser muy complejo y difícil cerrar el esquema probatorio en orden de la asociación ilícita, una figura muy compleja y difícil de acreditar”. Pichetto no observa “elementos contundentes que puedan cerrar la figura”. Se queja, además de que “extender toda la responsabilidad de cada accionar al ejercicio de la presidencia es temerario e irregular. Todo presidente terminaría con 100 causas judiciales”.

Ahora bien, la asociación ilícita que Pichetto pone en duda es la figura con la cual los fiscales procuran sostener jurídicamente la otra acusación contra la señora de Kirchner -administración fraudulenta-, ya que en ese punto, más allá de la verosimilitud de las imputaciones y de las apelaciones al “sentido común” de los acusadores y sus voceros, el plexo probatorio parece flaquear. Después de que hablen las defensas, los jueces deberán evaluar en una atmósfera política que, quizás no alcanzó aún -atentado incluido- su temperatura máxima.

En cualquier caso, inclusive después del atentado, la vice parece convencida de que no debe aguardar mansa y paciente que los jueces eventualmente descubran fisuras en las acusaciones, sino que le conviene una espera activa, movilizando sus escuadras, reconstruyendo su liderazgo, desafiando simultáneamente a la Justicia y a la oposición, así como condicionando a sus socios y aliados.

Esa opción le ha dado réditos en dos planos: le permitió, en lo inmediato, reagrupar al oficialismo en torno de su figura y, además, alimentó los embrollos internos de la coalición opositora, donde a la creciente rivalidad entre radicales y Pro hay que sumar las divergencias internas en esta última fuerza, que son más complejas que una pelea entre halcones y palomas.

 

Contradicciones ajenas

 

Los agitados episodios ocurridos en los alrededores del domicilio de la vice después del alegato de los fiscales forman parte de esa lógica. En un escenario acotado a unas cuadras de Recoleta, las movilizaciones favorables a la vice -apenas un poco más numerosas de las que CFK conseguía en el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada en el eclipse de su presidencia- lucen masivas y amedrentan al vecindario.

El gobierno de la ciudad se encontró acorralado: la anomalía en una zona habitada en abrumadora proporción por votantes de Juntos por el Cambio, exigía una reacción; los sectores más duros de su coalición (y de su propio partido), con el influyente eco de los comunicadores adictos, le reclamaban que ejerciera la autoridad con firmeza.

Horacio Rodríguez Larreta se resistía a que las fuerzas policiales porteñas quedaran involucradas en una escalada de violencia. Buscó combinar firmeza y equilibrio. Patricia Bullrich lo atacó con dureza imputándole “debilidad y miedo” y el pecado de dejarse copar la calle por el kirchnerismo.

 

Bullrich no es una política ingenua. Compite con el jefe porteño -aspirante a la candidatura presidencial, como ella- por la simpatía del núcleo duro electoral de JxC en la ciudad de Buenos Aires. En fin, Bullrich está atenta a lo que ocurre con el electorado. Según una encuesta reciente hay una gran porción de futuros votantes (38 %) que dice preferir que el próximo gobierno sea de un partido nuevo, no del Frente de Todos ni de Juntos por el Cambio. Ella entorna la puerta para negociar con Javier Milei. Su terco silencio frente al intento de agresión contra CFK se inscribe en esa línea.

Pero, además, ella aspira a cerrarle a Rodríguez Larreta el camino a cualquier búsqueda de acuerdos con el peronismo. Ese mismo temor inspiró, tres semanas antes, una blitzkrieg de Elisa Carrió, que cargó contra una legión de líderes de Juntos por el Cambio previendo la influencia y capacidad de seducción de Massa e interpretando los vínculos que conoce o presiente entre él y sectores de Juntos por el Cambio como indicio de una conjura para romper a la oposición.

En rigor, la oposición parece no necesitar ayudas externas para esa tarea. Pero la señora de Kirchner seguramente se anote como un mérito suyo que la coalición cambiemita esté sumida en problemas, no aparezca como una opción política y sea hoy, como escribió Jorge Liotti en La Nación el domingo 4 de septiembre, “más parte del problema que una probable solución”.

 

Entre Cristina y un nuevo consenso

 

Convendría, a esta altura, analizar la consistencia y proyección de los logros alcanzados por la señora de Kirchner. Indudablemente, ella gana por ahora en el universo peronista en el que el kirchnerismo se ha sumergido. Sucede, sin embargo, que ese predominio interno viene acompañado de un debilitamiento general del oficialismo. El Presidente elegido por la señora de Kirchner navega con la brújula averiada, ella está concentrada en su agenda judicial y conduce desde ese mirador.

La hegemonía de la señora de Kirchner, atada a su pelea con la Justicia, conduce al peronismo a un posicionamiento muy marginal y a una suerte electoral que preocupa a sus actores mas importantes. Los gobernadores por ahora piensan en preservar su territorio de cualquier catástrofe. Los sindicalistas tienen menos capacidad de refugio, pero dan señales: han evitado la convocatoria a un paro apuntado contra los jueces que se les reclamaba.

 

Es probable, pues, que los logros de la vice de estos días no tengan na vida extensa; que en el oficialismo se observen realineamientos, algunos originados en el Frente de Todos, otros con un punto de partida independiente. Hoy, la figura más activa del gobierno es Sergio Massa, que aunque no ha marcado ningún gran gol desde que asumió, es responsable de un cambio de clima económico y de una mejora de las expectativas, pese a lidiar con una situación dramática de las reservas del Banco Central.

Pese a que el rumbo en el que navega Massa no necesariamente coincide con el que la señora de Kirchner preferiría, ella debe resignarse a él porque la obliga la crisis y, además, seguramente comprende que no tendría fuerza suficiente para atender al frente económico mientras se ocupa de su guerra judicial. Esa debilidad de ella le ofrece a Massa grados de libertad para encarar su rumbo.

La vice necesita, además, que él tenga éxito pensando en que precisa una fuerza electoral competitiva en las elecciones del año próximo.

Massa, avanzando entre escollos, logró apenas llegó la refinanciación de la pesada deuda en pesos con vencimientos inminentes. Consiguió hacerse con el control del área de Energía, una plaza que muchos consideraban vedada para él, ya que allí campeaban figuras próximas a la señora de Kirchner, como el subsecretario Federico Basualdo y Darío Martínez.

Obtuvo sus renuncias, y colocó allí a personas que sintonizan con su criterio, que prioriza la reducción marcada de los subsidios, tanto para bajar el gasto público como para inducir un mayor control del consumo.

Y esas políticas comienzan a aplicarse. Consiguió designar como número 2 de su cartera a Gabriel Rubinstein, un prestigioso economista, ortodoxo y realista, que fue colaborador directo de Roberto Lavagna, cuyo nombramiento era resistido por el kirchnerismo Y acaba de acordar con las organizaciones del sector agroindustrial una devaluación acotada al rubro soja y al mes en curso, que garantiza a los productores una mejora de precio de 40 por ciento y al Estado un ingreso de divisas de 5.000 millones de dólares en septiembre.

 

Tanto la medida cambiaria (que, según el secretario de Agricultura, representa “retención cero” para los productores) como los socios del acuerdo (“el campo”) están en el Índex del pensamiento K. De hecho, Massa ya recibe “fuego amigo” de ese origen (de Juan Grabois a Horacio Verbitsky). Pero actúa, evidentemente con un certificado de admisión, discreta, resignada y acaso temporariamente suministrado por la vicepresidenta.

 

Massa tiene ese flanco más o menos cubierto. Su costado más vulnerable es el tiempo: la materia con la que trabaja exige acciones veloces y proyección prolongada. El acuerdo con el sector agrario -el más competitivo del país, el que más divisas aporta- tiene carácter estratégico y no puede limitarse a un solo mes. Cubierto el bache cambiario, es preciso ir por objetivos más ambiciosos.

La tensión de la grieta, la confrontación constante, son obstáculos para la concreción de esos objetivos, pero empieza a aparecer un hastío de esos obstáculos y el reclamo sordo de una plataforma de gobernabilidad amplia y realista. El programa que empieza a desarrollar Massa introduce puntos para un nuevo consenso que supere la dialéctica disgregadora de la grieta, el estancamiento y el empobrecimiento social.

Lo que está en crisis es un sistema político en el que prevalecen minorías intensas. La solución pasa por construir otro.

 

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