Autoritarismo globalizado

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Donald Trump apela a la violencia, a la xenofobia y exagera el uso de la “incorrección política”. Con esas herramientas ha llegado a un punto en su campaña por la candidatura presidencial que lo coloca bastante cerca de la Casa Blanca.

Hasta los más rancios representantes del partido Republicano están preocupados.

¿Cómo hizo este personaje payasesco y grotesco para aparecer de la nada en la escena política y conseguir tanta popularidad?

Politicólogos, académicos y medios de comunicación se han pasado todo el 2015 tratando de descifrar por qué un candidato con características fascistas tiene posibilidades de convertirse en presidente de Estados Unidos. Lo que más les sorprende es que el apoyo que consigue parece atravesar todas las líneas demográficas -educación, ingreso, edad y hasta religión- que suelen demarcar a los candidatos. 

Según Pippa Norris, académica de Harvard, Trump tiene arrastre porque hay muchos como él, que piensan como él, que se sienten identificados con las barbaridades “políticamente incorrectas” que vocifera. Según ella, en Estados Unidos hay una ola de populistas autoritarios que han surgido y crecido también en muchos países de todo el mundo. En Francia está Marine Le Pen, en los Países Bajos Geert Wilders, en Turquía Recep Tayyip Erdogan, en Japón Shinzo Abe, en la India Narendra Modi, en Israel Benjamin Netanyahu, en Rusia Vladimir Putin, en Venezuela Nicolás Maduro (antes Hugo Chávez) y en Bolivia Evo Morales.

El autoritarismo se ha globalizado. Es una forma de gobernar con mano de hierro, con desprecio por la oposición y por la prensa crítica. La mentalidad provinciana, dice, ha tenido un papel importante, pero no alcanza para explicar este fenómeno que ocurre a escala mundial. 

Una interpretación que gana terreno sugiere que este momento de autoritarismo internacional se puede explicar por tres factores interconectados: 1) la globalización de la economía y el surgimiento de enormes empresas multinacionales no estatales; 2) la globalización del conflicto, como lo demuestra la “larga guerra” contra el terrorismo y 3) la globalización de la crisis, como ocurre con salud pública y peligro ambiental.

 

Interconectados e interdependientes

Todas estas tendencias, que comenzaron hace muchos años pero se fusionaron en los 90, han entretejido una economía global en la que todos los países están más interconectados e interdependientes que nunca. Las empresas primero corrieron para adaptarse y sobrevivir. Las que lo lograron aprovecharon las nuevas reglas comerciales y crearon entidades multinacionales fabulosamente grandes. 

Por su increíble alcance y poder quedaron fuera de todo control. No hay gobierno, ni siquiera el de Estados Unidos, que tenga la posibilidad de ejercer una real vigilancia. Esas empresas han adquirido un tamaño tan grande que la gente se ha puesto nerviosa. Por ese y muchos otros motivos las personas sienten que han perdido el control de sus vidas. Ya no basta educarse y trabajar mucho para asegurar un empleo y un futuro productivo.  La “larga guerra” contra el terrorismo aumentó la inseguridad de la gente sumando a la preocupación por el bienestar personal el miedo a los atentados. A esto se suman las epidemias de Ébola y Zika, los desastres climáticos y la idea general de que hay cosas que no se pueden controlar y que nos pueden destruir en cualquier momento. La gente tiene miedo. 

Ese miedo está en todas partes porque los drones o los terroristas pueden vigilar a cualquiera y golpear en cualquier momento. 

La generación que vivió la Segunda Guerra también vivió crisis de esta magnitud, pero encontraron una forma de consenso para impedir catástrofes futuras. Estructuras nacionales y supranacionales que sirvieran para proteger los derechos humanos con leyes, cortes, tratados y organizaciones destinadas a velar por el bienestar general, todas con la misión de promover la democratización y la soberanía. Todas tuvieron defectos y el orden de la posguerra muchas fallas, pero no obstante daban a la gente esperanza y algo de seguridad. Pero toda esa infraestructura se debilitó por ineptitud, ineficacia y también corrupción. Entonces la gente siente miedo y añora el pasado. Muchos sienten que han perdido la nación, la soberanía y la comunidad. Ese temor anidó especialmente en la clase media.

Esos grupos de gente con miedo son caldo de cultivo para populistas que prometen poner la casa en orden con mano dura y eficiencia brutal. La belicosidad que muestran es reconfortante. Son los Quijotes que van a protegerlos del enemigo. 

 

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