El test será temprano. China no dejará pasar la ocasión. Quiere romper el cerco comercial y militar que concibió la diplomacia estadounidense con Barack Obama.
Le interesa saber si puede tener como cierto los viejos dichos del Presidente electo sobre Japón y Sudcorea -que deben atender a su propia defensa-, o si el indicio real es la llamada telefónica que acaba de hacer a los líderes de esas dos naciones para garantizarle que el compromiso de defensa sigue intacto.
Tal como ocurrió cuando George W. Bush estaba en el poder, en 2001, se puede producir un incidente de tipo bélico que probará la decisión y firmeza del nuevo mandatario.
La estrategia oficial estadounidense era, hasta ahora, la contención de China con dos herramientas: el Tratado Comercial Transpacífico con 12 naciones ribereñas de ese océano (posibilidad que parece haberse diluido) y fuerte presencia naval en el sudeste asiático, especialmente protegiendo a Japón, Sudcorea y Filipinas, patrullando el llamado Mar de la China.
Beijing nunca aceptó ambas estrategias. La primera ha desaparecido. En cuanto a la segunda, correrá el mismo camino si las promesas electorales de Trump se confirman en la realidad.
Sin embargo, luego de que Trump reasegurara a Tokio y a Seul que los compromisos militares con ambas naciones siguen vigentes, nadie sabe con certeza dónde están parados los protagonistas.
Mientras tanto, Japón y Corea del Sur han hecho público que avanzarán en el camino de contar con armas nucleares que garanticen su seguridad e independencia.