Argentina: no todo era tan negro como lo pintaban

“La economía argentina muestra dos caras, pero algunos insisten en ver sólo la fea”. Así se inicia un artículo del “Wall Street Journal”. El periódico financiero (y conservador) esboza una crítica a los acreedores privados y sus portavoces.

10 abril, 2004

Un artículo de Michael Casey, luego difundido vía la edición en castellano, señala que “para los inversores externos, existen dos Argentinas. Una es la que se pelea con el Fondo Monetario y propone una cuantiosa quita de sus dudas (75%) con el sector privado”.
El comentario omite, claro, la quita de 86% obtenida por la ex WorldCom, cuyo pasivo era relativamente más alto que el argentino.

“La otra Argentina –admite el WSJ- se las ha compuesto para alcanzar una espectacular reactivación económica. Frustrando los pronósticos de prácticamente todos los economistas (sic) durante la crisis que hizo contraerse 10,9% el producto bruto interno en 2002, este año se espera otro repunte, tras el 7,1% en 2003”.

Aparte, la inflación anual en 2003 fue de sólo 3,7% y, en el primer trimestre de 2004, su ritmo anual cedía a 2,5%. Cabe aclarar, a esta altura, que esos “economistas” suelen ser simples analistas de mercado. Por el contrario, varios economistas en serio -dentro y fuera de Argentina- venían descreyendo de los profetas apocalípticos propios o ajenos.

Casey entrevistó a un funcionario “ortodoxo”, Alfonso Prat Gay, presidente del Banco Central. “Cierta gente pasó de anunciar explosiones inflacionarias o desbordes cambiarios a decir que, en todo caso, esto no duraría, porque no había inversión. Cuando apareció, la tachaban de poco productiva, pues iba a la construcción. Ahora, que se ve inversión en máquinas y equipos, ese mismo grupo subraya los cuellos de botella energéticos”.

Sin hacer nombres, Prat Gay estaba describiendo medios, analistas, columnistas y hasta dirigentes políticos vinculados más al negocio financiero que a la economía real. A tal punto que, hace pocos días, trataban de relanzar a Álvaro C.Alsogaray.

Las proyecciones de aquellos “economistas” para 2003, admite Casey, “terminaron lejos de la realidad”. Tampoco el FMI que, en enero de 2003, “previó que la economía crecería apenas 2,5% y la inflación llegaría a 35% en precios minoristas”. Acá tampoco se hacen nombres, pero esas predicciones corrieron por cuenta de Anne Krueger y su lugarteniente, Anup Singh. En su momento, fueron desestimadas por Joseph Stiglitz –Nobel económico compartido, 2001-, Roberto Lavagna y algunos economistas argentinos.

Ahora bien, le pregunta el articulista al ministro de Economía, “¿cómo se consiguieron esos resultados?” “Simplemente -responde éste-, se les dijo no a todos los grupos de presión que acudían a pedir algo”. La otra clave fue un banco central “que restauró la confianza en el maltrecho sistema financiero, con lo cual detuvo la huida de depósitos y dio vuelta la caída del peso”.

A criterio del WSJ, “el desafío inmediato consiste en restructurar la deuda con acreedores privados. Esto ya se negocia en reuniones con veintiséis grupos diferentes, en Buenos Aires, que podrían finiquitarse a mediados de este mes”. Un punto advertido por Casey, por lo común ausente en los análisis casi diarios de la prensa local, es que “sin restructuración, el país tendrá acceso restringido al mercado voluntario de capitales. A su vez, eso trabaría al gobierno cuanto, en dos a tres años, deba pagar unos US$ 70.000 millones en deuda nueva”.

Un artículo de Michael Casey, luego difundido vía la edición en castellano, señala que “para los inversores externos, existen dos Argentinas. Una es la que se pelea con el Fondo Monetario y propone una cuantiosa quita de sus dudas (75%) con el sector privado”.
El comentario omite, claro, la quita de 86% obtenida por la ex WorldCom, cuyo pasivo era relativamente más alto que el argentino.

“La otra Argentina –admite el WSJ- se las ha compuesto para alcanzar una espectacular reactivación económica. Frustrando los pronósticos de prácticamente todos los economistas (sic) durante la crisis que hizo contraerse 10,9% el producto bruto interno en 2002, este año se espera otro repunte, tras el 7,1% en 2003”.

Aparte, la inflación anual en 2003 fue de sólo 3,7% y, en el primer trimestre de 2004, su ritmo anual cedía a 2,5%. Cabe aclarar, a esta altura, que esos “economistas” suelen ser simples analistas de mercado. Por el contrario, varios economistas en serio -dentro y fuera de Argentina- venían descreyendo de los profetas apocalípticos propios o ajenos.

Casey entrevistó a un funcionario “ortodoxo”, Alfonso Prat Gay, presidente del Banco Central. “Cierta gente pasó de anunciar explosiones inflacionarias o desbordes cambiarios a decir que, en todo caso, esto no duraría, porque no había inversión. Cuando apareció, la tachaban de poco productiva, pues iba a la construcción. Ahora, que se ve inversión en máquinas y equipos, ese mismo grupo subraya los cuellos de botella energéticos”.

Sin hacer nombres, Prat Gay estaba describiendo medios, analistas, columnistas y hasta dirigentes políticos vinculados más al negocio financiero que a la economía real. A tal punto que, hace pocos días, trataban de relanzar a Álvaro C.Alsogaray.

Las proyecciones de aquellos “economistas” para 2003, admite Casey, “terminaron lejos de la realidad”. Tampoco el FMI que, en enero de 2003, “previó que la economía crecería apenas 2,5% y la inflación llegaría a 35% en precios minoristas”. Acá tampoco se hacen nombres, pero esas predicciones corrieron por cuenta de Anne Krueger y su lugarteniente, Anup Singh. En su momento, fueron desestimadas por Joseph Stiglitz –Nobel económico compartido, 2001-, Roberto Lavagna y algunos economistas argentinos.

Ahora bien, le pregunta el articulista al ministro de Economía, “¿cómo se consiguieron esos resultados?” “Simplemente -responde éste-, se les dijo no a todos los grupos de presión que acudían a pedir algo”. La otra clave fue un banco central “que restauró la confianza en el maltrecho sistema financiero, con lo cual detuvo la huida de depósitos y dio vuelta la caída del peso”.

A criterio del WSJ, “el desafío inmediato consiste en restructurar la deuda con acreedores privados. Esto ya se negocia en reuniones con veintiséis grupos diferentes, en Buenos Aires, que podrían finiquitarse a mediados de este mes”. Un punto advertido por Casey, por lo común ausente en los análisis casi diarios de la prensa local, es que “sin restructuración, el país tendrá acceso restringido al mercado voluntario de capitales. A su vez, eso trabaría al gobierno cuanto, en dos a tres años, deba pagar unos US$ 70.000 millones en deuda nueva”.

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