¿Alguien sabía qué era Valonia?

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Mucha gente se pregunta, por estos días: ¿Qué es la Valonia? Respuesta: una región belga con 3,5 millones de habitantes capaz de bloquear un acuerdo respaldado por 508 millones de 28 países de la unión Europea.

Cuando se enteran además que es la región de Bélgica que habla francés, que fue una economía pujante durante toda la Revolución Industrial y el periodo que le siguió, el siguiente interrogante es: ¿qué poder tiene para torpedear un acuerdo comercial – con Canadá – en el que están de acuerdo 28 países de la Unión Europea?

Sencillo. Valonia es una región que conserva un alto margen de autonomía desde la constitución de Bélgica en país independiente, en el siglo 19, pero reforzada después de la reforma de 1980. Antes de que el Parlamento belga preste su acuerdo, deben hacerlo los Parlamentos de las regiones que la integran. Y Valonia tiene el síntoma del Brexit. Sus habitantes –que conocieron antigua prosperidad- están resentidos. El carbón dejó de ser un ingrediente vital de su economía, la zona padece de creciente desindustrialización, alto desempleo y bolsones de pobreza.

La culpa, como en otros países, se le echa a los extranjeros que con su comercio y sus acuerdos, les han robado su empleo. Además, la fobia es con las empresas multinacionales que –dicen los que se opusieron- son las únicos que ganan.

Todo el mundo sabe ahora qué es Valonia. Cuando se opuso al tratado CETA (como se llama al acuerdo con Canadá) creó una crisis de proporciones. Siete años de negociaciones terminaban en un fracaso porque una pequeña región belga bloqueaba el acuerdo continental. Con solo 3,5 millones de habitantes, torcía la voluntad de 508 millones de los 28 países miembros.

Al borde del abismo se rescató una negociación de último momento que permite seguir adelante, mientras se llega a un acuerdo definitivo con Valonia, que al final dará el sí, pero luego de cobrar un precio.

No debería sorprender tanto. En mínima escala ha hecho lo mismo que la propia Unión Europea que desistió de firmar un tratado comercial transatlántico con Estados Unidos, que a principios de este año parecía de inminente concreción. Es una actitud idéntica a la que asumieron Donald Trump y Hillary Clinton que echaron en el olvido el sueño de Barack Obama de firmar antes de abandonar el cargo, el Tratado Transpacífico con 14 países miembros, todos ribereños de ese océano.

Un tratado que no era solamente comercial. Era una gran herramienta geopolítica para lograr la contención de China en Asia.

También la Gran Bretaña que abandonó la UE es una buena referencia de la actitud de Valonia. Aunque Londres debería sacar otras lecciones de esta experiencia. Los parlamentos de Escocia, de Gales y de Irlanda del Norte, podrían darle alguna sorpresa.

 
 

 

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