Alemania y Japón siguen apuntalando la economía global

China, India o Brasil pueden ser el futuro, pero Japón y Alemania siguen siendo relevantes en el presente. Así sostienen analistas de varios bancos comerciales y de inversión. Así lo demostraron las recientes elecciones germanas y niponas.

22 septiembre, 2005

Con poblaciones superiores a los mil millones y economías en plena modernización, China e India son considerados gigantes geopolíticos donde el resto del mundo puede vender, producir y hacer dinero. Pero no debe pasarse por alto lo que Joseph Quinlan –analista principal de Bank of America- define como “la pareja veterana”; o sea Japón y Alemania.

Históricamente, son hijas de procesos similares. El modelo gestado por Otto von Bismarck en 1864/71 es paralelo a la reforma Meiji de 1868/73. Ambos se desarrollaron partiendo del capitalismo de estado y la alianza entre bancas e industrias pesadas, dos tabúes para los gurúes de la actual posmodernidad, basada en mercados financieros y virtuales.

Pero los avatares electorales del momento pueden separar la pareja. Junichiro Koizumi y Gerhard Schröder, los respectivos jefes de gobierno, renunciaron hace mucho como forma de cauterizar crisis políticas. Ambos apostaban a renovar sus mandatos. El japonés, suponiendo que los votantes (hartos de la gerontocracia demoliberal), apoyarían su propuesta de privatizar el ahorro postal, una masa de US$ 11 billones.

El alemán, derrotado en un comicio clave para su gestión y su partido (Westfalia-Rin septentrional), se jugó una carta brava, apostando a que su desafiante conservadora, Ángela Merkel, no lograría la clara victoria que le prometían los encuestadores. Ambos líderes tuvieron razón. Pero, a diferencia de Koizumi –cuyo triunfo conduce a un régimen de partido único-, Schröder abrió paso a un amplio abanico de coaliciones potenciales. Quienes lo votaron, no obstante, rechazan reformas pro mercado.

Las torres de Shanghai, ornadas de neón policromo, o el reducto tecnológico de Bangalur suelen enceguecer a los norteamericanos y no los dejan ver ciertas realidades económicas. En 2004, Estados Unidos exportó a Alemania y Japón por US$ 85.700 millones, el doble que a China (40.900 millones).

Las ventas de empresas norteamericanas en ambos países –dejando de lado el origen de bienes y servicios—sextuplicaron las efectuadas en China e India. Pese a tanto palabrerío sobre inversiones en China, el sector privado estadounidense colocó durante el quinquenio 2000-4 US$ 52.700 millones en Alemania y Japón, contra 13.100 millones en China e India.

“Las potencias de Asia oriental y meridional son como acciones con potencial de crecimiento –señala Adam Posen, del Institute for International Economy, Washington-, sobre las cuales se toman opciones a futuro. Pero Alemania y Japón son paquetes muy bien cotizados al presente. Como General Electric o 3M, producen altos dividendos”.

Luego de su arrasador triunfo electoral, Koizumi puede mejorar todavía más esos dividendos, en la óptica de los mercados. ¿Cómo? Reformando de raíz el sistema de ahorro postal que manejan los correos imperiales, una fuente de liquidez superior a los US$ 11 billones. Ahora bien, los analistas financieros piden más. Por ejemplo, modificar de raíz el costoso y arcaico sistema de subsidios agrícolas (particularmente, al arroz), reducir la deuda pública –como las de Brasil o Bélgica, está en moneda local- y abrirse a la inmigración para compensar el envejecimiento de la población.

Pero, para azoro de los mercados bursátiles y financieros, Alemania muestra escasos signos de imitar el ejemplo japonés. Si bien la deuda pública no pesa mucho, el desempleo es tenaz (estaba en 11,4% de la población activa en agosto). Lo malo es que las reformas pedidas por el mercado empiezan con despidos masivos en las principales industrias del país.

Lo curioso de todo esto es que Schröder haya perdido en Westfalia-Rin septentrional por proponer ese tipo de reformas y Merkel se haya quedado corta en las elecciones generales –mientras Koizumi las ganaba de lejos- por auspiciar reformas aún más duras. Como reflexiona David Wessel, un columnista conservador, “parece que los alemanes, como otros pueblos europeos, prefieren una mediocridad sin sobresaltos, no una revolución económica”. Claro, según lo trasuntan “exuberancias irracionales”, desinfles y escándalos empresarios, este tipo de revolución puede ser letal para sus propios usufructuarios.

Con poblaciones superiores a los mil millones y economías en plena modernización, China e India son considerados gigantes geopolíticos donde el resto del mundo puede vender, producir y hacer dinero. Pero no debe pasarse por alto lo que Joseph Quinlan –analista principal de Bank of America- define como “la pareja veterana”; o sea Japón y Alemania.

Históricamente, son hijas de procesos similares. El modelo gestado por Otto von Bismarck en 1864/71 es paralelo a la reforma Meiji de 1868/73. Ambos se desarrollaron partiendo del capitalismo de estado y la alianza entre bancas e industrias pesadas, dos tabúes para los gurúes de la actual posmodernidad, basada en mercados financieros y virtuales.

Pero los avatares electorales del momento pueden separar la pareja. Junichiro Koizumi y Gerhard Schröder, los respectivos jefes de gobierno, renunciaron hace mucho como forma de cauterizar crisis políticas. Ambos apostaban a renovar sus mandatos. El japonés, suponiendo que los votantes (hartos de la gerontocracia demoliberal), apoyarían su propuesta de privatizar el ahorro postal, una masa de US$ 11 billones.

El alemán, derrotado en un comicio clave para su gestión y su partido (Westfalia-Rin septentrional), se jugó una carta brava, apostando a que su desafiante conservadora, Ángela Merkel, no lograría la clara victoria que le prometían los encuestadores. Ambos líderes tuvieron razón. Pero, a diferencia de Koizumi –cuyo triunfo conduce a un régimen de partido único-, Schröder abrió paso a un amplio abanico de coaliciones potenciales. Quienes lo votaron, no obstante, rechazan reformas pro mercado.

Las torres de Shanghai, ornadas de neón policromo, o el reducto tecnológico de Bangalur suelen enceguecer a los norteamericanos y no los dejan ver ciertas realidades económicas. En 2004, Estados Unidos exportó a Alemania y Japón por US$ 85.700 millones, el doble que a China (40.900 millones).

Las ventas de empresas norteamericanas en ambos países –dejando de lado el origen de bienes y servicios—sextuplicaron las efectuadas en China e India. Pese a tanto palabrerío sobre inversiones en China, el sector privado estadounidense colocó durante el quinquenio 2000-4 US$ 52.700 millones en Alemania y Japón, contra 13.100 millones en China e India.

“Las potencias de Asia oriental y meridional son como acciones con potencial de crecimiento –señala Adam Posen, del Institute for International Economy, Washington-, sobre las cuales se toman opciones a futuro. Pero Alemania y Japón son paquetes muy bien cotizados al presente. Como General Electric o 3M, producen altos dividendos”.

Luego de su arrasador triunfo electoral, Koizumi puede mejorar todavía más esos dividendos, en la óptica de los mercados. ¿Cómo? Reformando de raíz el sistema de ahorro postal que manejan los correos imperiales, una fuente de liquidez superior a los US$ 11 billones. Ahora bien, los analistas financieros piden más. Por ejemplo, modificar de raíz el costoso y arcaico sistema de subsidios agrícolas (particularmente, al arroz), reducir la deuda pública –como las de Brasil o Bélgica, está en moneda local- y abrirse a la inmigración para compensar el envejecimiento de la población.

Pero, para azoro de los mercados bursátiles y financieros, Alemania muestra escasos signos de imitar el ejemplo japonés. Si bien la deuda pública no pesa mucho, el desempleo es tenaz (estaba en 11,4% de la población activa en agosto). Lo malo es que las reformas pedidas por el mercado empiezan con despidos masivos en las principales industrias del país.

Lo curioso de todo esto es que Schröder haya perdido en Westfalia-Rin septentrional por proponer ese tipo de reformas y Merkel se haya quedado corta en las elecciones generales –mientras Koizumi las ganaba de lejos- por auspiciar reformas aún más duras. Como reflexiona David Wessel, un columnista conservador, “parece que los alemanes, como otros pueblos europeos, prefieren una mediocridad sin sobresaltos, no una revolución económica”. Claro, según lo trasuntan “exuberancias irracionales”, desinfles y escándalos empresarios, este tipo de revolución puede ser letal para sus propios usufructuarios.

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