Esta cuenta, contiene al balance comercial de bienes y servicios, más las rentas de la inversión. Como resultado, esta variable se ubicó en terreno positivo por primera vez desde el 2009, cerrando con una década de resultados externos deficitarios, como explica el último informe de la consultora Ecolatina.
El saldo de la cuenta corriente muestra en qué sentido fluyen las transacciones comerciales entre nuestro país y el resto del mundo. Este contiene tanto a la compra-venta de bienes como a la de servicios, y también al pago de utilidades y dividendos, además de otros conceptos menores.
Su contracara es el flujo de financiamiento: si la Argentina tiene una cuenta corriente negativa, su sector público y/o privado están endeudándose (o desahorrando) con el resto del mundo, mientras que, por el contrario, si la cuenta corriente es positiva, los residentes en el país están ahorrando -acumulando divisas- o desendeudándose con el resto del mundo.
A lo largo la década 2010-19, nuestro país mostró un rojo sostenido en esta variable, ya que el excedente del comercio de bienes -que existió hasta 2016, con excepción del 2015- fue insuficiente para fondear el déficit de servicios, que se cuadruplicó impulsado principalmente por el turismo emisivo. Para peor, el pago de rentas al exterior (intereses, utilidades y dividendos) siempre fue negativo y creciente, generando necesidades de financiamiento particularmente altas entre 2017 y 2019.
Durante este proceso, la fuente de ingreso de dólares que sirvió de contrapartida del déficit externo fue mutando. Mientras que en los primeros años de la década el déficit corriente era afrontado con inversiones productivas (hasta el 2012, el ingreso neto por esta partida era superior al déficit de cuenta corriente sin ser un boom), a medida que se consolidaba el cepo cambiario y el estancamiento de nuestra economía éstas fueron disminuyendo. Así, la salida de divisas por motivos comerciales debió ser pagada con Reservas del Banco Central y con el swap brindado por el Banco Central de China y otros préstamos institucionales.
Con el cambio de gobierno y la “vuelta a los mercados”, la entrada de inversiones financieras privadas de corto plazo se convirtió en la principal puerta de dólares hacia nuestro país. Este fue el elemento de mayor peso en 2016 y 2017, ya que entraron capitales por un promedio de 6,1% del PBI, un monto superior al déficit de la cuenta corriente (-3,8% del Producto). Así, el ingreso neto por inversiones de cartera acumuló más de USD 70.000 millones en el período.
El prolongado déficit de la cuenta corriente comenzó a encontrar su fin en 2018, cuando los inversores externos dejaron de querer financiarlo. A medida que los capitales privados revertían su ciclo y huían del país, el tipo de cambio se encarecía, sumiendo a nuestra economía en una aguda crisis. El cierre de la cuenta corriente no fue completo ese año, y el FMI fue quien aportó los dólares con los que se pagaron las importaciones, intereses y el saldo de servicios. En 2019, esto se repitió, acompañado de una importante pérdida de Reservas del Banco Central (USD -21.000 millones).
Mientras las Reservas internacionales propias y las prestadas por el Fondo pagaban por la salida de capitales y el déficit corriente, la crisis cambiaria ocasionó dos procesos que operaron para corregir nuestro desbalance externo. Por un lado, el derrumbe de la actividad económica generó una disminución en la demanda total de bienes y servicios. Mientras tanto, el encarecimiento relativo de los productos del exterior provocó una ganancia de competitividad-precio de nuestros productos en relación con los de otros países. Así, crecieron los incentivos a reemplazar productos importados por domésticos y a exportar.
Hacia el último trimestre del 2019, ya sin financiamiento de privados ni de institucionales, la suma de ambos efectos, junto con el adelanto de exportaciones por la expectativa de devaluación y las restricciones impuestas al giro de utilidades y dividendos al exterior equilibraron el déficit corriente. En 2020, el nuevo gobierno y la irrupción de la pandemia alteraron la dinámica de esta cuenta. Respecto a la nueva administración del ejecutivo nacional, la reestructuración de la deuda externa hizo que el saldo de rentas se achicara en 43% en el año. A la vez, la pandemia no sólo prolongó la crisis de la actividad -ralentizando junto con el control de importaciones la recuperación de las compras externas-, sino que además prácticamente clausuró el turismo internacional, achicando en 55% el déficit de servicios.
Con todos los elementos listados (una recesión que ya lleva tres años en curso, una importante depreciación del tipo de cambio, una larga lista de prohibiciones cambiarias, una pandemia que impide viajar y una reestructuración de la deuda que no logró recuperar el acceso al crédito externo), Argentina pudo alcanzar un superávit anual de cuenta Corriente. Sin embargo, al conocer estos datos surgen dos inquietudes. ¿Logró el Banco Central acumular las Reservas que ingresaron al país como fruto de este proceso? ¿Será duradera la bonanza por la vía comercial? Veamos.
La primera respuesta es no: que hayamos cerrado las necesidades de financiamiento externo en 2020 fue una consecuencia de no haberlas conseguido, y no implicó que el Banco Central engrosara sus Reservas. Por el contrario, esta variable se redujo en casi US$ 3.000 millones durante el año pasado. Esto se debió, principalmente, a la compra de dólares por parte del sector privado por más de US$ 9.000 millones.
Adicionalmente, las salidas (netas) de inversiones de cartera por casi US$ 3.000 millones también erosionaron el ingreso de dólares por superávit de cuenta corriente. La falta de confianza y los problemas financieros, evidentemente, impidieron que la recuperación de las cuentas externas se trasladara a las Reservas.
Lamentablemente, la respuesta a la segunda pregunta también es negativa: el superávit de la cuenta corriente fue pequeño (apenas 0,8% del PBI) y muy condicionado por situaciones puntuales, como la crisis doméstica que aplacó las importaciones, la imposibilidad de viajar al exterior y el flujo muy reducido de intereses que dio como resultado el canje de la deuda. Aunque muy probablemente estas circunstancias no cambien notablemente a lo largo de 2021 (y, por lo tanto, el resultado de la cuenta corriente pueda volver a ser superavitario), difícilmente se pueda pensar que este nuevo signo sea estructural. Para peor, la estrategia de aumentar el tipo de cambio por debajo de la inflación esperada puede erosionar el saldo del comercio de bienes.
Teniendo en cuenta la escasez de nuestras Reservas netas y la volatilidad de los flujos financieros, sería deseable que nuestro país pudiera mostrar un saldo positivo de cuenta corriente en los próximos años, para sumar algo de certidumbre a una economía compleja por todos lados y estancada hace una década. Considerando lo costoso que resulta para la actividad y el empleo el ajuste de los desbalances corrientes, la mejor forma de lograr este objetivo es con un aumento sostenido de las exportaciones: estabilizar la economía y dejar atrás esta dinámica errática es el primer paso para lograrlo.