viernes, 27 de diciembre de 2024

Cnooc-Unocal: ¿Washington piensa bloquear la compra?

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Hasta el sábado, la oferta de Cnooc –sociedad estatal china- por Unocal (unos US$ 19.000 millones) marchaba bien. Chevron, que ofrecía 18.000 millones inclusive deudas, dejó a los californianos en libertad. Pero se metió la Casa Blanca…

La Casa Blanca y el congreso, en realidad. En otras palabras, el intento de Beijing para quedarse con una de las principales petroleras norteamericanas genera presiones en nombre de la “seguridad nacional”. Una entelequia que sirve para todo. Desde violar la privacidad de los ciudadanos hasta invadir Irak, mantener prisiones ilegales (Guantánamo) o secuestrar extranjeros en territorio ajeno (acaba de hacerlo la CIA en Italia).

Una mayoría de legisladores republicanos, que teme el auge económico y financiero de China, y el Pentágono –es decir, los “lobbies” que coordinan el vicepresidente Richard Cheney y Donald Rumsfeld, secretyario de Defebsa-, que sospecha de Beijing, se declararon el vierno contra la fusión sinocaliforniana. Su argumento es pobre: Unocal elevaría a US$ 22.000 millones las inversiones directas en Estados Unidos, un monto realmente chico.

No obstante, el peor dilema lo afronta el propio George Walker Bush. Si acompaña al congreso y el Pentágono, deberá remitir el asunto a una comisión secreta sobre seguridad. De por sí, eso estimularía duras represalias chinas contra negocios e intereses privados estadounidenses. Amén de US$ 500.000 millones de bonos de Tesorería: a Beijing le bastaría vender un décimo para sacudir la plaza financiera internacional y reducir la calificación de la deuda norteamericana.

Aun sin llegar a eso, el creciente flujo de inversión externa directa (IED) deja expuestos montos muy superiores al mencionado, colocados por a bancas y empresas estadounidenses. Por ejemplo, Bank of America acaba de adquirir parte del conglomerado China Construction (una transacción de US$ 20.000 millones).

Ahora bien, si Bush resuelve trabar la operación Cnooc-Unocal, deberá apelar a un argumento delicado: los riesgos a la seguridad nacional que implicaría el acceso chino a hidrocarburos norteamericanos. Es decir, aprovechar la apresurada y algo oportunista masa de legislación posterior a los ataques terroristas (septiembre de 2001). Así lo sugiere una exposición de John Snow –secretario de Hacienda- ante la cámara de representantes, el jueves 23. Pero, aparte de que Snow carece de peso propio, ese tipo de declaraciones les corresponde a Condoleezza Rice (Estado) y Rumsfeld, que no han tocado aún el tema.

La gama de represalias indirectas parece más flexible y menos comprometedoras. Va de limitar importaciones desde China a presiones comerciales y jurídicas (vg., derechos de propiedad intelectual). “El auge chino plantea desafíos competitivos que deben neutralizarse”, declaraban este fin semana algunos senadores. “Cnooc amenaza a Unocal, una compañía que ha actuado en California durante 115 años. China ya está en nuestro país”, añadían.

Por supuesto, semejante retórica pone nervioso al propio sector privado norteamericano, petrolero o no. De paso, deja sin sustento la prédica pro mercado libre asumida por el nuevo presidente semestral de la Unión Europea, Tony Blair. Este operador de Washington en Bruselas criticó el “nacionalismo napoleónico” de Francia y la “vieja Europa”. Fue en un doble aniversario: Trafalgar y Waterloo.

Alguien tan adicto a la Casa Blanca como Alan Greenspan (Sistema de Reserva Federal) también se alzó contra las presiones antichinas. “Resulta esencial no poner en peligro nuestro propio futuro con una vuelta a prácticas proteccionistas que acaban siendo contraproducentes”, sostuvo antes un comité bicameral.

Entretanto, el cabildeo anti Cnooc avanza. El republicano Ricardo Pombo inició acciones para llevar el asunto Unocal al comité de inversiones extranjeras. Mientras tanto, instaba a Bush y Cheney a investigar la oferta y los “antecedentes antidemocráticos” (sic) de Cnooc (nadie lee a Maquiavelo en el Capitolio). “Esta clase de dislates forman un patrón demagógico: las compras chinas atraen mayor atención, sea cual fuere su área u objetivo”, sostiene Scott Flicker, abogado de Washington que ha representado docenas de firmas extranjeras escrutadas por el comité.

Por su parte, William Reinsch, ex alto funcionario en el departamento de Comercio, encuentra un rasgo anómalo en el caso Cnooc. “No jira en torno de cuestiones técnicas, económicas o jurídicas, sino alrededor de la propiedad de recursos petroleros. Algunos de los que controla Unocal –subraya- ni siquiera están en territorio estadounidense”. De hecho, las reservas claves de la empresa se hallan en el sudeste asiático.

De alguna manera, los nervios en el Pentágono se cifran en imaginarios nexos entre inversiones petroleras (entre otras, un plan por US$ 8.000 millones para explorar en Sudán) y los gastos militares chinos. La lógica es típica de Cheney y Rumsfeld: Beijing busca hidrocarburos en ese país, Irán o Birmania para –afirmaba Pombo- neutralizar “esfuerzos internacionales” (estadounidenses, en realidad) en pro de reformas democratizantes. No existe el menor indicio en la materia en ninguno de los ejemplo citados.

La Casa Blanca y el congreso, en realidad. En otras palabras, el intento de Beijing para quedarse con una de las principales petroleras norteamericanas genera presiones en nombre de la “seguridad nacional”. Una entelequia que sirve para todo. Desde violar la privacidad de los ciudadanos hasta invadir Irak, mantener prisiones ilegales (Guantánamo) o secuestrar extranjeros en territorio ajeno (acaba de hacerlo la CIA en Italia).

Una mayoría de legisladores republicanos, que teme el auge económico y financiero de China, y el Pentágono –es decir, los “lobbies” que coordinan el vicepresidente Richard Cheney y Donald Rumsfeld, secretyario de Defebsa-, que sospecha de Beijing, se declararon el vierno contra la fusión sinocaliforniana. Su argumento es pobre: Unocal elevaría a US$ 22.000 millones las inversiones directas en Estados Unidos, un monto realmente chico.

No obstante, el peor dilema lo afronta el propio George Walker Bush. Si acompaña al congreso y el Pentágono, deberá remitir el asunto a una comisión secreta sobre seguridad. De por sí, eso estimularía duras represalias chinas contra negocios e intereses privados estadounidenses. Amén de US$ 500.000 millones de bonos de Tesorería: a Beijing le bastaría vender un décimo para sacudir la plaza financiera internacional y reducir la calificación de la deuda norteamericana.

Aun sin llegar a eso, el creciente flujo de inversión externa directa (IED) deja expuestos montos muy superiores al mencionado, colocados por a bancas y empresas estadounidenses. Por ejemplo, Bank of America acaba de adquirir parte del conglomerado China Construction (una transacción de US$ 20.000 millones).

Ahora bien, si Bush resuelve trabar la operación Cnooc-Unocal, deberá apelar a un argumento delicado: los riesgos a la seguridad nacional que implicaría el acceso chino a hidrocarburos norteamericanos. Es decir, aprovechar la apresurada y algo oportunista masa de legislación posterior a los ataques terroristas (septiembre de 2001). Así lo sugiere una exposición de John Snow –secretario de Hacienda- ante la cámara de representantes, el jueves 23. Pero, aparte de que Snow carece de peso propio, ese tipo de declaraciones les corresponde a Condoleezza Rice (Estado) y Rumsfeld, que no han tocado aún el tema.

La gama de represalias indirectas parece más flexible y menos comprometedoras. Va de limitar importaciones desde China a presiones comerciales y jurídicas (vg., derechos de propiedad intelectual). “El auge chino plantea desafíos competitivos que deben neutralizarse”, declaraban este fin semana algunos senadores. “Cnooc amenaza a Unocal, una compañía que ha actuado en California durante 115 años. China ya está en nuestro país”, añadían.

Por supuesto, semejante retórica pone nervioso al propio sector privado norteamericano, petrolero o no. De paso, deja sin sustento la prédica pro mercado libre asumida por el nuevo presidente semestral de la Unión Europea, Tony Blair. Este operador de Washington en Bruselas criticó el “nacionalismo napoleónico” de Francia y la “vieja Europa”. Fue en un doble aniversario: Trafalgar y Waterloo.

Alguien tan adicto a la Casa Blanca como Alan Greenspan (Sistema de Reserva Federal) también se alzó contra las presiones antichinas. “Resulta esencial no poner en peligro nuestro propio futuro con una vuelta a prácticas proteccionistas que acaban siendo contraproducentes”, sostuvo antes un comité bicameral.

Entretanto, el cabildeo anti Cnooc avanza. El republicano Ricardo Pombo inició acciones para llevar el asunto Unocal al comité de inversiones extranjeras. Mientras tanto, instaba a Bush y Cheney a investigar la oferta y los “antecedentes antidemocráticos” (sic) de Cnooc (nadie lee a Maquiavelo en el Capitolio). “Esta clase de dislates forman un patrón demagógico: las compras chinas atraen mayor atención, sea cual fuere su área u objetivo”, sostiene Scott Flicker, abogado de Washington que ha representado docenas de firmas extranjeras escrutadas por el comité.

Por su parte, William Reinsch, ex alto funcionario en el departamento de Comercio, encuentra un rasgo anómalo en el caso Cnooc. “No jira en torno de cuestiones técnicas, económicas o jurídicas, sino alrededor de la propiedad de recursos petroleros. Algunos de los que controla Unocal –subraya- ni siquiera están en territorio estadounidense”. De hecho, las reservas claves de la empresa se hallan en el sudeste asiático.

De alguna manera, los nervios en el Pentágono se cifran en imaginarios nexos entre inversiones petroleras (entre otras, un plan por US$ 8.000 millones para explorar en Sudán) y los gastos militares chinos. La lógica es típica de Cheney y Rumsfeld: Beijing busca hidrocarburos en ese país, Irán o Birmania para –afirmaba Pombo- neutralizar “esfuerzos internacionales” (estadounidenses, en realidad) en pro de reformas democratizantes. No existe el menor indicio en la materia en ninguno de los ejemplo citados.

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