A Bush le cuesta defender la ocupación de Irak, pero no cejará

El martes, el presidente quiso nuevamente justificar la invasión y la ocupación de Irak. Mientras la opinión pública se opone a la aventura bélica, George W. Bush cree que, eventualmente, ganará “su” lucha contra el “terrorismo global”.

29 junio, 2005

La tesis de fondo sigue igual desde 2003: la guerra (y la violenta posguerra) logró que Irak dejase de ser punta de lanza terrorista y, sea cual fuere el tiempo necesario, los objetivos de imponer democracia en Levante se obtendrán. Por el contrario, los medios estadounidenses –para no hablar de los europeos- sostienen que sus argumentos han sido invalidados por “un desplazamiento en materia de lógica geopolítica” (Wall Street Journal).

Bush afirma que los peligros planteados por Irak antes de 2003 y ahora hacen que el sacrificio de tantas vidas (1.700 estadounidenses, unas 20.000 iraquíes) “valga la pena”. Días antes, Donald Rumsfeld –secretario de Defensa- estimaba en “unos 12 años” el tiempo necesario para poner orden en ese país.

Sin desmentir ese aserto, el primer mandatrio fue más allá, arguyendo en forma reiterada que lo de Irak “forma parte de una guerra iniciada en 11 de septiembre de 2001”. Por ende, el enemigo real sería Al-Qaeda, un pulpo inasible cuya cabeza no existe o es casi imposible de cortar. El recrudecimiento de los ataqués talibán en la posguerra afgana es clara evidencia del callejón sin salida por donde marcha Washington.

Impertérrito, Bush se declara dispuesto a “proseguir la caza de terroristas y subversivos hasta terminar la misión. Al-Qaeda y otros no podrán convertir Irak en lo que era Afganistán”. Pero aquel desplazamiento de la lógica hace que, en este momento, Afganistán imite a Irak, no al revés. Tomando palabras presidenciales, ambos territorios son “refugios desde donde podrían atacar a Estados Unidos y sus aliados”.

A criterio de Los Ángeles Times, empero, “eso significa dar vuelta las explicaciones iniciales para entrar en guerra. Ahora, Bush justifica la ocupación militar como instrumento para solucionar problemas causados por la guerra misma y su posguerra”. Hace más de dos años, Washington sostenía que el Irak de Saddam Hussein era un nido de terroristas, armado hasta los dientes con dispositivos nucleares. Pero ese arsenal nunca apareció y esta posguerra sin fin genera amenazas peores que la representada por el dictador. Peor aun: los únicos éxitos en serio –democratización, creciente papel de las mujeres, escasez de roces étnicos- corren peligro de ser neutralizados por la violencia generada en la propia ocupación.

“Obviamente, Bush debió soslayar ese arsenal nuclear que no era”, observa el New York Times. Tampoco aludió “al memorando británico de 2003, donde ese gobierno manifestaba serias dudas de que Washington hubiese sopesado adecuadamente los riesgos de una posguerra”. La réplica del vocero presidencial –un evangelista llamado Daniel Bartlett- al NYT fue torpe: “Los que pasó, pasó; y ahora hay que ocuparse de lo que pasa. Todos coincidimos en que es preciso terminar ese trabajo”.

Bartlett sólo secundaba a su jefe. En el mensaje del martes, “Bush volvió a sostener que Hussein era cómplice de Al-Qaeda en los ataques del 11S, algo que negaron la comisión investigadora ad hoc y otras instancias oficiales”, apuntan el Washington Post y el WSJ. El primero señala que “el Presidente hizo lo imposible para mostrar un apoyo internacional más amplio y seguro de lo que realmente era. Pero varios aliados han abandonado la coaliación y otros los seguirán”.

Silvio Berlusconi, uno que apoyaba incondicionalmente a Washington, más por oportunismo que por el interés de Italia, ahora afronta una tormenta política y diplomática. A instancias de Karl Rove (fanático religioso y jefe de la campaña electoral 2004), Washington autorizó una operación calcada del “plan Cóndor” que la CIA armó con cuatro gobiernos militares –argentino, uruguayo, chileno, brasileño- en los ´70, para secuestrar adversarios de un régimen en territorio de otro y torturarlo en un tercero.

Ocho agentes de la CIA (estadounidenses) cazaron un fundamentalista islámico en Italia y lo llevaron a Egipto para “ablandarlo”. Sólo que no había en esta oportundad un plan Cóndor. Por ende, Italia era tan ajena a eso que acaba de pedir la extradición de los agentes. Bush no quiere concederla, porque los considera “soldados en la guerra global contra el terrorismo”. ¿Y el gran amigo Berlusconi? Ya no interesa, como le ocurrirá a Tony Blair, tarde o temprano.

La tesis de fondo sigue igual desde 2003: la guerra (y la violenta posguerra) logró que Irak dejase de ser punta de lanza terrorista y, sea cual fuere el tiempo necesario, los objetivos de imponer democracia en Levante se obtendrán. Por el contrario, los medios estadounidenses –para no hablar de los europeos- sostienen que sus argumentos han sido invalidados por “un desplazamiento en materia de lógica geopolítica” (Wall Street Journal).

Bush afirma que los peligros planteados por Irak antes de 2003 y ahora hacen que el sacrificio de tantas vidas (1.700 estadounidenses, unas 20.000 iraquíes) “valga la pena”. Días antes, Donald Rumsfeld –secretario de Defensa- estimaba en “unos 12 años” el tiempo necesario para poner orden en ese país.

Sin desmentir ese aserto, el primer mandatrio fue más allá, arguyendo en forma reiterada que lo de Irak “forma parte de una guerra iniciada en 11 de septiembre de 2001”. Por ende, el enemigo real sería Al-Qaeda, un pulpo inasible cuya cabeza no existe o es casi imposible de cortar. El recrudecimiento de los ataqués talibán en la posguerra afgana es clara evidencia del callejón sin salida por donde marcha Washington.

Impertérrito, Bush se declara dispuesto a “proseguir la caza de terroristas y subversivos hasta terminar la misión. Al-Qaeda y otros no podrán convertir Irak en lo que era Afganistán”. Pero aquel desplazamiento de la lógica hace que, en este momento, Afganistán imite a Irak, no al revés. Tomando palabras presidenciales, ambos territorios son “refugios desde donde podrían atacar a Estados Unidos y sus aliados”.

A criterio de Los Ángeles Times, empero, “eso significa dar vuelta las explicaciones iniciales para entrar en guerra. Ahora, Bush justifica la ocupación militar como instrumento para solucionar problemas causados por la guerra misma y su posguerra”. Hace más de dos años, Washington sostenía que el Irak de Saddam Hussein era un nido de terroristas, armado hasta los dientes con dispositivos nucleares. Pero ese arsenal nunca apareció y esta posguerra sin fin genera amenazas peores que la representada por el dictador. Peor aun: los únicos éxitos en serio –democratización, creciente papel de las mujeres, escasez de roces étnicos- corren peligro de ser neutralizados por la violencia generada en la propia ocupación.

“Obviamente, Bush debió soslayar ese arsenal nuclear que no era”, observa el New York Times. Tampoco aludió “al memorando británico de 2003, donde ese gobierno manifestaba serias dudas de que Washington hubiese sopesado adecuadamente los riesgos de una posguerra”. La réplica del vocero presidencial –un evangelista llamado Daniel Bartlett- al NYT fue torpe: “Los que pasó, pasó; y ahora hay que ocuparse de lo que pasa. Todos coincidimos en que es preciso terminar ese trabajo”.

Bartlett sólo secundaba a su jefe. En el mensaje del martes, “Bush volvió a sostener que Hussein era cómplice de Al-Qaeda en los ataques del 11S, algo que negaron la comisión investigadora ad hoc y otras instancias oficiales”, apuntan el Washington Post y el WSJ. El primero señala que “el Presidente hizo lo imposible para mostrar un apoyo internacional más amplio y seguro de lo que realmente era. Pero varios aliados han abandonado la coaliación y otros los seguirán”.

Silvio Berlusconi, uno que apoyaba incondicionalmente a Washington, más por oportunismo que por el interés de Italia, ahora afronta una tormenta política y diplomática. A instancias de Karl Rove (fanático religioso y jefe de la campaña electoral 2004), Washington autorizó una operación calcada del “plan Cóndor” que la CIA armó con cuatro gobiernos militares –argentino, uruguayo, chileno, brasileño- en los ´70, para secuestrar adversarios de un régimen en territorio de otro y torturarlo en un tercero.

Ocho agentes de la CIA (estadounidenses) cazaron un fundamentalista islámico en Italia y lo llevaron a Egipto para “ablandarlo”. Sólo que no había en esta oportundad un plan Cóndor. Por ende, Italia era tan ajena a eso que acaba de pedir la extradición de los agentes. Bush no quiere concederla, porque los considera “soldados en la guerra global contra el terrorismo”. ¿Y el gran amigo Berlusconi? Ya no interesa, como le ocurrirá a Tony Blair, tarde o temprano.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades