“No podíamos creen lo qué escuchábamos”, señalaron dos periodistas de “Ha’árets” que entrevistaban a quien fuera, hace ya años, exponente de la izquierdista tercermundista francesa. “Claro –apunta el alemán ‘Die Welt’-, eso era cuando había en París pocos inmigrantes moros y africanos”.
Finkielkraut no se quedó ahí. “La selección nacional de fútbol está dominada por negros y toda Europa de ríe de nosotros”. Este reproche coincide, casi por casualidad, con protestas de la Liga Norte italiana (los separatistas de Umberto Bossi) porque “no hay italianos en el Inter milanés”. Acá surge un matiz inquietante: cinco jugadores son argentinos –Zanetti, Cambiasso, Solari, Samuel, Verón, o sea figuran tres apellidos italianos)- y uno (Recoba) es uruguayo.
“Las revueltas suburbanas –prosigue el “pensador”- no son sociales ni económicas, sino etnorreligiosas, obras de islámicos y negros”. Horas después de difundirse el reportaje por Internet, se lo denunció como incitación a la violencia.
Pero, no hace mucho, Nicolas Sarkozy –ministro de Interior, hijo de húngaros- tachaba de “hez y ralea humana” a los insurrectos. Eso le ha valido enorme apoyo en las mismas encuestas que exigen mano dura. Esto parece una ola internacional: simultáneamente, en Estados Unidos dos sondeos mostraban 42 y 46% en favor de aplicar torturas a “enemigos”. Varios dirigentes, desde James Carter hasta Arnold Schwarzenegger, se manifestaron aterrados.
Finkielkraut es hijo de judíos polacos, deportados tras un tiempo en Auschwitz (Oswiecym). En este punto, aparece un “compañero de ruta” del supuesto filósofo: su colega Pierre-André Taguieff –otro apellido eslavo-, que suele denunciar los “prejuicios antioccidentales y hasta antijudíos del pensamiento tercermunista y neorreaccionario”.
“El antirracismo, tan bien pensante como peligroso–continúa en aquella entrevista-, beatifica lo extranjero, lo diferente, y deja el campo abierto a cualquier extremismo. Algunos franceses, es cierto, quieren a negros y moros pero, si supieran cómo nos odian, no los querrían tanto”. Finkielkraut (que es incapaz de pronunciar bien su propio apellido yíddish) inclusive denuesta “la masacre que esa gente perpetra contra el francés hablado”.
“No podíamos creen lo qué escuchábamos”, señalaron dos periodistas de “Ha’árets” que entrevistaban a quien fuera, hace ya años, exponente de la izquierdista tercermundista francesa. “Claro –apunta el alemán ‘Die Welt’-, eso era cuando había en París pocos inmigrantes moros y africanos”.
Finkielkraut no se quedó ahí. “La selección nacional de fútbol está dominada por negros y toda Europa de ríe de nosotros”. Este reproche coincide, casi por casualidad, con protestas de la Liga Norte italiana (los separatistas de Umberto Bossi) porque “no hay italianos en el Inter milanés”. Acá surge un matiz inquietante: cinco jugadores son argentinos –Zanetti, Cambiasso, Solari, Samuel, Verón, o sea figuran tres apellidos italianos)- y uno (Recoba) es uruguayo.
“Las revueltas suburbanas –prosigue el “pensador”- no son sociales ni económicas, sino etnorreligiosas, obras de islámicos y negros”. Horas después de difundirse el reportaje por Internet, se lo denunció como incitación a la violencia.
Pero, no hace mucho, Nicolas Sarkozy –ministro de Interior, hijo de húngaros- tachaba de “hez y ralea humana” a los insurrectos. Eso le ha valido enorme apoyo en las mismas encuestas que exigen mano dura. Esto parece una ola internacional: simultáneamente, en Estados Unidos dos sondeos mostraban 42 y 46% en favor de aplicar torturas a “enemigos”. Varios dirigentes, desde James Carter hasta Arnold Schwarzenegger, se manifestaron aterrados.
Finkielkraut es hijo de judíos polacos, deportados tras un tiempo en Auschwitz (Oswiecym). En este punto, aparece un “compañero de ruta” del supuesto filósofo: su colega Pierre-André Taguieff –otro apellido eslavo-, que suele denunciar los “prejuicios antioccidentales y hasta antijudíos del pensamiento tercermunista y neorreaccionario”.
“El antirracismo, tan bien pensante como peligroso–continúa en aquella entrevista-, beatifica lo extranjero, lo diferente, y deja el campo abierto a cualquier extremismo. Algunos franceses, es cierto, quieren a negros y moros pero, si supieran cómo nos odian, no los querrían tanto”. Finkielkraut (que es incapaz de pronunciar bien su propio apellido yíddish) inclusive denuesta “la masacre que esa gente perpetra contra el francés hablado”.