jueves, 26 de diciembre de 2024

Nueva propuesta árabe sobre Irak, Palestina e Israel

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En realidad, es una adaptación de “tierra por paz”, aplicada al conflicto Palestina-Israel. Diplomáticos de la península arábiga acaban de planteársela a Condoleezza Rice, con una advertencia oída ya en Ramallá: “hechos, no palabras”.

A primera vista, se trata de vincular la guerra iraquí, que al terminar 2006 y según la ONU acumulaba 34.000 víctimas civiles, con la vieja disputa territorial entre Palestina e Israel. Saudiarabia, Kuweit, Omán y los emiratos sostienen que resolver la ocupación indebida de tierras palestinas –vía colonias ilegales- por parte del estado judío es la clave de todo el problema en Levante.

Estas ideas le fueron formuladas a Rice durante la recorrida por Ramallá, Riyadh y otras capitales del área. Sólo Tel Aviv insistía en cambiar de tema, con escaso éxito (quizá por los graves problemas jurídicos que afronta el primer ministro Ehud Olmert). En lo substancial, el bloque moderado que encabeza Saudiarabia ha hecho una propuesta: “Ayudaremos a Estados Unidos a estabilizar Irak si su gobierno reinicia en serio la ‘hoja de ruta’ que lleva a consolidar el estado palestino y desocupar áreas ilegalmente colonizadas”.

El planteo árabe no incursiona en los actuales enfrentamientos entre Al Fataj (el presidente Majmud Abbás) y Hamás, problema que los israelíes tratan de mantener en primer plano. Resulta llamativo que el bloque moderado, igual que George W.Bush, no desee una veloz evacuación norteamericana en Irak. Pero es explicable: los árabes sunníes –aun los que, como los jeques, comulgan con rueda de molino- temen que Bagdad caiga en órbita de Irán, una potencia al mismo tiempo petrolera y shiita.

Por ello, ese grupo, Jordania y Egipto coinciden en un esquema alternativo afín al de Washington: desarmar las guerrillas de ambos lados en Irak, reformar la constitución –vista como sesgada en favor de la mayoría shií- y ofrecer garantías a la minoría sunní. Los aspectos instrumentales relativos a la democracia, naturalmente, no interesan a regímenes en general monárquicos o autocráticos, rasgos típicamente musulmanes.

Existe una cuarta condición, quizá clave: los árabes –con discreto sostén ruso- piden a Washington que Tel Aviv reconozca los derechos palestinos, dejando de jugar con palabras, como viene ocurriendo bajo la presidencia de Bush. Esto obedece a un motivo pragmático: asegurarse de que el próximo gobierno, que probablemente sea demócrata y mucho más liberal (en el sentido anglosajón), no vuelva a operar para Israel, donde también puede haber cambios políticos. “El fracaso de la aventura en Líbano –reflexionaba un dirigente kuweití- señala que Tel Aviv ya no es pieza indispensable para la estrategia estadounidense en la región”. Las “versiones” sobre ataques nucleares judíos a Irán confirman esa óptica.

A primera vista, se trata de vincular la guerra iraquí, que al terminar 2006 y según la ONU acumulaba 34.000 víctimas civiles, con la vieja disputa territorial entre Palestina e Israel. Saudiarabia, Kuweit, Omán y los emiratos sostienen que resolver la ocupación indebida de tierras palestinas –vía colonias ilegales- por parte del estado judío es la clave de todo el problema en Levante.

Estas ideas le fueron formuladas a Rice durante la recorrida por Ramallá, Riyadh y otras capitales del área. Sólo Tel Aviv insistía en cambiar de tema, con escaso éxito (quizá por los graves problemas jurídicos que afronta el primer ministro Ehud Olmert). En lo substancial, el bloque moderado que encabeza Saudiarabia ha hecho una propuesta: “Ayudaremos a Estados Unidos a estabilizar Irak si su gobierno reinicia en serio la ‘hoja de ruta’ que lleva a consolidar el estado palestino y desocupar áreas ilegalmente colonizadas”.

El planteo árabe no incursiona en los actuales enfrentamientos entre Al Fataj (el presidente Majmud Abbás) y Hamás, problema que los israelíes tratan de mantener en primer plano. Resulta llamativo que el bloque moderado, igual que George W.Bush, no desee una veloz evacuación norteamericana en Irak. Pero es explicable: los árabes sunníes –aun los que, como los jeques, comulgan con rueda de molino- temen que Bagdad caiga en órbita de Irán, una potencia al mismo tiempo petrolera y shiita.

Por ello, ese grupo, Jordania y Egipto coinciden en un esquema alternativo afín al de Washington: desarmar las guerrillas de ambos lados en Irak, reformar la constitución –vista como sesgada en favor de la mayoría shií- y ofrecer garantías a la minoría sunní. Los aspectos instrumentales relativos a la democracia, naturalmente, no interesan a regímenes en general monárquicos o autocráticos, rasgos típicamente musulmanes.

Existe una cuarta condición, quizá clave: los árabes –con discreto sostén ruso- piden a Washington que Tel Aviv reconozca los derechos palestinos, dejando de jugar con palabras, como viene ocurriendo bajo la presidencia de Bush. Esto obedece a un motivo pragmático: asegurarse de que el próximo gobierno, que probablemente sea demócrata y mucho más liberal (en el sentido anglosajón), no vuelva a operar para Israel, donde también puede haber cambios políticos. “El fracaso de la aventura en Líbano –reflexionaba un dirigente kuweití- señala que Tel Aviv ya no es pieza indispensable para la estrategia estadounidense en la región”. Las “versiones” sobre ataques nucleares judíos a Irán confirman esa óptica.

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