En lo ostensible, China buscar competir con Estados Unidos en materia comercial y logística, en particular transporte de crudos para su mercado interno, uno de los mayores del mundo. Pero, según observadores en Seúl, Taipei, Tokio y Singapur, el programa para modernizar la flota tiene fundamentos estratégicos, es decir militares.
Por el momento, sus objetivos incluyen un portaviones, 43 fragatas, 21cazatorpederos, 23 anfibios. 57 submarinos y 290.000 tripulantes. Estas cifras todavía distas de las norteamericanas. Juntando las flotas III y VII, en efecto, se reúnen seis portaviones, cuarenta cruceros, 35 fragatas, 55 cazatorpederos, 45 anfibios, sesenta submarinos, dos mil aviones y 250.000 tripulantes.
Paralelamente, los gastos militares han subido de 14,7% del presupuesto chino en 2006 –US$ 49.500 millones- a casi 18% (60.500 millones) este año, acaba de revelar el “Financial times”. Hace año y medio, según señalaba este sitio –único en tocar el asunto en la región-, Kaplan también admitía razones no estrictamente bélicas: “La competencia económica y comercial Beijing-Washington se agudiza, pero se vislumbran presiones castrenses de ambos lados y puede suponerse que China piense expandir su arsenal nuclear”.
En aquel momento y sin mucho eco en los medios occidentales, se desarrollaban espectaculares maniobras (septiembre de 2005) con fuerzas chinas y rusas en el mar Amarillo. Luego apareció el extenso trabajo de Kaplan, publicado por “Atlantic Monthly”. Las fuentes remitían –como ahora el FT- a estrategas del Pentágono, hoy no por casualidad al mando de un almirante.
A criterio del analista, un neoconservador vinculado a Paul Wolfowitz (ex presidente del Banco Mundial), Washington “simula empeñarse en democratizar Levante, pero sus verdaderas preocupaciones estratégicas se cifran en el Pacífico occidental. El escenario futurible es una lucha por el poder en esos mares. Así lo vislumbran los juegos de guerra habituales en el Pentágono y sus equivalentes en China, Rusia, Japón, Taiwán, Surcorea y Vietnam”.
Por lo mismo, había ya por entonces en EE.UU. 150 vietnamitas adiestrándose, porque Saigón sabe que será el primer objetivo de Beijing. Eso no es nuevo: Vietnam fue durante siglos tributario del Imperio y sus herederos nunca han renunciado a reivindicaciones territoriales. También lo fueron toda Corea, media Birmania, Nepal, etc.
“Hasta el presente –subraya el FT ahora- no ha habido fuerzas de mar y tierra capaces de amenazar a EE.UU. Esta situación cambiará rápidamente, pues China jugará agotadoras partidas contra EE.UU. sobre el tablero pacífico.”. Ahora bien, en 2005 el futurólogo Kaplan quizá lo ignorase, pero estaba repitiendo ideas del difunto Hermann Kahn , el “doctor No” de Woody Allen. Como Kahn en los años 70, Kaplan afirma que “el sistema norteamericano de alianzas, armado tras la II segunda guerra mundial, ya no sirve. Las guerras en la ex Yugoslavia y, especialmente, Kósovo (1999) han puesto en evidencia el colapso interno de la OTAN”.
Dejando de lado la “derrota liminar” en Vietnam o el papelón en Somalía, “esa alianza demostró su quiebra en Afganistán y la confirmó en Irak”, En la fase actual, peligra el comando norteamericano del Pacífico (PaCom), cuya jurisdicción llega hasta Australia y Nueva Zelanda, dos virtuales satélites de Washington.
Kaplan apela al testimonio de Michael Vickers (Centro de evaluaciones presupuestarias y estratégicas, Washington DC), a cuyo criterio “embarcarse en una guerra contra China es tan simple como inevitable. El problema será cómo salir. Existe un estudio reservado del Pentágono, según el cual para lograrlo será preciso reducir drásticamente la capacidad militar y económica del enemigo, amenazar sus fuentes de energía, combustibles y agua, mientras se busca el colapso del partido Comunista como aparato de gobierno”.
Estos “expertos” olvidan que resulta imposible ocupar siquiera las principales ciudades –tienen cada una más de 15 millones- de un país con 9.600.000 km2 (tercero del mundo en superficie) y 1.300 millones de habitantes. Sólo los mongoles lo consiguieron en el siglo XIII, pero a costa de chinificarse y abandonar sus tierras patrias.
Volviendo al artículos del FT, “China destinará cada vez más recursos al gasto bélico. Lo único realista, cree el estado mayor conjunto norteamericano, es hacer lo mismo, que EE,UU, haya gastado en 2002 casi US$ 530.000 millones, casi diez veces los presupuestos británico, francés y chinom separadamente”. Debe tenerse en cuenta que, a diferencia de la perimida Unión Soviética, China tiene tanto poder blando como duro. Su peculiar mezcla de autoritarismo y economía de mercado (pero no libre) seduce al resto de Asia y media África. De hecho, Vladyímir Putin está imitándola.
Kaplan y el FT reconocen algo que George W.Bush persisten en ignorar: la democracia resulta comprensible o deseable en pocas zonas fuera de las economías centrales. Eso explica la proliferación de tropas norteamericanas sobre las fronteras chinas, rusas e indias, o sea en Uzbekistán, Afganistán, Tadyikistán, Pakistán, Tailandia, Papúa-Nueva Guinea, Filipinas, Malasia, Surcorea, Japón y Australia. Salvo los últimos dos, los otros no son precisamente ejemplos de democracia.
Otro experto cercano al Pentágono, Mark Helprin, reiteraba en 2006 la idea de que “empeñarse en democratizar países musulmanes es una pérdida de tiempo. Mientras tanto, China se apresta a recoger las frutos de una política tan pragmática que roza lo amoral, respondiendo a sus propios intereses. Como hacían el Imperio Británico hasta 1940 o EE.UU. durante la guerra fría”.
Este realismo queda en parte neutralizado por el fundamentalismo neoconservador de Kaplan, con su carga de patriotismo globalizante. Por eso, pronostica: “A medida como la influencia económica y financiera de EE.UU. se extienda por el mundo, la Unión Europea se sumará a China y Rusia en la puja por espacios marítimos y en defensa de sus propios intereses”. Estas profecías, amen de contradictorias, trasuntan un desconocimiento de la historia. Roma, ese modelo caro al neoimperialismo norteamericano, cayó cuando no tenía rivales militares serios. Pero sí un desbarajuste económico y financiero de órdago –originado en crecientes gastos bélicos y corrupción-, parecido al del actual EE.UU.
En lo ostensible, China buscar competir con Estados Unidos en materia comercial y logística, en particular transporte de crudos para su mercado interno, uno de los mayores del mundo. Pero, según observadores en Seúl, Taipei, Tokio y Singapur, el programa para modernizar la flota tiene fundamentos estratégicos, es decir militares.
Por el momento, sus objetivos incluyen un portaviones, 43 fragatas, 21cazatorpederos, 23 anfibios. 57 submarinos y 290.000 tripulantes. Estas cifras todavía distas de las norteamericanas. Juntando las flotas III y VII, en efecto, se reúnen seis portaviones, cuarenta cruceros, 35 fragatas, 55 cazatorpederos, 45 anfibios, sesenta submarinos, dos mil aviones y 250.000 tripulantes.
Paralelamente, los gastos militares han subido de 14,7% del presupuesto chino en 2006 –US$ 49.500 millones- a casi 18% (60.500 millones) este año, acaba de revelar el “Financial times”. Hace año y medio, según señalaba este sitio –único en tocar el asunto en la región-, Kaplan también admitía razones no estrictamente bélicas: “La competencia económica y comercial Beijing-Washington se agudiza, pero se vislumbran presiones castrenses de ambos lados y puede suponerse que China piense expandir su arsenal nuclear”.
En aquel momento y sin mucho eco en los medios occidentales, se desarrollaban espectaculares maniobras (septiembre de 2005) con fuerzas chinas y rusas en el mar Amarillo. Luego apareció el extenso trabajo de Kaplan, publicado por “Atlantic Monthly”. Las fuentes remitían –como ahora el FT- a estrategas del Pentágono, hoy no por casualidad al mando de un almirante.
A criterio del analista, un neoconservador vinculado a Paul Wolfowitz (ex presidente del Banco Mundial), Washington “simula empeñarse en democratizar Levante, pero sus verdaderas preocupaciones estratégicas se cifran en el Pacífico occidental. El escenario futurible es una lucha por el poder en esos mares. Así lo vislumbran los juegos de guerra habituales en el Pentágono y sus equivalentes en China, Rusia, Japón, Taiwán, Surcorea y Vietnam”.
Por lo mismo, había ya por entonces en EE.UU. 150 vietnamitas adiestrándose, porque Saigón sabe que será el primer objetivo de Beijing. Eso no es nuevo: Vietnam fue durante siglos tributario del Imperio y sus herederos nunca han renunciado a reivindicaciones territoriales. También lo fueron toda Corea, media Birmania, Nepal, etc.
“Hasta el presente –subraya el FT ahora- no ha habido fuerzas de mar y tierra capaces de amenazar a EE.UU. Esta situación cambiará rápidamente, pues China jugará agotadoras partidas contra EE.UU. sobre el tablero pacífico.”. Ahora bien, en 2005 el futurólogo Kaplan quizá lo ignorase, pero estaba repitiendo ideas del difunto Hermann Kahn , el “doctor No” de Woody Allen. Como Kahn en los años 70, Kaplan afirma que “el sistema norteamericano de alianzas, armado tras la II segunda guerra mundial, ya no sirve. Las guerras en la ex Yugoslavia y, especialmente, Kósovo (1999) han puesto en evidencia el colapso interno de la OTAN”.
Dejando de lado la “derrota liminar” en Vietnam o el papelón en Somalía, “esa alianza demostró su quiebra en Afganistán y la confirmó en Irak”, En la fase actual, peligra el comando norteamericano del Pacífico (PaCom), cuya jurisdicción llega hasta Australia y Nueva Zelanda, dos virtuales satélites de Washington.
Kaplan apela al testimonio de Michael Vickers (Centro de evaluaciones presupuestarias y estratégicas, Washington DC), a cuyo criterio “embarcarse en una guerra contra China es tan simple como inevitable. El problema será cómo salir. Existe un estudio reservado del Pentágono, según el cual para lograrlo será preciso reducir drásticamente la capacidad militar y económica del enemigo, amenazar sus fuentes de energía, combustibles y agua, mientras se busca el colapso del partido Comunista como aparato de gobierno”.
Estos “expertos” olvidan que resulta imposible ocupar siquiera las principales ciudades –tienen cada una más de 15 millones- de un país con 9.600.000 km2 (tercero del mundo en superficie) y 1.300 millones de habitantes. Sólo los mongoles lo consiguieron en el siglo XIII, pero a costa de chinificarse y abandonar sus tierras patrias.
Volviendo al artículos del FT, “China destinará cada vez más recursos al gasto bélico. Lo único realista, cree el estado mayor conjunto norteamericano, es hacer lo mismo, que EE,UU, haya gastado en 2002 casi US$ 530.000 millones, casi diez veces los presupuestos británico, francés y chinom separadamente”. Debe tenerse en cuenta que, a diferencia de la perimida Unión Soviética, China tiene tanto poder blando como duro. Su peculiar mezcla de autoritarismo y economía de mercado (pero no libre) seduce al resto de Asia y media África. De hecho, Vladyímir Putin está imitándola.
Kaplan y el FT reconocen algo que George W.Bush persisten en ignorar: la democracia resulta comprensible o deseable en pocas zonas fuera de las economías centrales. Eso explica la proliferación de tropas norteamericanas sobre las fronteras chinas, rusas e indias, o sea en Uzbekistán, Afganistán, Tadyikistán, Pakistán, Tailandia, Papúa-Nueva Guinea, Filipinas, Malasia, Surcorea, Japón y Australia. Salvo los últimos dos, los otros no son precisamente ejemplos de democracia.
Otro experto cercano al Pentágono, Mark Helprin, reiteraba en 2006 la idea de que “empeñarse en democratizar países musulmanes es una pérdida de tiempo. Mientras tanto, China se apresta a recoger las frutos de una política tan pragmática que roza lo amoral, respondiendo a sus propios intereses. Como hacían el Imperio Británico hasta 1940 o EE.UU. durante la guerra fría”.
Este realismo queda en parte neutralizado por el fundamentalismo neoconservador de Kaplan, con su carga de patriotismo globalizante. Por eso, pronostica: “A medida como la influencia económica y financiera de EE.UU. se extienda por el mundo, la Unión Europea se sumará a China y Rusia en la puja por espacios marítimos y en defensa de sus propios intereses”. Estas profecías, amen de contradictorias, trasuntan un desconocimiento de la historia. Roma, ese modelo caro al neoimperialismo norteamericano, cayó cuando no tenía rivales militares serios. Pero sí un desbarajuste económico y financiero de órdago –originado en crecientes gastos bélicos y corrupción-, parecido al del actual EE.UU.