El gobierno argentino cree que las negociaciones con acreedores privados, por un monto algo superior a US$ 100.000 millones, se finiquitarán en apenas cuatro meses y pico. Hacia enero, pues, Roberto Lavagna espera reanudar tratos con el Fondo Monetario en torno de la III revisión de metas estipuladas en al acuerdo contingente (septiembre de 2003), cuyo OK ha sido pospuesto como forma de presionar en favor de los “comités” de bonistas.
Por una parte, en algunas semanas se inicia la una rueda de presentaciones de la propuesta final en el exterior. Sólo que, al parecer, no incluirá un pago inicial en efectivo, pues los US$ 2.500 millones previstos serán desviados para pagar la deuda existente con el FMI. Cabe recordar que, al congelarse la III revisión y quedar en el aire la cuarta (debiera hacerse el mes próximo), la entidad no efectuará el desembolso de US$ 728 millones, previsto para el III trimestre –aunque las metas fiscales se hayan sobrecumplido-, ni, se presume, la suma siguiente.
En cuanto al presidente, estaba irritado por una nueva ola de versiones sin fuentes claras. Ahora, algún medio incluye entre las exigencias del Fondo la revaluación del peso (un dólar bajo $ 2,90) y otro habla de devaluación (dólar sobre $ 3,10) También se habla de pagos adicionales a bonistas –o a fondos buitres que tienen esos papeles- y aumento inmediato de las tarifas de servicios públicos.
El discreto apoyo de Estados Unidos a las gestiones de Lavagna y la recomendación del G-7, favorable al bono atado al PBI parecen alejarse de la ortodoxia mostrada por Rodrigo Rato (aunque bien puede ser una maniobra entre ambas partes para ganar tiempo). Según medios políticos de Washington, el nuevo director gerente del Fondo –quizás influido por Anne Krueger, todavía vicepresidente- busca posponer todo tipo de decisiones hasta los comicios del 2 de noviembre.
Para la burocracia fondista, en efecto, un triunfo de George W.Bush sería peligroso. Tanto el comité de campaña como el entorno neoconservador del presidente tienen intenciones de presionar, luego, para que Estados Unidos abandone la entidad y su mellizo, el Banco Mundial.
Fieles a la idea de “superpotencia unilateral”, esos ideólogos sostienen que el dúo FMI-BIRF perdió vigencia al caer los acuerdos de Bretton Woods (1944). Eso ocurrió en enero de 1971, cuando Richard Nixon suspendió “sine die” la convertibilidad del dólar en oro y la paridad rígida (US$ 35 la onza “troy”) convenida entre los grandes bancos centrales.
Partiendo de ese antecedente, los cerebros económicos de la nueva derecha republicana declaran “inanes” al Fondo y la Banco Mundial. Por el contrario, si gana John F.Kerry, su administración apoyará al FMI y será dura respecto de “países trasngresores” como Argentina, Turquía, Sudán o Nigeria. Eso dicen, al menos, quienes asesoran a la fórmula demócrata, que tiene buenos elementos económicos internos, pero ninguno de ellos muy brillante en el plano internacional.
Mientras Lavagna exponía sus planes ante el Consejo de la Américas, el embajador norteamericano en Buenos Aires reiteraba dichos de John Taylor, subsecretario de Hacienda. Lino Gutiérrez aseguró que se mantendrá el apoyo a la Argentina en sus negociaciones con el FMI. A su vez, analistas usualmente vinculados al Fondo temen que, aprovechando la reunión semestral conjunta FMI-BIRF (sin de septiembre), aparezca alguna propuesta rupturista promovida cerca de Bush. Pero vía algún aliado estratégico (Turquía, por ejemplo).
El gobierno argentino cree que las negociaciones con acreedores privados, por un monto algo superior a US$ 100.000 millones, se finiquitarán en apenas cuatro meses y pico. Hacia enero, pues, Roberto Lavagna espera reanudar tratos con el Fondo Monetario en torno de la III revisión de metas estipuladas en al acuerdo contingente (septiembre de 2003), cuyo OK ha sido pospuesto como forma de presionar en favor de los “comités” de bonistas.
Por una parte, en algunas semanas se inicia la una rueda de presentaciones de la propuesta final en el exterior. Sólo que, al parecer, no incluirá un pago inicial en efectivo, pues los US$ 2.500 millones previstos serán desviados para pagar la deuda existente con el FMI. Cabe recordar que, al congelarse la III revisión y quedar en el aire la cuarta (debiera hacerse el mes próximo), la entidad no efectuará el desembolso de US$ 728 millones, previsto para el III trimestre –aunque las metas fiscales se hayan sobrecumplido-, ni, se presume, la suma siguiente.
En cuanto al presidente, estaba irritado por una nueva ola de versiones sin fuentes claras. Ahora, algún medio incluye entre las exigencias del Fondo la revaluación del peso (un dólar bajo $ 2,90) y otro habla de devaluación (dólar sobre $ 3,10) También se habla de pagos adicionales a bonistas –o a fondos buitres que tienen esos papeles- y aumento inmediato de las tarifas de servicios públicos.
El discreto apoyo de Estados Unidos a las gestiones de Lavagna y la recomendación del G-7, favorable al bono atado al PBI parecen alejarse de la ortodoxia mostrada por Rodrigo Rato (aunque bien puede ser una maniobra entre ambas partes para ganar tiempo). Según medios políticos de Washington, el nuevo director gerente del Fondo –quizás influido por Anne Krueger, todavía vicepresidente- busca posponer todo tipo de decisiones hasta los comicios del 2 de noviembre.
Para la burocracia fondista, en efecto, un triunfo de George W.Bush sería peligroso. Tanto el comité de campaña como el entorno neoconservador del presidente tienen intenciones de presionar, luego, para que Estados Unidos abandone la entidad y su mellizo, el Banco Mundial.
Fieles a la idea de “superpotencia unilateral”, esos ideólogos sostienen que el dúo FMI-BIRF perdió vigencia al caer los acuerdos de Bretton Woods (1944). Eso ocurrió en enero de 1971, cuando Richard Nixon suspendió “sine die” la convertibilidad del dólar en oro y la paridad rígida (US$ 35 la onza “troy”) convenida entre los grandes bancos centrales.
Partiendo de ese antecedente, los cerebros económicos de la nueva derecha republicana declaran “inanes” al Fondo y la Banco Mundial. Por el contrario, si gana John F.Kerry, su administración apoyará al FMI y será dura respecto de “países trasngresores” como Argentina, Turquía, Sudán o Nigeria. Eso dicen, al menos, quienes asesoran a la fórmula demócrata, que tiene buenos elementos económicos internos, pero ninguno de ellos muy brillante en el plano internacional.
Mientras Lavagna exponía sus planes ante el Consejo de la Américas, el embajador norteamericano en Buenos Aires reiteraba dichos de John Taylor, subsecretario de Hacienda. Lino Gutiérrez aseguró que se mantendrá el apoyo a la Argentina en sus negociaciones con el FMI. A su vez, analistas usualmente vinculados al Fondo temen que, aprovechando la reunión semestral conjunta FMI-BIRF (sin de septiembre), aparezca alguna propuesta rupturista promovida cerca de Bush. Pero vía algún aliado estratégico (Turquía, por ejemplo).